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Una vez más el socialismo es puesto sobre el tapete en Venezuela, en esta ocasión con
mayor oportunidad de profundizar teóricamente y avanzar en su aplicación práctica --que
es razón de ser de todo militante revolucionario-- toda vez que uno de los mayores
impulsos viene de la misma presidencia de la República, lo cual implica parte de la
discusión acerca de qué socialismo se trata y la búsqueda de aportes históricos, de
experiencias vividas en su aplicación por otros militantes obreros y revolucionarios,
marxistas o no, en circunstancias y lugares distintos.
Y tenemos, parte del problema a resolver, la experiencia del “derrumbe del socialismo”
en la Unión Soviética, fenómeno cuyo balance no conocemos y que en no pocas
ocasiones es atribuido a rasgos de personalidad de un dirigente, sin hurgar en los
procesos de lucha de clases que se desarrollaron luego de la Revolución de Octubre de
1917, vinculados a los orígenes y circunstancias de esa revolución, a las prácticas de los
dirigentes y militantes que asumieron las tareas de un cambio social bajo influencia del
llamado “socialismo científico”, con diferentes interpretaciones y aplicaciones que a su
vez tuvieron peso específico en organizaciones políticas, sindicales y culturales
internacionales.
Veamos, por ejemplo, el mensaje que la Dirección del PCV transmitió a la Juventud
Comunista con motivo de su XVII Aniversario a través de “Principios”, la Revista del
Comité Central, en su número 2 de noviembre-diciembre de 1964.
Luego leímos el “Manifiesto de Argel”, texto de una intervención del “Ché” en esa ciudad
en febrero de 1965, en el cual formuló una completa requisitoria contra “los países
socialistas”. Citamos Obras Completas, Ediciones CEPE, Argentina, 1973:
“… No puede existir socialismo si en las conciencias no se opera un cambio que provoque una
nueva actitud fraternal frente a la humanidad, tanto de índole individual, en la sociedad en que se
construye o está construido el socialismo, como de índole mundial en relación a todos los pueblos
que sufren la opresión imperialista.
Creemos que con este espíritu debe afrontarse la responsabilidad de ayudar a los países
dependientes y que no debe hablarse más de desarrollar un comercio de beneficio mutuo basado
en los precios que la ley del valor y las relaciones internacionales de intercambio desigual, producto
de la ley del valor, imponen a los países atrasados.
¿Cómo puede significar «beneficio mutuo» vender a precios de mercado mundial las materias
primas que cuestan sudor y sufrimientos sin límites a los países atrasados y comprar a precios de
mercado mundial las máquinas producidas en las grandes fábricas automatizadas del presente?
Si establecemos ese tipo de relación entre los dos grupos de naciones, debemos convenir en que
los países socialistas son, en cierta manera, cómplices de la explotación imperial. Se puede argüir
que el monto del intercambio con los países subdesarrollados constituye una parte insignificante
del comercio exterior de estos países.
Es una gran verdad, pero no elimina el carácter inmoral del cambio”. (Libro 5, página 84)
“El Partido canalizaba la energía revolucionaria y la iniciativa creadora de las masas hacia la
construcción del Estado Soviético. El antiguo aparato del Estado de la burguesía y los
terratenientes (el aparato policiaco, burocrático, militar, judicial) fue demolido, y en sustitución de
él fue creado un aparato nuevo, el aparto del Estado proletario. Ya en los primeros días de la
revolución habían sido suprimidos los ministerios del Gobierno Provisional burgués. El Poder de los
Soviets instituyó los Comisariados del Pueblo. Fueron destituidos los funcionaros del Gobierno
Provisional y liquidados los organismos locales del Poder de la burguesía y los terratenientes. Se
disolvieron las Dumas urbanas y la administración de los zemstvos, que representaban los
intereses de la burguesía y los terratenientes. Los Soviets de diputados obreros, soldados y
campesinos pasaron a ser en todas partes los únicos órganos del Poder del Estado. Fueron creados
los tribunales populares soviéticos y la milicia obrera para reemplazar los antiguos tribunales y la
policía. Con objeto de combatir la contrarrevolución y el sabotaje, se formó un organismo especial,
la Comisión Extraordinaria de toda Rusia (VChK), al frente de la cual fue puesto F. Dzerzhinski.”
(Páginas 310-311)
En Rusia los obreros empujaban parcialmente hacia ese objetivo, pero no así los
campesinos, quienes pedían garantías de que sus productos llenaran necesidades de
mercado antes que colectivas y a pesar de ello los organismos de gobierno decidieron, a
principios de 1918, fusionar los soviets de diputados obreros y de soldados con los de
campesinos, truncando de esa manera la primacía del proletariado ruso en las tareas de
la revolución socialista.
La base de los soviets eran los comités de fábrica, pero en muchos de ellos se
manifestaron tendencias a considerarse unidades productivas independientes,
pertenecientes a sus trabajadores, contraviniendo así la política de dominio de la clase
sobre los medios de producción en beneficio del colectivo general. Esa práctica
bloqueaba, por otra parte, la necesaria coordinación previa para determinar qué producir,
tomando en cuenta el ciclo circulatorio, con lo cual el proyecto revolucionario se colocaba
a merced de la respuesta del mercado y se invertía el orden requerido.
Es por ello que el “control obrero” tampoco fue una estrategia clasista de ocupar
posiciones en función de modificar la correlación de fuerzas sociales que constituyen el
poder político-económico, sino una salida que los órganos gubernamentales buscaron
para contrarrestar la contradicción referida, que además de la desviación política podía
significar paralización productiva. Y esas instrucciones de control sobre los comités de
fábrica encontró resistencia tanto de los obreros, quienes se consideraban despojados de
su poder, como de fracciones políticas y sindicales que se habían visto desplazadas de
sus posiciones por la revolución soviética.
“Hemos tenido que recurrir ahora al viejo método burgués y aceptar los «servicios» de los grandes
especialistas burgueses, a cambio de una remuneración muy elevada. Los que conocen la situación
lo comprenden, pero no todos se paran a meditar sobre el significado de semejante medida tomada
por un Estado proletario. Es evidente que tal medida constituye un compromiso, una desviación de
los principios sustentados por la Comuna de París y por todo poder proletario, que exigen la
reducción de los sueldos al nivel del salario del obrero medio, que exigen se luche contra el
arribismo con hechos y no con palabras.
Pero esto no es todo. Es evidente que semejante medida no es sólo una interrupción en cierto
terreno y en cierto grado de la ofensiva contra el capital (ya que el capital no es una simple suma
de dinero, sino determinadas relaciones sociales), sino también un paso atrás de nuestro poder
estatal socialista, soviético, que desde el primer momento proclamó y comenzó a llevar a la
práctica la política de reducción de los sueldos elevados hasta el nivel del salario del obrero medio”
(página 427)
El resultado práctico fue que los soviets, comités de fábrica y los otros órganos del
proletariado, en vez de tener autonomía y hegemonía sobre todas las otras instituciones
sociales, fueron integrados al aparato general del Estado en calidad de subordinados, por
lo cual toda la resistencia al aparato estatal por parte de los trabajadores era
automáticamente calificada de contrarrevolucionaria.
Tanto los organismos de “control obrero” como los comités de fábrica desaparecieron.
"Hemos heredado la vieja administración pública, y ésta ha sido nuestra desgracia. Es muy
frecuente que esta administración trabaje contra nosotros. Ocurrió que en 1917, después de que
tomamos el poder, los funcionarios públicos comenzaron a sabotearnos. Entonces nos asustamos
mucho y les rogamos: «Por favor, vuelvan a sus puestos». Todos volvieron y ésta ha sido nuestra
desgracia. Hoy poseemos una inmensidad de funcionarios, pero no disponemos de elementos con
suficiente instrucción para poder dirigirlos de verdad. En la práctica sucede con harta frecuencia
que aquí, arriba, donde tenemos concentrado el poder estatal, la administración funciona más o
menos; pero en los puestos inferiores disponen ellos como quieren, de manera que muy a menudo
contrarrestan nuestras medidas. Hombres de los nuestros, en las altas esferas, tenemos no sé
exactamente cuántos, pero creo que, en todo caso, sólo varios miles, a lo sumo unas decenas de
miles. Pero en los puestos inferiores se cuentan por centenares de miles los antiguos funcionarios
que hemos heredado del régimen zarista y de la sociedad burguesa y que trabajan contra nosotros,
unas veces de manera consciente y otras inconsciente."
Pero sí entender cabalmente de qué se trata, qué errores fueron cometidos, cómo se
desarrollaron los acontecimientos que jalonan la historia de la humanidad y
particularmente la de la clase obrera. Y preguntarnos también por qué esta clase ha sido
señalada como la más capaz para protagonizar los cambios revolucionarios contra el
capital. ¿Es por mandato divino, o por determinismo histórico, o por caprichos de algún
teórico o grupo de teóricos?; porque si de una “misión” se trata no se explica cómo la
“clase dominante” simplemente fue desplazada de su lugar por un organismo
administrativo estatal en los primeros años de la revolución soviética.
Veamos por ejemplo una opinión de Paul MATTICK, tomada de su introducción a “¿Qué
es la Socialización? Un Programa de Socialismo Práctico”, escrito por Karl KORSCH y
cuya cita tomamos de la edición de “Cuadernos de Pasado y Presente”, editado en
Argentina en 1973:
“Las repercusiones de la primera guerra mundial, y más aun las de la revolución rusa, hicieron
estallar violentamente la crisis, que, desde hacía largo tiempo, minaba al marxismo y al
movimiento obrero occidental. Antes de la guerra, la socialdemocracia estaba dividida, en base a
planteamientos teóricos, en un ala «revisionista», dirigida por Eduard Bernstein, y un ala
«ortodoxa», representada por Karl Kautski. La guerra revelaría que de hecho esta división en dos
tendencias no encubría sino una actividad reformista semejante, social-patriota y fundada en la
colaboración de clases. Los elementos más extremistas del ala izquierda del movimiento socialista
internacional y sus representantes más destacados, Lenin en Rusia, y Rosa Luxemburg en
Alemania, dejaron de reivindicar la «ortodoxia» marxista, exigiendo por el contrario la vuelta a la
unidad de la práctica y de la teoría socialistas desvanecida desde hacía mucho tiempo.
