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Miles de jóvenes empiezan con delitos menores y pueden ir escalándolos, y ser reclutados después por las bandas.
¿Por qué delinquen? Por un lado, por desempleo. Uno de cada cuatro jóvenes latinoamericanos está fuera del
mercado de trabajo y de la escuela, excluidos, vulnerables. Por otro lado, por la falta de educación. La escolari-
dad promedio de Noruega y Suecia es 12 años; la de América Latina, la mitad. Las empresas de la región, con
razón, piden cada vez más diploma de secundaria, incluso para empleos no calificados.
Otro factor central es la desarticulación familiar. La familia, como institución central de la sociedad, debe entre-
gar valores y ejemplos éticos, y ser tutora de los jóvenes. Es la institución más eficiente de prevención del delito
existente. Ninguna Policía del mundo podrá sustituirla. El 66 por ciento de los delincuentes jóvenes de Uruguay y
de Estados Unidos vienen de familias desarticuladas. En la región, muchas familias de los sectores populares y
medios se desarticularon ante el shock de pobreza y desigualdad de las últimas décadas.
Para bajar el número de delincuentes radicalmente, hay que dar empleo a los jóvenes, aumentar la escolaridad y
fortalecer la familia. El presidente Lula enfatizó hace poco que es mucho más barato construir un aula que una
celda, mientras su par Kirchner planteó que la seguridad no se construye con un palo en la mano. Por su parte,
Bill Clinton subrayó que el descenso en la criminalidad joven en Estados Unidos en su período de gobierno estuvo
vinculado sobre todo a la baja del desempleo juvenil y al aumento del salario mínimo. “