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Julio Bautista

E l origen de esta figura se remonta al si-


glo xii, en Asia, cuando los chinos la utilizaban
como ornato para festejar el año nuevo en pro de una buena
cosecha, por lo que llenaban estas pequeñas representaciones de
animales de granja con semillas que caían sobre el campo para augurar
la buena fortuna del año venidero. En uno de sus viajes por Oriente, Marco
Polo las conoció y llevó a Italia. Es ahí donde comienzan a usarse con un enfo-
que religioso que funcionaba para combatir los pecados capitales, representados
en los siete picos de la piñata tradicional de estrella. Su uso comenzó a extenderse
rápidamente por el viejo continente, asentándose principalmente en España que cele-
braba con éstas la Cuaresma, el primer domingo después del Miércoles de ceniza, afir-
mando así el carácter religioso en torno a este símbolo.
Su llegada al continente americano la ubicamos en la época de los conquistadores espa-
ñoles (misioneros agustinos), quienes por la estética colorida y festiva de las “ollas frágiles”
las usaron en épocas de posadas para atraer feligreses, quienes apostaban en este rito por una
salvación divina en su intención de vencer al mal, en una lucha aguerrida donde se sabían apo-
yados por una fuerza superior; de ahí proviene la fe que tenían para cubrirse los ojos, pues de
este modo evitaban caer en cualquier tentación, recibiendo como premio simbólico el contenido
de la olla, que en aquella época comenzaba ya a mexicanizarse con formas de verduras, principal-
mente.
Así, la tradición de las posadas, que comienzan el 16 y acaban el 24 de diciembre, se mantuvo
apegada a las prácticas religiosas, ya que estas celebraciones equivalen, en días, a los nueve meses
que la Virgen María buscó posada antes del nacimiento de Jesús. Por eso, en cada festejo se acos-
tumbra romper al menos una piñata, como alegoría de haber vencido al mal.
Aunque esta situación hoy cada día vez menos común —básicamente por las condiciones eco-
nómicas y sociales en las que se encuentra el país—, también es cierto que los mexicanos nos
aferramos a no perder parte del legado histórico que nos constituye como una nación de vasta ri-
queza cultural, reflejada en la creatividad de nuestros artesanos, que por todo el país continúan
generando obras de impactante belleza para propios y extraños, siendo ellos quienes develan
con su trabajo los últimos alientos para salvar las pocas tradiciones que aún nos identifican,
por lo que bien valdría la pena echar una mirada atrás para recobrar el valor de nuestra his-
toria en esta época.
Proveniente de una familia de artesanos piñateros, Agustín Franco Hernández, quien
participó con su Toro de lidia en el segundo concurso de piñatas mexicanas, organizado
por el Museo de Artes Populares (map) , opina que las piñatas que se hacen ahora con
globo han “perdido todo el chiste”, pues al forrarse de periódico, toda la fruta se
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maltrata o se cae la piñata completa al no soportar el peso. Comentó que una


piñata tradicional debe ser de carrizo y alambre o ixtle, para que aguante
los golpes; al menos de olla de barro, porque esas sí resisten los golpes y
garantizan la diversión compartida.
De su juventud se acuerda que la tradición de hacer piñatas
inicia con sus abuelos, allá por el rumbo de Mixcoac,
 http :// www.dfinitivo.com /archivos /2006/12/21/ las- pinatas- una-tradicion - mexicana /
 http :// es.wikipedia .org / wiki /Pi%C3%B1atas
 http :// www.map.df.gob.mx /
REPortAJE

quienes
se dedicaban a este oficio.
Sobre las figuras que han ido evolucionan-
do comenta que al principio sólo se hacían rosas, rá-
banos, sandías y liras; después comenzaron las de carrizo,
amarradas con ixtle, y recuerda “usábamos el marbete de la leche
para unir las piezas, esos alambritos que les ponían para asegurar que
la leche era pura, los utilizábamos porque tenían plomo y eran muy suaves
para trabajarlos en el amarrado”.
Sobre las posadas comentó que añora las de su infancia, pues aunque su papá
lo tenía trabajando para apoyar a la familia, él se escapaba y se iba a las posadas de
sus tíos y vecinos, “yo era muy bueno para las piñatas, sabía cómo darles, y como eran de
carrizo eran macizas, pero si les dabas un buen golpe le hacías un gran hoyo”.
Tristemente admite que la tradición se está extinguiendo, ya que incluso en su familia ya
no se hacen posadas y eso es lo que más le preocupa, porque la piñata es un centro que sirve
para unir a las familias en un momento de convivencia, “sobre todo ahora que las casas parecen
palomares… generalmente sólo te llevas bien con el vecino de enfrente y no interactúas con los
demás, por lo que estamos perdiendo esa parte amable que nos identificaba como sociedad”.
Asimismo se manifiesta consciente de que su lucha se desarrolla en un ambiente adverso, pero
considera que es su obligación y la de sus contemporáneos transmitir el mayor conocimiento posible
a las nuevas generaciones; por ello continúa realizando el oficio que le heredaron, aunque sea en
sus tiempos libres y como un pasatiempo que lo ha llevado a ser un artesano destacado, pues en 1986
realizó una piñata de Pique, mascota de la Copa Mundial de Futbol, de más de cuatro metros de alto,
obteniendo así el reconocimiento público y ganando boletos para “la final”.
Entre las piezas monumentales de su creación también están Elotín de la Copa Confederaciones,
Aguigol y Espinito, todas mascotas de futbol de las que se siente orgulloso, porque insiste en que las
realiza pensando en que juega México y no un equipo individual. También es el creador de las piñatas,
de más de dos metros de alto, de los personajes de Cantinflas, mismas que lleva anualmente hasta
su tumba como una manera de rendirle homenaje al cómico mexicano; y de la figura de la Santísima
Virgen de San Juan de los Lagos, hecha de periódico y carrizo, con la que ha realizado 26 años con-
secutivos una caminata desde la ciudad de México hasta aquel poblado.
Por otra parte, Gabriela Cardoso Suárez y Raquel Suárez Flores expresaron su necesidad de res-
catar nuestras tradiciones a través de las piñatas, reconociendo que esta experiencia les significó
una oportunidad para manifestar sus intereses extendiéndolos al terreno de la creación, porque
aseguran que “todos tenemos un artista dentro” y sólo es necesario motivarlo un poco para
que se desarrolle.
Esta familia de la zona de Tláhuac acepta que sigue celebrando la Navidad, pero ya de
una manera local, sólo con los integrantes de su familia, ya que les interesa mantener la
unión y los buenos deseos que impulsa la época. Es por ello que decidieron participar
en el concurso de piñatas, aunque no son artesanas, y confiesan “estamos muy
orgullosas de haber obtenido un reconocimiento, porque es la primera vez
que participamos y nos llevó cerca de un mes y medio concluir nuestras
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piezas… de todo este tiempo fueron quince días de no hacer nada, ni