[…] El «revisionismo» marxista no era más que la teoría de una práctica no revolucionaria y la
«ortodoxia» marxista una teoría separada de toda práctica que, por consiguiente, servía
indirectamente de apoyo ideológico al reformismo burgués.” (Páginas 7 y 11)
[…] En las empresas nacionalizadas, las relaciones capitalistas de producción son desplazadas por
las relaciones de producción socialistas. Los medios de producción, al convertirse en propiedad
social, dejan de ser capital. Queda abolida la explotación del hombre por el hombre. Se implanta
una nueva disciplina del trabajo, la disciplina socialista. Surge la emulación socialista entre los
obreros. Van arraigando paulatinamente los principios socialistas de gobierno de la producción, en
los que la dirección única se combina con la actividad creadora de las masas trabajadoras. La
producción comienza a desarrollarse con arreglo a un plan socialista, en interés de toda la
sociedad. […]
“… desde que Bismarck emprendió el camino de la nacionalización, ha surgido una especie de falso
socialismo, que degenera alguna que otra vez en un tipo especial de socialismo, sumiso y servil,
que en todo acto de nacionalización, hasta en los dictados por Bismarck, ve una medida socialista.
Si la nacionalización de la industria del tabaco fuese socialismo, habría que incluir entre los
fundadores a Napoleón y a Metternich…
[…] El Estado moderno, cualquiera que sea su forma, es una máquina esencialmente capitalista,
es el Estado de los capitalistas, el capitalista colectivo ideal. Y cuantas más fuerzas productivas
asuma en propiedad, tanto más se convertirá en capitalista colectivo y tanto mayor cantidad de
ciudadanos explotará. Los obreros siguen siendo obreros asalariados, proletarios. La relación
capitalista, lejos de abolirse con estas medidas, se agudiza, llega al extremo, a la cúspide.” (Tomo
III, Nota de pie de página 152 y página 153)
Seguimos sosteniendo por ejemplo que los trabajadores debemos luchar por conquistar
nuestra autonomía política y organizativa, tarea en la cual deben jugar papel importante
los Consejos Obreros de Fábrica, base sobre la cual desarrollar y aplicar el Control
Obrero sobre la producción y la distribución en la estrategia de construir un Poder Dual
que nos prepare y eduque para derrocar al poder capitalista y edificar el socialismo
revolucionario.
“2. Distraer a los obreros de los problemas planteados por las relaciones verticales en la fábrica,
que podrían llevar a la fuerza obrera organizada a disputar a los patronos el derecho a determinar
los ritmos de producción, qué productos fabricar, el nombramiento de jefes y capataces o los
despidos. Así, las relaciones capitalistas de producción son preservadas permaneciendo los
patronos con la sartén por el mango, es decir, sin que su dominio y propiedad sobre las máquinas,
el trabajo y su producto sean discutidos y puestos en peligro.
3. Dividir a los obreros dentro y fuera de la fábrica al incorporar a ciertos trabajadores a la gestión
empresarial, con lo que éstos creen romper las barreras de clase sin darse cuenta de su utilización
como coartada ideológica para engañar a incautos pues cualquier trabajador aceptado en la mesa
directiva de una empresa capitalista sólo hará de figura decorativa sin posibilidad alguna de
decisión real, dado que todas las empresas configuran un circuito de producción y distribución
articulado al mercado que es monopolizado por los capitalistas y su Estado. Mientras los
trabajadores no derribemos a ese Estado y controlemos el mercado, no podremos
autodeterminarnos política y económicamente. En todo caso, a los capitalistas les importa poco dar
algunas prebendas a determinado grupo de trabajadores en determinada área productiva mientras
su control sobre el proceso total de producción se mantenga y reproduzca.
Hoy se ha puesto sobre el tapete una serie de consignas que “mete en un mismo saco” a
conceptos a nuestro juicio incompatibles como cogestión y socialismo revolucionario,
incompatibilidad que ha sido demostrada históricamente pues forma parte de los sueños
imposibles que incluyen “la democratización del capital”, “el copamiento gradual del
Estado”, el “sindicalismo revolucionario” y otras herencias del reformismo.
Existe bastante literatura acerca de la cogestión pues tal fue una de las “modas” que la
CTV intentó aplicar aquí, a cuyo fin fue fundado en 1973 el Instituto Latinoamericano de
Investigaciones Sociales (ILDIS), financiado con recursos del Ministerio de Cooperación
Económica de la República Federal de Alemania, razón por la cual una de las voces
autorizadas para pontificar acerca de las presuntas bondades cogestionarias era el
entonces Secretario General de COPEI, Eduardo FERNÁNDEZ.
(…) Ha de contribuir a solucionar - dicho más modesta y, por tanto, más exactamente - a superar,
siempre de nuevo, pero también sólo de forma provisional, los problemas fundamentales de todas
las sociedades con división de trabajo en la industria.
(…) Poco relieve tienen los así llamados derechos de cogestión económica. Si la gerencia de una
empresa planea cambios en ella, debe, ciertamente consultarlo con el consejo de empresa, pero,
con todo, éste no puede evitarlos.
(…) Ello responde a un principio general del régimen de empresas que podría expresarse de esta
forma: los derechos de cogestión y de participación de los consejos de empresa acaban allí donde
comienzan las verdaderas decisiones empresariales. La decisión económica de la gerencia
empresarial determina el marco de la labor de los consejos de empresa. Este solamente tiene
derecho a participar en las medidas a tomar luego, dentro de este marco, en relación con
cuestiones sociales y de personal.
(…) Frente a esto, la actuación de los consejos de empresa se reduce a intervenciones correctivas.
En eso reside una debilidad fundamental de la labor de los consejos de empresa. Se impiden
injusticias sociales evitables. Se suavizan socialmente procesos económicos inevitables”.
Es decir:
b. los derechos de cogestión económica son tan útiles como un chaleco antibalas hecho de
lona, pues cuando la gerencia de una empresa planea cambios, el “consejo de empresa” no
puede evitarlos.
c. los derechos de cogestión llegan hasta donde comienzan “las verdaderas decisiones
empresariales”, las cuales determinan el marco de la labor de los consejos de empresa. Los
trabajadores en cargos de la dirección empresarial cogestionaria tienen, eso sí,
oportunidad de participar en las medidas “a tomar luego, dentro de ese marco”, en relación
con cuestiones sociales y de personal que en el texto no son explicadas.
d. la cogestión asume entonces un papel que muestra toda su carga “revolucionaria”: impide
injusticias sociales evitables y suaviza los procesos económicos inevitables, algo así como
vaselina con anestésico local en prácticos envases con forma de antifaz de “El Zorro”.
En todo caso, creemos que en Venezuela existe ya una práctica de cogestión que puede
ser analizada y balanceada para determinar cuál ha sido su resultado en función del
avance revolucionario no de un grupo de trabajadores que pueda haber sido favorecido
por beneficios económicos y/o sociales, no de representantes políticos o empresariales
que puedan mostrar cifras de ganancias por la efectiva explotación de mano de obra
asalariada, por aplicación de la división social del trabajo y por técnicas gerenciales que
no tienen diferencia alguna con las cotidianamente aplicadas por las empresas
capitalistas en cualquier punto del globo terráqueo.
Una de las obligaciones que tenemos, antes de tratar de “construir lo nuevo”, es conocer
la realidad que debemos transformar, comenzando (ya lo señalaba Wilhelm REICH y lo
reclamaba “el Ché”) por nosotros mismos. Y si hablamos de socialismo revolucionario
tenemos que preguntarnos por la clase o conjunto de clases que deben asumir esa tarea
política.
Como lo exponía Federico ENGELS (“Sobre la Acción Política de la Clase Obrera”, Obras
Escogidas de MARX y ENGELS en un tomo. Editorial Progreso, Moscú, 1975, página
323):
“… Pero la revolución es un acto supremo de la política; el que la quiere debe querer el medio, la
acción política que la prepara, que proporciona a los obreros la educación para la revolución y sin la
cual los obreros, al día siguiente después de la lucha, serán siempre víctimas del engaño… Pero la
política a que tiene que dedicarse es la política obrera; el partido obrero no debe constituirse como
un apéndice de distintos partidos burgueses, sino como un partido independiente, que tiene su
objetivo propio, su política propia”.
¿Es suficiente solo el cambio jurídico de propiedad para que las empresas se transformen
en “socialistas”?; ¿cómo afrontar el aspecto de la psiquis, es decir, el conflicto entre
ideas, costumbres y formación de personas bajo valores de egoísmo, individualismo, y
acendrado sentido de propiedad que de pronto y en nuestro caso específico se convierten
en “propietarios de medios de producción” no por un medio autónomo de luchas y
aproximaciones sino por acciones de terceros, concretamente del gobierno nacional?;
¿cómo podemos garantizar que los cambios se conviertan en permanentes y no puedan
ser modificados negativamente por un cambio de ese gobierno?; ¿y cómo responder a la
obligada reacción del capital ante lo que sin duda calificará de “expropiación”?; y frente a
una disyuntiva de esa importancia, ¿es posible que el Estado (que sigue siendo, no lo
olvidemos, capitalista) actúe de manera “neutral”?
Y como se trata de una proposición para la discusión, para el intercambio y para nuestra
propia educación política, invitamos a la lectura y análisis del libro (ut supra citado) de
Karl KORSCH [“¿Qué es la Socialización? – Un Programa de Socialismo Práctico”], a
cuyo fin lo hemos digitalizado y adjuntado al presente trabajo.
