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Mitologías

JON JUARISTI
NOTICIA en la prensa local de mi bocho querido: doscientos cincuenta personajes de la mitología vasca
acompañarán a Olentzero en su cabalgata por Bilbao. Olentzero es la alternativa nacionalista a los Reyes
Magos. Un fetiche tripudo, sucio y borrachín, posiblemente un avatar del San Panzón carnavalesco, que en
algunos pueblos de Guipúzcoa y de la montaña navarra anunciaba la llegada de la Navidad. Nunca fue un
elemento común a la cultura popular eusquérica y, desde luego, no trajo juguetes a los niños antes de que
algunos comerciantes avispados descubrieran, en los primeros años de la Transición, lo provechoso de una
duplicación de la noche de los camellos. En rigor, que Olentzero se convirtiera en un genio dadivoso de la
Nochebuena no parecía tan grave, cuando en toda España se difundía el culto neopagano de Santa Claus,
diabético globalizado en el que resulta imposible adivinar al santo bizantino Nicolás de Myra.
Olentzero terminó compitiendo con los Reyes Magos, como lo hizo Santa Claus fuera del País Vasco. Nada
preocupante. Los chavales, a quienes la escuela presentaba ya como único programa el de divertirse hasta
morir, se apresuraron a asumir la expectativa del doble chorro de regalos como la cosa más natural del mundo.
En los años de mi infancia, cuando las clases medias empezaron a levantar cabeza, los niños no demasiado
pobres recibían por Nochebuena un detallito «del Niño Jesús» para atemperar la impaciencia de la espera de
los Reyes. El modelo Olentzero/Santa Claus es muy diferente de aquél y ha contribuido decisivamente a la
desacralización de las pascuas navideñas por dos motivos: al contrario que la del Niño Jesús, su relación con el
misterio cristiano de la Encarnación dista de ser evidente. Además, superan en generosidad a los Magos de
Oriente, porque las economías familiares son más pródigas por estas fechas de diciembre que en la cuesta de
enero. De ahí el desprestigio de Melchor, Gaspar y Baltasar, residuos mezquinos de una tradición expulsada de
la modernidad.
El caso vasco -y el de Bilbao, en particular- ilustran el principio de que el desvanecimiento de las religiones
tradicionales no implica el triunfo universal de la razón, sino la proliferación de mitologías estúpidas. Chesterton
lo formulaba a la manera cristiana: «Si uno deja de creer en Dios, creerá en todo». Desde el judaísmo, cabría
plantearlo en términos aún más radicales: la supresión de Dios equivale a la idolatría; es decir, a la sacralización
de lo profano. Y es que los monoteísmos habrán podido servir de pretexto a matanzas injustificables, pero
redujeron considerablemente el dominio del pánico, un tipo de locura asesina que los griegos relacionaban con
Pan, figura de la ocupación absoluta del cosmos por los dioses oscuros. Los defensores actuales del politeísmo
como el ideal de la tolerancia venden siempre el mismo ejemplo: el civilizado paganismo de la Grecia clásica,
que no fue sino el resultado del sometimiento de los mitos a la razón (y que desembocó en el monoteísmo
filosófico de Platón). Evitan referirse al paganismo nazi, mucho más cercano, caracterizado por la emancipación
salvaje de los mitos respecto a cualquier forma de control racional. Porque eso fue el nazismo, en resumidas
cuentas: odio al monoteísmo; o sea, odio a la razón.
Los doscientos cincuenta diosecillos vascos del séquito de Olentzero constituyen una versión hortera y new age
del mismo fenómeno. Por lo que he podido deducir, se trata de los genios y duendes inventariados por
folcloristas como Azkue y Barandiarán, dos sacerdotes católicos que nunca previeron el uso que los
nacionalistas darían en el futuro a sus investigaciones. Si hubieran sospechado que iban a servir para hundir
definitivamente la Navidad, se habrían dedicado al estudio del suajili.
Como judío, los Reyes Magos no me dicen gran cosa. Como europeo, son parte de mi civilización y de mi
cultura. Del teatro medieval, de la pintura renacentista, de los villancicos vascos, de la poesía de Eliot. La misma
que debo defender para mis hijos. Nada que ver con una colección de pesadillas de ikastola ni con un gordo
imbécil gritando en spanglish (ho,ho!).

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