quehacer… sólo dedicarnos a las piñatas, porque si no les hubié-
ramos dedicado todo el tiempo, nos habríamos tardado
el doble”.

Reconocimiento a la creatividad, por la pieza L a coralina en el concurso del map

Mención honorífica , por la pieza L a artesana, en el concurso del map
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Ésta,
apuntaron, es una forma
de apoyar las tradiciones para que los
festejos continúen, pues creemos que las familias,
sobre todo la de nosotras que es muy numerosa, son como
las piñatas, llenas de cañas, naranjas, jícamas, cacahuates y limas,
y todos complementamos lo especial de estas fiestas, mismas que no
debemos dejar que se extingan.
Por su parte, Luis Napoleón Velázquez Rodríguez, quien pertenece al colec-
tivo de artesanos cartoneros Uroborus del Faro de Oriente, afirmó que en su expe-
riencia el trabajo artesanal ha ido perdiendo terreno, convirtiéndose en una curiosidad
y alejándose de los terrenos de la magia y de las ilusiones, para convertirse en un medio de
expresión temporal y poco valorado, por lo que la mayoría de los artesanos han comenzado
a extinguirse, ante la necesidad de subsistir económicamente con una labor más redituable.
Califica a su devenir por la cartonería como un placer particular que le permite externar sus
ideas, pero acepta que cada vez es más difícil dedicarle tiempo a esta actividad, aunque reco-
noce le ha dado muchos placeres como cuando realizó la piñata con la que concursó, subrayando
“lo importante de la piñata es que te une, desde que la elaboras se vuelve un proyecto de familia;
por ejemplo, yo con mi esposa y mi hija trabajamos haciendo papel, recortando, pegando, etc... Nos
tardamos cerca de un mes porque tenemos nuestros empleos formales, pero todo el tiempo libre que
había después del trabajo se lo dedicamos a la piñata y eso me recordó cuando tenía nueve años y fui
con un primo a la posada de una vecina y él se ganó toda la piñata completa. Se peleó con otro niño por
ella pero al final se repartió a mitades y esa es la que más recuerdo porque creo que todo diciembre nos
la pasamos comiendo dulces y frutas de esa piñata, por eso trato de incorporarme a nuestras tradiciones
para no perderlas”.
Originario de Zacoalpan de Amilpas en el estado de Morelos, Flavio Gutiérrez Falfán, otro artesano
dedicado a la elaboración de piñatas, declaró que en México hay mucha creatividad que se está perdien-
do por falta de apoyo para la gente con talento, pues no hay nada mejor que trabajar en lo que tú quie-
res, en lo que a ti te gusta y que a la demás gente también le gusta. Por eso, como artesano ve cercano
el fin de su actividad, pues ahora las pocas piñatas que se venden son aquellas producidas en serie con
muy poco material para que resulten económicas.
Agregó que han quedado atrás los tiempos en los que se hacían posadas y pastorelas, debido a que
ahora la situación económica no lo permite, situación que inicia una cadena de extinción que no sólo
acaba con una forma de vida, también se lleva parte importante de nuestros valores y una tradición
que cimienta nuestra idiosincrasia, lapidando toda oportunidad de que los jóvenes comprendan to-
das las cosas increíbles que pueden crear tan sólo con las manos y que terminarán desperdiciando
en los videojuegos y otras actividades inútiles.
En esencia, resulta triste comprobar que el artesano piñatero está extinguiéndose por la
necesidad y el desánimo, que la tradición de pedir posada y cantar la letanía se ha des-
virtuado en algo que cada vez se disfruta menos y que de perderlos, no importará con
cuántas luces iluminemos nuestras fiestas, pues no escucharemos las risas que produce
el estruendo de una piñata al quebrarse.
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Los colores y olores de la temporada están opacándose ante nuestra mirada


fría, y si habremos de acabar con los pecados como lo marca el origen de
esta tradición en nuestro continente, empecemos por vencer la pere-
za tomando el ejemplo de nuestros artesanos e involucrándonos
más en actividades que fomenten nuestra creatividad e
imaginación.
 Participó con Sueños encontrados y al final… tepalcates
 http :// www.comparsa- falfan.blogspot.com /

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