“[…] Conviene tener presente aquí una de estas nociones porque facilitará la comprensión de las
siguientes páginas, la de proyecto revolucionario: proyecto revolucionario, que no procede ni de un
sujeto ni de una categoría definible de sujetos, cuyo portador nominativo siempre es sólo soporte
transitorio; que no es encadenamiento técnico de medios que sirven a fines racionalmente
definidos de una vez para siempre, ni estrategia basada en un saber establecido y situada en
condiciones «objetivas» y «subjetivas» dadas, sino engendramiento abierto de significaciones
orientadas hacia una transformación radical del mundo social-histórico, establecidas y sostenidas
por una actividad que modifica las condiciones en la que se desenvuelve, los objetivos que se erige
y los agentes que la realizan, y unificadas por la idea de autonomía del hombre y de la sociedad”.
Y para quienes puedan estar interesados en leer opiniones relacionadas, incluimos las
direcciones de algunos trabajos publicados en la red:
Karl Korsch nació en 1856 en Tostedt, en los páramos de Luneburg, y murió en Cambridge
(Massachussets) en 1961. Procedente de una familia de clase media, asistió al instituto de
Meiningen y emprendió posteriormente estudios de derecho, economía, sociología y filosofía en
Jena, Munich, Berlín y Ginebra. En 1911 obtuvo el título de doctor en derecho (Doktor Juris) de la
Universidad de Jena. Desde 1912 hasta 1914 estuvo en Inglaterra donde estudió y ejerció las
carreras de derecho inglés e internacional. Al empezar la primera guerra mundial volvió a
Alemania y se incorporó al ejército alemán, al que perteneció durante los cuatro años siguientes;
herido dos veces fue objeto de degradación y promoción militar a tenor de las fluctuaciones
políticas. Se opuso personalmente a la guerra, y lo expresó adhiriéndose al Partido Socialista
Independiente de Alemania (USPD)
II
Las repercusiones de la primera guerra mundial, y más aún las de la revolución rusa, hicieron
estallar violentamente la crisis que, desde hacía largo tiempo, minaba al marxismo y al
movimiento obrero occidental. Antes de la guerra, la socialdemocracia estaba dividida, en base a
planteamientos teóricos, en un ala “revisionista” dirigida por Eduard Bernstein, y en un ala
“ortodoxa”, representada por Karl Kautsky. La guerra revelaría que de hecho esta división en dos
tendencias no encubría sino una actividad reformista semejante, social-patriota y fundada en la
colaboración de clases. Los elementos más extremistas del ala izquierda del movimiento socialista
internacional y sus representantes más destacados, Lenin en Rusia y Rosa Luxemburg en
Alemania, dejaron de reivindicar la “ortodoxia” marxista, exigiendo por el contrario la vuelta a la
unidad de la práctica y de la teoría socialistas desvanecida desde hacía mucho tiempo.
Entre 1922 y 1924, Korsch escribió una serie de estudios [recopilada bajo el título Marxismus und
Philosophie, Gründberg´s Archiv (1923); 2da. edición aumentada, Leipzig, 1930 (en español:
Marxismo y filosofía, Era, México, 1971] contra la “ortodoxia” de Kautsky, cuyo objetivo era la
restitución del contenido revolucionario del marxismo. Tras la publicación del libro de Kautsky, La
concepción materialista de la historia, en el que éste abandonaba su antiguo punto de vista,
Korsch se entregó a un nuevo análisis sistemático y crítico del “marxismo doctrinario” [Die
materialistische Geschichtsauffassung. Eine Auseinandersetzung mit Karl Kautsky (La concepción
materialista de la historia. Una confrontación con Karl Kautsky), Gründberg´s Archiv, XIV, 1929].
La terminología de Kautsky se había modificado ligeramente, pero su interpretación de los textos
de Marx apoyaba abiertamente a los verdugos revisionistas del movimiento socialista. Sus ideas
sobre la evolución, la sociedad, el estado y la lucha de clases servían más bien a la burguesía que
a la clase obrera. Korsch no hizo más que comprobar este hecho. Este carácter encontraba su
expresión teórica en las tentativas de Kautsky de presentar la concepción materialista de la
historia como una “ciencia” independiente no ligada necesariamente a la lucha de clases del
proletariado. Y, según Korsch, este hecho volvía a transformar el marxismo en una pura ideología
que, al ignorar los factores que la condicionan, se concebía a sí misma como una “ciencia pura”.
Bajo esa forma ideológica, el materialismo dialéctico de Marx llegó a dominar el movimiento
socialista, y bajo esta forma perdió también todo sentido revolucionario. Sin rechazar la
denominación de “socialismo científico” --por oposición a “socialismo utópico”-- Korsch no podía
admitir que el marxismo fuese o pudiera llegar a ser una “ciencia” en el sentido burgués del
término. El capital, por ejemplo, no es la economía política, sino la “crítica de la economía política”
desde el punto de vista del proletariado. Asimismo, en lo concerniente a todos los aspectos
restantes del sistema de Marx, no se trata de sustituir la filosofía, la historia o la sociología
burguesas por una nueva filosofía, historia o sociología, sino por una crítica de la teoría y práctica
burguesa en su totalidad. El marxismo no pretende convertirse en una ciencia “pura”, sino que
por el contrario trata de desenmascarar el carácter de clase “impuro” e ideológico de la ciencia y
de la filosofía burguesas.
No sucedió lo mismo al proletariado sometido a su ley y a su explotación. Del mismo modo que
éste salvo en el terreno ideológico idealista, la teoría burguesa no puede ir más allá de la filosofía
de Hegel; ella adopta así un camino diferente. No puede comprender el núcleo racional que oculta
su envoltura mistificadora ni someterlo a una crítica materialista que, en el contexto de las
relaciones de clase existente, revelaría las limitaciones históricas de la sociedad burguesa. Este
proceso sólo es posible desde el punto de vista del proletariado y de su oposición real a la
sociedad clasista burguesa. El punto de vista dialéctico no se interesa por todo el proceso histórico
que empieza con la revolución burguesa más que para producir el movimiento revolucionario de la
clase trabajadora cuya expresión teórica es el marxismo. No se trata de una teoría de un
movimiento proletario que se hubiera desarrollado sobre su propia base, sino de una teoría que,
surgida de la revolución burguesa, todavía lleva, tanto en su forma como en su contenido, las
huellas congénitas de la teoría revolucionaria burguesa.
Ni Marx, ni Engels negaron las raíces históricas de su teoría materialista y de la filosofía burguesa.
No obstante en Marxismo y filosofía, Korsch destacó que esta conexión no implica que la teoría
socialista deba conservar este carácter filosófico en su desarrollo ulterior, ni tampoco que el
jacobinismo de la teoría revolucionaria burguesa deba ser un aspecto de la teoría revolucionaria
proletaria. De hecho, Marx y Engels dejaron de considerar su posición como filosófica y hablaron
del fin de toda filosofía. Ahora bien, según Korsch, con ello no querían expresar una preferencia
cualquiera por las diversas ciencias positivas por oposición a la filosofía. Más exactamente, su
propia posición materialista era la expresión teórica de un proceso revolucionario que se estaba
produciendo realmente y que aboliría la ciencia y la filosofía burguesa aboliendo las condiciones
materiales y las relaciones sociales que encuentran en ellas su expresión ideológica. Aunque, en
las Tesis sobre Feuerbach, Marx afirmó que “los filósofos no han hecho más que interpretar el
mundo de diversas maneras; de lo que se trata es de transformarlo”, esta transformación es
teórica y práctica al mismo tiempo. Según la interpretación de Korsch, la filosofía no puede
ignorarse, ni los elementos filosóficos del marxismo pueden suprimirse.
La lucha contra la sociedad burguesa es también una lucha filosófica, incluso si la filosofía
revolucionaria no tiene otra función que la de participar en la transformación del mundo. Korsch
sostenía que el materialismo de Marx, contrariamente al materialismo naturalista y abstracto de
Feuerbach, era y será siempre un materialismo histórico y dialéctico, es decir un materialismo que
incorpora, comprende y modifica la totalidad de las condiciones sociales históricamente dadas. El
hecho de que Marx haya negado la filosofía no altera en nada su reconocimiento de la ideología y
de la filosofía como fuerzas sociales reales que deben ser dominadas a la vez en su propio terreno
y por un cambio de las condiciones a las que están estrechamente unidas.
III
Este nuevo aspecto que Korsch subrayó en las relaciones entre el marxismo y la filosofía no
procedía de un interés especial por la filosofía; era más bien una necesidad, un deseo de depurar
el marxismo de aquella de sus escorias ideológicas y dogmáticas; era una consecuencia teórica de
la nueva tendencia revolucionaria originada por la guerra y la revolución. Efectivamente, el
marxismo, que elucida la relación dialéctica entre la conciencia social y su base material, también
puede aplicarse al marxismo mismo y al movimiento obrero. No hay que sorprenderse de que el
marxismo de 1848 y del Manifiesto comunista sea diferente de un movimiento marxista que se
desarrolló --paralelamente a un capitalismo en expansión-- durante un largo período no
revolucionario que sólo concluyó, y por otra parte temporalmente, a raíz de los estragos
revolucionarios de la primera guerra mundial. El “revisionismo” marxista no era más que la teoría
de una práctica no revolucionaria y la “ortodoxia” marxista una teoría separada de toda práctica
que, por consiguiente, servía indirectamente de apoyo ideológico al reformismo burgués.
Si la revolución triunfaba en Occidente, quizá podría crear las condiciones necesarias para un
desarrollo socialista de las naciones industrialmente menos desarrolladas. Korsch, como todos los
revolucionarios de esa época, acogió la revolución bolchevique uniéndose a los obreros
revolucionarios de Alemania y de todos los países. Mas, a partir de 1921, la huelga revolucionaria
de postguerra empezó a desvanecerse, y con ella la esperanza de una revolución mundial. La
contrarrevolución en Occidente afectó irremediablemente el carácter de la revolución rusa.
Cualesquiera que hubiesen sido sus aspiraciones originales, el hecho de que tuviera un carácter
nacional y local limitaba sus posibilidades revolucionarias y, en definitiva, la convirtió en una
forma particular de la contrarrevolución internacional. El régimen bolchevique de Rusia solo podía
subsistir haciendo concretamente lo que ideológicamente se veía obligado a rechazar: desarrollar
y extender el modo de producción capitalista. Este no era el objetivo original del bolchevismo, y
no obstante, el antiguo objetivo se convirtió en aquel momento en una ficción ideológica, sin
relación con la estructura económica del país y las fuerzas sociales que trabajaban en su
construcción. Como ideología, este objetivo continuó existiendo; el marxismo en tanto que
ideología se ponía al servicio de una praxis no-marxista: la transformación de Rusia en un estado
capitalista moderno.
Bajo estas condiciones, es comprensible que Marxismo y filosofía inquietara no solo a Kautsky y
sus discípulos, sino también a los ideólogos bolcheviques. La aplicación de la concepción
materialista de la historia al propio marxismo desentrañaba nuevamente la contradicción entre
teoría y praxis que mostraba el conjunto del movimiento obrero de aquellos momentos. El frente
común que se formó rápidamente contra la obra de Korsch demostraba con toda claridad que el
movimiento leninista aún formaba parte integrante de la “ortodoxia” de Kautsky. Del mismo modo
que la adhesión ideológica de Kautsky a los “objetivos finales” del socialismo sólo servía a fin de
cuentas para apoyar el reformismo “sin objetivos” de Bernstein, el dogmatismo de Lenin sólo
podía asumir la función de la falsa conciencia de una praxis contrarrevolucionaria.
El año 1926 fue propicio para percatarse de la debilidad real de los sobresaltos revolucionarios
que siguieron a la primera guerra mundial. El capitalismo todavía no se había estabilizado, y ello
permitía volver a una huelga revolucionaria. Según Korsch [K. Korsch. Der Weg der Komintern (El
camino de la Komintern), Berlín 1926, en: Die materialistische Geschichtsauffassung, 1971]
prepararse para este retorno significaba una intensificación y no un apaciguamiento de la lucha de
clases. Por otra parte, la posibilidad de un nuevo levantamiento implicaba un recrudecimiento de
la contrarrevolución. Todas las fuerzas anticomunistas, desde la derecha reaccionaria hasta la
izquierda reformista, se coaligaron para impedir toda solución revolucionaria a la crisis existente.
Estas fuerzas encontraron en los bolcheviques, obligados a mantener y consolidar el poder del
partido en Rusia y en el mundo entero, aliados indeseables, pero eficaces. El movimiento
comunista internacional se convirtió en un instrumento político del Estado ruso y por ello mismo
dejó de ser una fuerza revolucionaria en el sentido de Marx. A Korsch le pareció que subordinar el
movimiento comunista internacional a las necesidades nacionales de Rusia era repetir la historia
de la Segunda Internacional en la vigilia de la primera guerra mundial; es decir sacrificar el
internacionalismo proletario al imperialismo nacional.
Una crítica detallada de la política bolchevique carecía de sentido entonces, pues lo que
determinaba esa política no era ni una interpretación errónea de la situación real en relación a las
aspiraciones proletarias, o incluso la ausencia de tales aspiraciones, ni tampoco una teoría falsa
susceptible de corrección por vía de la crítica. Por el contrario, esta política surgía directamente de
las necesidades concretas, específicas del estado ruso, de su economía, de sus intereses
nacionales y de los de su nueva clase dirigente: los jefes bolcheviques y su secuela de burócratas.
El comunismo proletario se vería obligado a romper con Rusia y la Tercera Internacional, como
anteriormente tuvo que romper con el social-reformismo y la Segunda Internacional. Es muy
probable que todas esas circunstancias ahogaran temporalmente al comunismo proletario. La
combinación de las fuerzas reales e ideológicas del capitalismo tradicional, de sus partidarios
social-reformistas y del capitalismo de estado ruso cubierto de oropeles marxistas, era más que
suficiente para aniquilar a una minoría revolucionaria todavía incapaz de asumir su derrota.
En cuanto a Rusia, Korsch estableció contactos con el grupo llamado Centralismo Democrático
(“decismo”), conocido principalmente por uno de sus fundadores, Saprónov, toda vez que
subrayaba el carácter de clase de la lucha proletaria contra el partido comunista ruso. Este grupo
reconoció que la lucha debía llevarse fuera del partido, entre los obreros. Pero los desistas, como
los otros grupos de oposición, debían caer muy pronto, víctimas del terror stalinista.
IV
Como se ha afirmado a menudo, la doctrina marxista sólo se interesó por el anarquismo para
suplantarlo por los elementos anarquistas que jugaron un papel en la formación de la Primera
Internacional. Los anarquistas defendían la libertad y la espontaneidad, la autodeterminación y
por consiguiente la descentralización; anteponían la acción a la ideología, y la solidaridad a los
intereses económicos. Precisamente éstas eran las cualidades que hacían falta a un movimiento
socialista que aspiraba a la influencia política y al poder en naciones en las cuales solo se estaba
desarrollando el capital. A Korsch le importaba poco saber si esta interpretación del marxismo
revolucionario tachada de anarquismo era fiel a Marx o no. Lo importante, bajo las condiciones del
capital en el siglo XX, era apoyarse en estas actitudes anarquistas para resucitar el movimiento
obrero. Korsch subrayaba que el totalitarismo ruso estaba estrechamente ligado a la convicción de
Lenin, según la cual se debía temer, antes que estimular, la espontaneidad de la clase obrera, y
que ciertas capas no proletarias de la sociedad --la intelligentsia-- tenían la función de introducir
en las masas la conciencia revolucionaria, dado que éstas eran incapaces de adquirir por sí
mismas su propia conciencia de clase.
Lenin no hizo más que desprender y adaptar a las condiciones rusas, lo que sin duda se había
afianzado subrepticiamente en el movimiento socialista desde hacía tiempo, a saber: el reino de la
organización sobre los organizados y el control de la organización por la jerarquía de los dirigentes.
La revolución burguesa proclamó las ideas de libertad e independencia, razón y democracia, y sin
embargo dichas ideas no podían realizarse en la sociedad de clases burguesa. La crítica de la
economía política de Marx constituía pues por este mismo hecho un programa de revolución
proletaria destinado a la abolición de las relaciones de clase. Poco importaba que la mayor parte
del mundo se encontrase en los horrores de la revolución burguesa o tuviera que soportarlos
todavía. Dondequiera que esas revoluciones triunfaran, crearon a su vez su propia negación: las
aspiraciones del proletariado industrial. La revolución burguesa no era final, sino el principio de
una revolución social “permanente” que no cesaría hasta que dejara de ser el instrumento del
desarrollo social, es decir, hasta el advenimiento de la sociedad sin clases. Nadie podía predecir la
duración de este proceso que depende del desarrollo de la conciencia de clase y de la intensidad
de las luchas reales del proletariado. La existencia de una conciencia semejante y de las luchas
del proletariado por unos objetivos de clase, aunque restringidas a los marcos de la revolución
burguesa, permitía predecir que la revolución proletaria sería el producto final del desarrollo
capitalista.
Si el mundo era una propiedad de la burguesía, las tareas revolucionarias del proletariado debían
ser única y exclusivamente de orden crítico, y ello tanto en el terreno de la teoría cuanto en el de
la praxis. Esta crítica debía hacerse incluso sobre las lagunas de la revolución burguesa, puesto
que se consideraba al capitalismo como la condición previa del socialismo. Sin embargo, el
desarrollo del capitalismo se aceleraba y su longevidad decrecía en razón a la iniciativa creciente
de la clase obrera y, simultáneamente, de las acciones de clase del proletariado. Y sólo era preciso
apoyar la revolución burguesa, en la medida en que ella creaba las condiciones fundamentales
para la revolución proletaria. Una acción semejante no podía prescindir de una clara conciencia de
clase, constantemente alerta, que asumiera permanentemente su objetivo socialista, si no quería
convertirse en un apoyo puro y simple de la burguesía. El hecho de que Marx apoyara y
estimulara los movimientos nacionalistas y democráticos burgueses no estaba en contradicción
con su teoría de la revolución proletaria, sino que simplemente demostraba que todavía existía un
abismo entre la revolución burguesa y la revolución proletaria, entre la aparición de la clase
obrera y su emancipación.
Marx no apoyaba las revoluciones burguesas por consideración táctica, con el fin de conquistar el
control de dichas revoluciones y transformarlas en revoluciones proletarias, en socialismo. Su
único objetivo era apoyar realmente la formación de una clase cuyo nacimiento engendraría a su
vez su contrapartida: el proletariado, asegurando de este modo el advenimiento de una nueva
revolución como punto final a su triunfo. Este apoyo, estrechamente ligado a las condiciones de la
Europa de 1848, pierde todo su sentido con la desaparición de dichas condiciones.
Evidentemente, esta situación no era la de Rusia. Las condiciones sociales parecían análogas a las
de Europa en 1848. Burgueses y proletarios afrontaban, tanto unos como otros, las condiciones
semifeudales del zarismo y las aspiraciones no socialistas de las masas campesinas. Se avecinaba
una revolución, pero que o sería ni proletaria en el sentido de Marx, ni burguesa en el sentido de
la revolución francesa. Más bien presentaría elementos de ambas, pero sería ante todo una
revolución campesina en un país todavía atrasado desde el punto de vista del capital, un país
sumido bajo el control del mercado capitalista mundial y, en consecuencia, mezclado en las
actividades tanto capitalistas e imperialistas como socialistas, en las diversas convulsiones que
agitan la política nacional e internacional.
Se sabe que Lenin pensaba que la revolución consumada antes de tiempo en Rusia sería una
revolución burguesa y democrática, pero no dejó de bautizar la revolución real como “proletaria”
por el mero hecho de que los bolcheviques lograron apoderarse del estado y de que los
bolcheviques eran un partido marxista. La ley totalitaria del partido se fue extendiendo
lentamente sobre toda la sociedad, pero bajo la fachada de la “dictadura del proletariado”, pese a
que el proletariado, proclamado como clase dominante, tuvo que crearse previamente mediante la
transformación forzosa de la atrasada Rusia en un estado industrial moderno. Se llegó a
considerar que el espacio de tiempo transcurrido entre el principio de la revolución y la toma del
poder por los bolcheviques constituía la transición de la revolución burguesa democrática a la
revolución proletaria o más bien el entrelazamiento de las revoluciones burguesa y proletaria. Ello
venía a eliminar por vía política toda una etapa del desarrollo social, no creando el proletariado y
las condiciones del socialismo a través de las relaciones capitalistas de clase, sino mediante la
conjunción de instrumentos ideológicos y del poder directo del estado. Esta posición no era en
ningún sentido marxista, pero podía justificarse si se concebía la revolución rusa, no como un
asunto nacional, sino como parte de un proceso revolucionario mundial. Ello, hubiese agrupado a
las zonas atrasadas del mundo en torno a los países socialistas, de la misma manera que el
capitalismo, pese a las diferencias entre los diversos países, había reunido anteriormente a todas
las naciones bajo una economía mundial regulada por el capital.
Mientras existió una posibilidad de extenderse hacia Occidente, la tentativa de Lenin de ampliar la
revolución rusa más allá de sus límites objetivos respondía a las necesidades de una revolución
proletaria en Occidente. Pues bien, esta correspondencia se desvanecería al no cumplirse la
revolución en Occidente. Movimientos de la importancia del bolchevismo pueden fracasar, pero no
pueden resucitar; una vez en el poder, tenía que afianzarse a cualquier precio; abandonarlo, no
era retroceder, sino morir. Y permanecer en el poder era someterse a la ley marxista según la
cual las fuerzas productivas determinan las relaciones sociales de producción y por consiguiente
las superestructuras políticas, y no a la inversa. La tarea que la burguesía realizó en otras
naciones, o sea, la creación del capital mediante la “acumulación originaria” y la explotación del
proletariado, sería asumido ahora por un partido que se decía marxista. En este sentido, el hecho
de que se haya conservado la ideología marxista no debe sorprendernos pues, del mismo modo
que en el capitalismo, la ideología dominante no refleja las condiciones reales. ¿Acaso la función
de las ideologías no consiste en enmascarar y justificar una práctica social inaceptable?
La digresión precedente tiene por objeto resumir las ideas expuestas y las posiciones adoptadas
por Korsch en algunos de sus artículos sobre las relaciones entre las revoluciones rusa, burguesa
y proletaria. Marx tuvo muy presente las realidades creadas por la revolución burguesa y sus
consecuencias, en la medida en que sólo concebía el capitalismo como la fase intermedia de un
proceso revolucionario destinado a culminar en el socialismo. Korsch también debía tomar una
postura respecto a los problemas planteados por la revolución bolchevique y su carácter
particularmente no-marxista.
Mientras las condiciones prever una revolución en Occidente, es decir, durante el período llamado
“heroico” de la revolución rusa, el del comunismo de guerra y de la guerra civil, la resolución
estaba tomada. Oponerse al régimen bolchevique en semejantes circunstancias, significaba
defender la contrarrevolución no sólo en Rusia, sino en el mundo entero. Cualesquiera que hayan
podido ser sus reservas mentales, los revolucionarios alemanes tenían que sostener
necesariamente la revolución rusa. Hasta que los propios bolcheviques no se volvieron contra los
revolucionarios rusos y occidentales --solicitando la paz con el mundo capitalista-- no fue posible
atacar al régimen bolchevique sin prestar al mismo tiempo un poderoso apoyo a la
contrarrevolución internacional.
Aunque el marxismo pudiese esclarecer situaciones análogas a las que existían en Rusia antes de
los bolcheviques o en otros países poco desarrollados, no puede ofrecer ningún programa de
reconstrucción social para los movimientos revolucionarios correspondientes a esas condiciones.
Su dominio se limita a la revolución proletaria de los países avanzados; pero en estos países no
ha habido revolución, o cuando la ha habido, ha fracasado. Y allí donde una revolución puede
triunfar --en Rusia-- no tuvo un carácter proletario. No por ello renunció a pedir prestada su
ideología al marxismo, pues la idea de revolución estaba indisolublemente unida a la del
socialismo marxista. Esta situación comportó la disociación entre esta revolución y el socialismo
proletario, y por consiguiente la reducción del sentido verdadero y concreto de la doctrina
marxista.
VI
Korsch sostenía que todas las tesis marxistas “no representaban más que un esbozo histórico del
ascenso y desarrollo del capitalismo en Europa occidental. Fuera de este terreno, el marxismo sólo
tiene validez universal en el sentido en que todo conocimiento empírico profundo de las formas
naturales e históricas se aplica a numerosos casos, sin limitarse al único estudiado” [Einführung in
das Capital, Berlín, 1933, p. 33] Por consiguiente el marxismo opera “a dos niveles de
generalidad; como ley general del desarrollo histórico, esto es, el materialismo histórico; y como
ley particular del desarrollo del modo de producción capitalista actual y de la sociedad burguesa
que es su producto” [Ibíd.] En este último caso, no se interesa “por la sociedad capitalista real en
el período en que se establece y se consolida, sino por la sociedad capitalista en su etapa de
declive, donde se puede comprobar y demostrar la existencia de las tendencias que conducen a su
desmoronamiento y a su decadencia” [K. Korsch. Why I am a Marxist, Modern Monthly, New York,
vol. IX]
El capital de Marx, en tanto que crítica de la economía política, constituye claramente una
contribución a la ciencia económica. Si se le examina a la luz del materialismo histórico, la
economía política no solo aparece como un sistema teórico de proposiciones verdaderas o falsas,
sino como la revelación de una parte de la realidad histórica, en el caso presente la totalidad y la
historia de la única clase burguesa. Dado que esta totalidad constituye el propio objeto de El
capital, esta obra es una teoría a la vez histórica, sociológica y económica.
La ciencia económica burguesa, sometida a los mecanismos competitivos del mercado y a las
relaciones de explotación del capital y del trabajo, no tiene otras funciones que las descriptivas e
ideológicas. Por mucho que se esfuerce por obtener alguna posibilidad de aplicación práctica, su
estructura de ciencia “independiente” le impide cualquier éxito. Por el contrario, la teoría marxista,
pese a su carácter socio-económico, no tiene por objeto enriquecer la ciencia de la economía, sino
destruirla al liquidar las relaciones sociales que esta ciencia intenta legitimar y defender. El
marxismo solo trata de asimilar la economía capitalista en la medida en que ello puede contribuir
a la destrucción del capitalismo; nunca es “operativa” en el sentido burgués del término. Esta
ciencia económica “que el proletariado ha heredado de la burguesía, ya no puede transformarse
en arma teórica de la revolución proletaria por la simple eliminación de sus tendencias burguesas
y por la elaboración metódica de sus premisas” [K. Korsch. Karl Marx, Londres 1938]
Para abolir la explotación del trabajo “no se debe recurrir a una interpretación diferente de la
economía burguesa, sino a la creación, a través de una transformación social real, de una
situación práctica en la que las leyes de esta economía pierdan su validez y la ciencia económica,
vaciada de su contenido, se desvanezca pura y simplemente” [Ibíd.]
Según Korsch, el análisis económico de Marx sólo puede aplicarse a las condiciones burguesas. La
producción del capital no es una relación entre el hombre y la naturaleza “sino una relación entre
los hombres y los hombres, basada en una relación entre los hombres y la naturaleza”. Las
investigaciones económicas y sociales de Marx han trascendido, en su desarrollo último, todas las
formas y fases de la economía burguesa y han demostrado que “las ideas y los principios más
generales de la economía política son pura y simplemente unos concepto-fetiches que enmascaran
las relaciones sociales reales que existen entre individuos y clases en una etapa determinada de la
formación socio-económica” [Ibíd.] No existe una vía hacia la sociedad sin clases que no implique
la destrucción de las relaciones sociales fetichistas de la producción del capital, y una sociedad
verdaderamente socialista no puede descansar sobre la “ley del valor”. Los límites precisos, el
carácter de especificidad que Korsch a las teorías sociales y económicas de Marx, impiden toda
tentativa de considerar el marxismo como la simple fase de un desarrollo, sin solución de
continuidad, de la teoría económica; esos límites impiden toda tentativa de utilizar la “economía
marxista” para fines socialistas.
VII
El principio de especificidad se aplica del mismo modo a “la filosofía marxista”. Sin negar el hecho
de que Marx haya aceptado sin reticencias la primacía genética de la naturaleza exterior a todos
los acontecimientos históricos y humanos, Korsch considera que el marxismo sólo se interesa en
primer lugar por los fenómenos e interrelaciones de la vida social e histórica sobre la que puede
ejercer una influencia práctica. Erigir el materialismo dialéctico en ley eterna del desarrollo
cósmico, como Engels y su discípulo Lenin, es completamente ajeno a Marx. El hecho de que
Engels sea el iniciador de este error permite comprender la razón por la cual la teoría de la
revolución proletaria se haya convertido tan precozmente en una Weltanschauung, sin ningún tipo
de relación con la lucha del proletariado. Bajo esta forma ideológica, el marxismo podía utilizarse
para fines completamente ajenos al proletariado, como lo hicieron Lenin y la “intelligentsia” en su
lucha por modernizar la sociedad rusa.
Además, dado que Marx, a lo largo de su actividad revolucionaria, se interesó principalmente por
la formación de un partido político revolucionario, se podía creer que Lenin era fiel al marxismo
revolucionario al atribuir más importancia al partido que al proletariado. Ciertamente, Marx habló
de la destrucción final del modo fetichista de la producción capitalista por una nueva organización
social consciente y directa del trabajo; pero sus declaraciones a este propósito no dejaban de ser
oscuras. Se podían interpretar de un modo diverso, sobre todo porque Marx concebía la
trasformación del capitalismo en socialismo, no como un solo acto revolucionario, sino como un
proceso revolucionario que durante cierto tiempo conservaría irremediablemente numerosos
caracteres de la sociedad burguesa. La economía planificada y controlada desde arriba, el nuevo
aparato de estado que consumaba la dictadura del partido, todo ello parecía concordar con la
teoría marxista, si se lo consideraba como etapas transitorias en el proceso que conduce a una
sociedad socialista y autogestionada. Efectivamente, en este punto del razonamiento, el
materialismo científico de Marx se ha traducido en una espera utópica.
Por lo general, como reacción ante la derrota del marxismo, los marxistas académicos dejaron de
ser marxistas. Algunos se consolaron constatando que el marxismo desaparecía en tanto que
escuela de pensamiento independiente y que las diversas ciencias sociales burguesas
incorporarían todo lo que podían asimilar de éste; ello constituía un reconocimiento triunfal del
genio de Marx. Otros declararon pura y simplemente que el marxismo estaba superado y que
había desaparecido con el capitalismo del “laissez faire” y todos los demás aspectos de la época
victoriana. Olvidaban, como Korsch evidenció, que el análisis marxista de las realizaciones del
modo de producción capitalista y de su desarrollo histórico seguía vigente. Y hoy, en un mundo
que marcha visiblemente hacia su autodestrucción, siguen planteándose aquellos problemas
sociales que preocuparon a la época de Marx. Esta reacción no ha hecho más que constatar que,
en la coyuntura actual, no queda ni el menor rastro de un proletariado revolucionario en el sentido
de Marx, deduciendo a partir de ahí la imposibilidad futura de este proletariado.
No obstante, el proletariado no sólo existe, sino que se extiende sobre todo el globo al paso de la
industrialización capitalista de los antiguos países subdesarrollados. Y del mismo modo se
extiende en los países avanzados en razón de la proletarización resultante de la concentración y
de la centralización del capital, dos procesos inexorables que además han sido consolidados
mediante la intervención política. Incluso, si en algunos países fuese posible evitar temporalmente
las consecuencias sociales de este proceso mediante un crecimiento extraordinario de la
productividad, base de la estabilidad social, el crecimiento de la producción no estaría menos
limitado a causa de las relaciones de clase existentes. En resumen, todas las contradicciones
capitalistas subsisten intactas y exigen una alternativa completamente distinta de la que ofrece el
capitalismo. Y para Korsch, lo que se puede concluir del período contrarrevolucionario actual es
que la evolución capitalista no ha alcanzado sus límites históricos extremos mientras que el
capitalismo liberal y el socialismo reformista han alcanzado ya los límites de sus posibilidades de
evolución.
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1. EL FIN DE LA SOCIALIZACIÓN
2. ¿QUÉ ES LA PRODUCCIÓN?
“En la producción, los hombres no actúan solamente sobre la naturaleza, sino también los unos
sobre los otros. No pueden producir sin asociarse de un cierto modo, para actuar en común y
establecer un intercambio de actividades. Para producir, los hombres contraen determinados
vínculos y relaciones, y a través de estos vínculos y relaciones sociales, y sólo a través de ellos, es
como se relacionan con la naturaleza, como se efectúa la producción” (Marx, Trabajo asalariado y
capital)
La estructura de la economía privada del capitalismo que el socialismo combate, está determinada
por la circunstancia de que el ordenamiento económico capitalista, el proceso social de la
producción es considerado, esencialmente o en sustancia, como un problema privado que
compete a personas aisladas. Por lo contrario, la socialización se propone la realización de una
economía comunitaria socialista, es decir, de un ordenamiento económico que considera el
proceso social de la producción como un problema público que compete al conjunto de los
productores y de los consumidores.
“Medios de producción” son todos los objetos y los bienes materiales empleados al fin de la
producción. Según el programa de Erfurt (se refiere al programa del Partido Socialdemócrata Alemán, redactado
por Karl Kautsky y aprobado en el Congreso de Erfurt del 14 al 20 de octubre de 1891), entre ellos se incluyen en
particular: “La tierra, las canteras y las minas, las materias primas, las herramientas, las
máquinas, los medios de comunicación”. No es la íntima naturaleza de un objeto, sino su empleo
a los fines de la producción, lo que hace de él un medio de producción. Hablando en términos
generales, podrían, por lo tanto, ser “medios de producción” toda la tierra en su configuración y
con sus características originarias (naturaleza) y todas las transformaciones producidas en su
superficie, como también debajo y por encima de la misma, mediante la actividad humana
consciente (instalaciones)
Un objeto es empleado a los fines de la producción cuando con su uso se efectúa una prestación
productiva. La prestación productiva puede consistir en ofertas o prestaciones de servicios que
satisfagan de inmediato una necesidad actual, por ejemplo, la prestación del virtuoso que da un
concierto, del cochero, o del personal de un tren. Sin embargo, en principio, la prestación
productiva consiste en la creación de bienes materiales destinados a la satisfacción de
necesidades futuras (bienes de consumo)
“Medios de producción” son, en el primer caso, los objetos necesarios para la oferta o para la
prestación del servicio (el piano, la carroza, la locomotora), en el segundo, los objetos empleados
para la ejecución de bienes de consumo (materias primas, maquinarias, etc.) Toda prestación
productiva sirve, inmediata o mediatamente, al consumo.
La actividad humana que con el uso de medios de producción da lugar a una prestación productiva
de cualquier tipo se llama trabajo. El trabajo mismo no es, pues, un medio de producción
individual, junto a otros tipos de medios de producción; es, en cambio, la condición general y
necesaria de todo uso productivo de los medios de producción, por lo tanto, de toda producción en
general.
4. ¿QUÉ ES EL CAPITAL?
Con el agregado del trabajo asalariado, la propiedad privada de los medios de producción se
transforma en capital.
En una sociedad en la que los medios de producción necesarios son propiedad privada de una
parte de la sociedad, mientras que otra está excluida de la propiedad de los medios de producción
y sólo puede disponer de la propia fuerza de trabajo, el propietario de los medios de producción
(capitalista), adquiere el poder de dominar el proceso de producción social y de apropiarse de
todos sus frutos, excepto de la parte con que adquiere la mano de obra necesaria para la
producción, destinando a los productores privados de propiedad (asalariados proletarios), a la
prestación de trabajo que les corresponde en el proceso de producción. La fuerza de trabajo, que
ante de la conclusión del “contrato de trabajo” es un derecho privado de su depositario natural, en
virtud del contrato de trabajo se convierte en propiedad privada de un extraño. En el curso del
proceso de producción capitalista mismo, no pertenece a su depositario natural, sino al propietario
de los medios de producción necesarios para la producción (el capitalista)
En consecuencia, pueden ser “capital” no solo los productos del trabajo desarrollado
anteriormente, que en la doctrina económica burguesa son con frecuencia designados sólo con
este nombre y contrapuestos a la “tierra” dada en origen (“medios de producción producidos”,
“instalaciones”), sino también la “tierra” (la “naturaleza” misma) Uno y otro “medio de
producción” se transforman en capital cuando constituyen la base material privada de una
producción basada en el trabajo asalariado no libre.
Si llamamos renta a la utilidad que el propietario capitalista de los medios de producción percibe
gracias a la producción social que nace de la utilización de sus medios de producción sin que él
desarrolle personalmente ningún trabajo, en esta renta entra todo beneficio que el capitalista
percibe sin desarrollar algún trabajo, incluida la llamada “renta del suelo”. Es capitalista no sólo el
poseedor de la empresa productiva de la cual extrae la “renta del capital” en sentido estricto, sino
también el propietario privado del terreno sobre el que se instala la empresa productiva; éste se
apropia de una parte del producto de la producción, que asume la denominación de “renta del
suelo”. “Renta del suelo” y “renta del capital en sentido estricto”, son, en cuanto relación social de
producción, por igual “renta del capital”.
Si en una sociedad la relación social de producción del “trabajo asalariado” se convierte en la base
general de la producción social, toda propiedad privada de los medios de producción se convierte
en capital. El conjunto de los miembros de tal ordenamiento social se divide en dos clases: por un
lado, los capitalistas que explotan y dominan la producción, por el otro lado los esclavos
asalariados proletarios explotados. Forman parte de la clase capitalista no sólo los que dirigen y
extraen un beneficio directo de la producción social, sino, en general, todos los que directa o
indirectamente participan del dominio y del producto de la producción social en cualquier forma
que no representa la recompensa de un trabajo productivo desarrollado en el proceso de
producción.
Es indiferente que además de eso este hombre perciba también una renta derivada en parte de su
propio trabajo productivo (la llamada “utilidad del empresario”), una renta que podría percibir sin
ser propietario privado de los medios de producción (sin percibir una renta del suelo o cualquier
otra renta del capital)
Mientras que en el anterior nivel de desarrollo del ordenamiento social “capitalista”, era normal
que una sola persona dirigiese la producción social y extrajera al mismo tiempo ventaja de ella,
hoy habitualmente estas funciones se subdividen entre más personas o grupos de personas que,
más o menos directamente, participan todas en el dominio de y en los beneficios de la producción.
Ya habíamos examinado antes el caso en que el propietario capitalista de la tierra y el propietario
capitalista de la fábrica participan en la explotación de la producción que tiene lugar en la fábrica.
Otros dos casos típicos de una escisión similar de la función capitalista son, en primer lugar, aquel
en el que los verdaderos propietarios no dirigen personalmente la producción sino que la hacen
dirigir en su beneficio por un tercero, por ejemplo, el caso de los accionistas que delegan a una
dirección la administración de los asuntos de la sociedad por acciones.
Todavía más difundido es el otro caso que entra en este ámbito: el de una empresa que trabaja
recurriendo al crédito. También en una empresa de este tipo participan más personas en calidad
de “capitalistas”: en primer lugar, el “propietario”, de nombre y jurídico, de la empresa; en
segundo lugar, los que conceden el crédito. Ambos se reparten el dominio y el usufructo
(exploitation) de la producción de que se trata.
El poder que pone al propietario privado capitalista en condiciones de dominar la producción social
y de apropiarse de sus frutos aparece como un poder fundado económicamente en antítesis con
las relaciones de poder fundadas políticamente (los derechos de dominio y fiscales del estado en
las confrontaciones de los ciudadanos individuales) Ambos tipos de poder son, sin embargo, como
se ha demostrado en el punto 2, relaciones sociales entre hombres, que tanto en su surgimiento
como en su perduración dependen de las concepciones vigentes en la sociedad que los toleran y
los sostienen, en particular de las normas jurídicas del estado que los reconocen y, que si es
necesario, imponen su reconocimiento.
“El propietario de una cosa… puede servirse de ella a su placer y excluir a otros de toda
intromisión” (§ 903 del código civil alemán) Esta coincidencia del poder económico con el poder
político está enmascarada por la división de todo el derecho en derecho privado y derecho público,
característica de nuestro actual sistema jurídico que se coloca bajo el signo de la propiedad
privada capitalista.
“Publicum ius est, quod ad statum rei Romanæ spectat, privatum, quod ad singulorum utilitatem”
(Ulpiano L I § 2 De justo et jure, p. 2) [“Derecho público es el que tiende al bien de toda la
comunidad estatal, derecho privado el que sirve al interés del individuo”]
Las relaciones entre los hombres no pudieron nunca ni en ningún lugar ser tratadas
completamente como derecho privado, ya que en tal caso el estado y la sociedad se hubieran
escindido. El derecho del propietario de los medios de producción de “servirse a su placer de su
objeto” estuvo siempre y en todas partes limitado por disposiciones y prohibiciones de carácter
jurídico público, emanadas del interés de la colectividad; del mismo modo, la falta de libertad
material del obrero privado de propiedad durante el proceso social del producción, una falta de
libertad resultante del derecho de la propia fuerza de trabajo, en los hechos era atenuada en
todas partes por limitaciones coercitivas de la libertad contractual y por la protección del obrero
obtenida en una u otra forma por medio de normas de derecho público.
De lo dicho hasta ahora podría deducirse que existen fundamentalmente dos caminos distintos
hacia la “socialización de los medios de producción”, hacia la abolición de la propiedad privada
capitalista de los medios de producción. En esencia, se podría socializar sustrayendo los medios
de producción del ámbito de poder del capitalista individual (expropiación) y subordinándolos al
ámbito de poder de funcionarios públicos (nacionalización, municipalización y otras formas aún
por tratar) Se podría también socializar sin recurrir a la expropiación de los propietarios,
transformando interiormente el contenido de la propiedad privada de los medios de producción,
tratando a la producción --que de acuerdo con la con la concepción vigente hasta ahora del
derecho privado incluía en el patrimonio privado del propietario capitalista-- cada vez más como
un asunto del derecho público cuya reglamentación ya no compete exclusivamente al propietario
de derecho privado sobre la base de su propio derecho, privado, sino que en cambio compete,
además de a él, también a determinados organismos de derecho público: a las asociaciones
articuladas sectorial y territorialmente de los obreros, de los empresarios, y de los obreros y
empresarios asociados (comunidad del trabajo, cámara del trabajo)
Mediante una progresiva limitación político-social de los poderes del propietario privado, la
propiedad privada debe ir siendo transformada --a través de una evolución continua-- en
propiedad pública. En realidad, la política social, que por definición presupone la propiedad
privada del capitalista y que se propone exclusivamente mitigar el conflicto entre los derechos del
capitalista y los de la colectividad, no puede en ningún caso pasar a una real socialización sin un
salto y un cambio radical. El elemento importante a los fines de una efectiva socialización que la
concepción de Bernstein contiene, junto a la aceptación del modo de pensar capitalista y pese a
ella, será valorado más adelante.
Por el momento tengamos presente lo que sigue: no hay socialización de los medios de
producción sin la total exclusión, realizada de una vez o por etapas, del propietario privado del
proceso de producción social.
De esta condición negativa de toda verdadera socialización resulta, ante todo, lo que sigue: de
todos los procesos que se resuelven simplemente en una subdivisión de la propiedad privada
entre un número mayor de derecho habientes, no resulta ninguna “socialización de los medios de
producción”, sino un simple cambio de los propietarios privados. En este contexto se incluye
también el traspaso de la propiedad del individuo a la llamada “persona jurídica” del derecho
privado, por ejemplo, el traspaso de la empresa de propiedad privada de un individuo a la
propiedad colectiva de una sociedad por acciones. Procesos de este tipo son tan poco
socialización, como lo son los simples proyectos de subdivisión --aunque éstos son definidos a
veces como socialización por adversarios mal informados del socialismo--, por ejemplo, la división
de la gran propiedad territorial en pequeñas colonias de un gran número de propietarios
individuales. Hechos de esta naturaleza, de ahora en adelante, dejarán de ser tomados en
consideración.
De la reivindicación de la total exclusión del propietario privado del proceso de producción, resulta
también la insuficiencia de todas las medidas que se resuelven en una división de los poderes y en
una división de los beneficios entre el propietario que no trabaja por una parte, y el obrero
privado de propiedad, por la otra. En este ámbito entran:
2. Todos los proyectos lanzados siempre como novedad, desde hace cien años por capitalistas
benévolos, más o menos exitosamente de “participación en las utilidades”, de cesión de una parte
de la renta total de la empresa a los asalariados que trabajan en ella;
En el mejor de los casos todas estas “medidas parciales” de socialismo, así como el plan de
Bernstein tratado en el punto 7, pueden ser consideradas simples entregas a cuenta. En los casos
menos favorables --lo que es válido en particular para la mayor parte de los proyectos de la
llamada “participación en las utilidades”-- son directamente antitéticos al real interés de la clase
obrera que avanza hacia la propia emancipación.
9. LA TAREA DE LA SOCIALIZACIÓN
Aún después de la total exclusión de los propietarios privados capitalistas, los mismos medios de
producción en el mismo momento pueden ser usados para la producción sólo por una cantidad
determinada de obreros activos en la producción, precisamente como todo medio de consumo, en
el instante en que cumple su función, puede ser consumido o usado sólo por un número
determinado de personas.
Las formas de socialización que exponen al peligro de un capitalismo de los consumidores son la
socialización a través de la nacionalización, de la municipalización, y de la agregación de las
empresas de producción a las cooperativas de consumo. El peligro de un capitalismo de los
productores surge, en cambio, cuando se efectúa un intento de socialización en el sentido del
movimiento de las cooperativas de producción y del sindicalismo moderno (“las minas a los
mineros”, “los ferrocarriles a los ferroviarios”, etc.) En el espíritu del socialismo, el objetivo de la
socialización no es, sin embargo, ni el capitalismo de los consumidores ni el de los productores,
sino la efectiva propiedad comunitaria para la totalidad de los productores y de los consumidores.
La subdivisión de los derechos que los productores y los consumidores hacen valer en las
confrontaciones de la reglamentación de las relaciones sociales de producción, resulta de una
escisión de la propiedad capitalista privada que debe ser abolida mediante la socialización en sus
atribuciones individuales.
a) un derecho sobre el fruto total de la producción realizada con y gracias a estos medios de
producción, descontando previamente todos los gastos producidos pos materias primas, los
salarios, los impuestos, etcétera (según Marx, un derecho usurpado por parte del
capitalista sobre la “plusvalía” producida mediante el trabajo no libre del asalariado;
a) un reparto del fruto de toda la producción social entre la totalidad de los consumidores;
b) una transformación de los derechos de dominio del propietario capitalista privado a los
órganos de esta totalidad.
Examinando el problema desde estos puntos de vista, parece que surge una posición diferente de
los productores y e los consumidores con respecto a las diferentes formas de “socialización” con
las que se puede enfrentar. Un grupo de estas formas, el primer tipo de socialización, asegura
solo indirectamente a los obreros activos en la producción, y en cambio, directamente a los
consumidores, una satisfacción de sus derechos. El otro grupo de formas, el segundo tipo de
socialización, representa por lo contrario una socialización directa desde el punto de vista de los
obreros activos en la producción, y sólo una socialización indirecta desde el punto de vista de la
totalidad de los consumidores.
De aquí resulta la verdadera relación entre las dos expresiones que tan a menudo son
consideradas equivalentes: socialización y nacionalización. Ya habíamos visto antes que no
toda socialización se produce bajo la forma de la nacionalización. Y ahora hemos visto que,
tomada en sí, la pura y simple nacionalización no puede ser reconocida como socialización
socialista.
El rasgo común fundamental de los dos distintos tipos de “socialización” es el siguiente: mediante
la socialización de uno y otro tipo es siempre quitado de en medio el capitalismo privado, que
hasta ahora había tenido la pretensión de representar en todos los casos.
b) con respecto a los consumidores, los intereses de los obreros en cuanto productores.
En la realidad, en cambio, el capitalista privado aseguraba para sí mismo un poder social y una
renta sin trabajo gracias al fruto de la producción social, y a menudo de las cuotas destinadas
tanto a los que participan en el trabajo de la empresa, como a la totalidad de los consumidores.
Con la desjerarquización de este eslabón intermedio superfluo la contraposición de intereses entre
los productores y los consumidores, entre los obreros y los que disfrutan de los productos del
trabajo --una contraposición necesaria y natural--, se hace sentir con mayor agudeza. En el caso
de cada una de estas formas de “socialización”, la contraposición de intereses debe ser eliminada
si intenta realizar la propiedad comunitaria y no simplemente la propiedad de un estrato.
b) Lo mismo se puede decir también en relación con la distribución del dominio sobre el
proceso de producción. El dominio sobre la producción social se compone de una serie de
determinaciones distintas entre las que se incluye: 1) la determinación de qué y cuánto
debe ser producido, es decir qué cantidad determinada de mercancías o de prestaciones de
servicio debe proporcionarse a los consumidores de la rama de producción en cuestión.
Además, incluye, 2) la decisión sobre el modo de ejecución de la producción, es decir, la
elección del material, de los procesos de trabajo y de los instrumentos humanos. Incluye,
por último, 3) también la decisión relativa a las condiciones en que deben ser ocupados
estos instrumentos humanos (temperatura, disposiciones sanitarias, duración e intensidad
del trabajo, salarios y otras cosas)
En una economía privada puramente capitalista todas estas disposiciones son tomadas “a
su placer” por el propietario privado de los medios de producción. Sólo indirectamente, a
través de la lucha política y de las luchas del trabajo en sentido propio, es decir con la
imposición de disposiciones legales y de contratos colectivos de trabajo, la clase obrera ha
podido ejercer hasta aquí una cierta influencia sobre el contenido de las condiciones de
trabajo (punto 3) y tal vez también sobre la elección de los procesos de trabajo (punto 2),
en la medida en que éstos influyen sobre las condiciones de trabajo. Fuera de la fábrica, en
cuanto ciudadano y afiliado al sindicato, el obrero estaba frente al empresario como
persona provista de iguales derechos; en la fábrica éste era el señor y el obrero era
esclavo.
Sólo con las leyes sobre el servicio auxiliar de 1916 comenzó el proceso que desde la
Revolución de Noviembre adquirió ritmos cada vez más rápidos y dio vida a
representaciones obreras electivas (“comités obreros”, “consejos de fábrica”) también
dentro de cada una de las fábricas, representaciones provistas de derechos de cogestión
garantizados en el terreno del derecho público.
Es evidente que una “socialización” que se propusiese la finalidad de crear una efectiva propiedad
comunitaria no podría transferir a funcionarios públicos nombrados por la totalidad de los
consumidores (Estado, comunas, etc.) las numerosas prerrogativas que en una economía privada
puramente capitalista competen a la persona privada; en ese caso los obreros que desempeñan el
papel predominante en la producción, como tales, permanecerían privados de libertad. Esta
socialización, por otra parte no puede tampoco confiar exclusivamente a los obreros activos en la
producción de una fábrica (de una rama de la industria) estos derechos de decisión, si no se
quiere que la totalidad de los consumidores sea entregada al arbitrio de los obreros de cada
fábrica (de cada rama de la producción)
Pero, si de todos modos se traza esta línea de demarcación entre los derechos de los productores
y los de la totalidad de los consumidores, una cosa es cierta: si se quiere lograr un justo equilibrio
entre intereses antitéticos y con ello una verdadera socialización de los medios de producción, es
necesario que en las dos formas fundamentalmente distintas de socialización, la misma sea
trazada de modo equilibrado en sus resultados.
14. SU INTEGRABILIDAD
a) En particular se sigue de esto que todas las objeciones que suelen hacer los decididos
defensores de la “nacionalización” contra la forma de socialización basada en la cooperativa
de producción (y la forma sindicalista), se basan en presupuestos erróneos. Nadie piensa
repartir enteramente entre los obreros que participan en la producción de una fábrica
dada, el beneficio que se realiza en la misma fábrica utilizando los medios de producción
cuya propiedad última pertenece a la colectividad.
Es obvio, en cambio, que una parte de este beneficio sea destinada a fines más generales.
Por otra parte, mientras que sobre la magnitud absoluta de esta cuota no es posible tomar
una decisión basada en el cálculo, sobre la magnitud relativa puede decirse que la cuota
del beneficio total de una fábrica (de una rama de la industria) por restituir a los fines más
generales podría ser tanto mayor, cuanto mayor sea en la misma fábrica (en la rama
industrial) el valor total (valor de los terrenos y de las instalaciones) de los medios de
producción necesarios para la producción en relación con el número de los obreros
ocupados. De tal modo se evita que los obreros de una fábrica individual (rama de la
industria) se conviertan a su vez en capitalistas, explotadores del trabajo ajeno a través de
la recepción de una renta del suelo y de capital.
Del mismo modo, y por lo contrario, esto revela que en el caso de una aplicación correcta
de la nacionalización (municipalización, etc.) son infundadas las objeciones que los
adversarios irreductibles del sistema de trabajo asalariado hacen valer precisamente contra
este tipo de socialización. El trabajo asalariado no es en sí inconciliable con la economía
comunitaria socialista; sólo lo es en tanto elemento de la antítesis capital y trabajo
asalariado, allí donde subsiste el capitalismo, o sea la propiedad particular de los medios de
producción, y donde los obreros excluidos de tal propiedad pueden ser explotados. Donde
ya no subsiste la propiedad particular, donde no subsiste la explotación capitalista, el pago
de los salarios es solo una forma técnica de la distribución del fruto de la producción
destinado a los productores entre los que participan en la producción.
El hecho de que en una empresa organizada como cooperativa de producción --después del
descuento de una parte importante del beneficio destinado al Estado, a la comunidad y a
otros fines públicos-- lo que queda sea repartido entre los que participan en la actividad de
la empresa, o que en cambio en una empresa estatal pura se les pague a los obreros un
salario en igual medida, constituye sólo un diferencia técnica. Por lo demás, esta forma
técnica del pago del salario no está tampoco necesaria e inseparablemente vinculada a la
forma de socialización específica de la nacionalización (municipalización)
En el caso límite de que una empresa estatal pura destine a sus obreros --precisamente
como han hecho ya algunas empresas capitalistas en la economía privada-- una parte del
beneficio realizado en la empresa en la forma de “participación en las ganancias”, agregado
al salario fijo, hace desaparecer también esta diferencia técnica y las dos formas
fundamentales de la socialización, en lo que concierne a la distribución del fruto de la
producción, pasan a coincidir plenamente.
b) También sería equivocado querer dar preferencia, desde el punto de vista del obrero activo
en la producción, a la forma de socialización sindicalista basada en las cooperativas de
producción, sosteniendo que la misma asegura al obrero una participación en el dominio
sobre la producción más eficaz que la que le garantiza la forma de la nacionalización. Tal
ventaja de una forma de socialización sobre la otra subsiste en efecto sólo mientras la
empresa estatal o municipal, etc., mantiene la forma de organización antidemocrática de la
fábrica que excluye al obrero de toda cogestión dentro de la propia fábrica. Sin embargo,
en ningún caso eso es consecuencia de se esencia. Los desarrollos más recientes de
nuestra “política social”, la ley sobre servicio auxiliar de 1916, y los acontecimientos
revolucionarios de 1918-1919, como habíamos visto en el punto 13 b, han impuesto a la
misma empresa capitalista privada cierta participación --asegurada en el terreno del
derecho público-- de los “comités obreros” (“consejos de fábrica”) electos por los obreros,
en la administración de las empresas. ¡Cuánto más fácil es una evolución organizativa
similar dentro de la empresa que no es más capitalista sino ya nacionalizada, o sea en la
empresa del Estado, municipal, o en la organizada como cooperativa de consumo!
Además de estas dos medidas, es siempre necesaria también una transformación interna del
concepto de propiedad, una total subordinación de toda propiedad particular al punto de vista del
interés común de la colectividad.
Aquí adquiere todo su peso la concepción puesta en primer plano por Bernstein, que subraya la
importancia estable de todas las medidas mediante las cuales se ha intentado reducir, en la
sociedad capitalista hasta aquí existente, los comunes efectos perjudiciales de la conducción
capitalista privada de la economía (llamada “política social”)
Como vemos ahora, tales medidas siguen siendo necesarias para el cumplimiento de la
socialización aun cuando la propiedad privada capitalista haya sido completamente eliminada y
sustituida por una propiedad social particular, sea la propiedad particular de los funcionarios de la
totalidad de los consumidores, o la propiedad particular de una comunidad de productores.
También respecto de esta propiedad particular se mantiene la necesidad de preocuparse por una
distribución de los frutos de la producción que haga justicia a los intereses de todas las partes de
la sociedad y, en general, la necesidad de “poner la producción, la vida económica bajo el control
de la colectividad”. Sólo de este modo la evolución de las relaciones sociales de producción avanza
desde la “propiedad privada” de cada una de las personas --a través de la “propiedad particular”
de cada una de las partes de la sociedad-- hasta la “propiedad colectiva” de toda la sociedad.
Actuando juntas estas dos transformaciones no se logra ni eso que hoy en día se entiende
habitualmente por nacionalización (municipalización, etc.) y que en realidad es simple capitalismo
de estado (o un capitalismo de consumidores de otro tipo), ni lo que hoy se define como
socialización sindicalista basada en las cooperativas de producción y que en realidad es sólo un
capitalismo de los productores. Surge, en cambio, una forma nueva y más completa de
socialización de los medios de producción, que de ahora en adelante llamaremos “autonomía
industrial”.
Más importante a los fines de la situación actual es la posibilidad de que las industrias totales, no
maduras para la “nacionalización” centralista y que tal vez no lo llegarán a estar nunca, puedan
ser inmediatamente socializadas, transferidas a la propiedad colectiva de la sociedad siguiendo la
vía de la autonomía industrial. En una industria así socializada la autonomía se configura de
distintos modos: 1. El sindicato que comprende todas las empresas de la rama de la industria en
cuestión, respecto del gobierno central del Estado posee una autonomía limitada sólo por el
necesario respeto al interés de los consumidores. 2. La empresa individual posee una autonomía
limitada con respecto al sindicato que incluye a las empresas y en parte decide centralmente
sobre su administración. 3. Dentro de las administraciones del sindicato [1.], así como de las
empresas individuales [2.], respecto de la dirección administrativa (dirección de la fábrica), los
diferentes estratos de todos los restantes participantes en la producción (los empleados y los
obreros en sentido estricto) poseen una esfera jurídica autónoma limitada, un derecho a regular
autónomamente los problemas que le competen de manera particular.
También el modo en que el interés de la totalidad de los consumidores es hecho valer respecto de
estas industrias “autónomas”, variará cada vez de acuerdo con las exigencias de cada caso
particular. El fin económico común es aquí una participación de las organizaciones de los
consumidores (Estado, comunas, cooperativas de consumo y asociaciones ad hoc fundadas con
este objeto particular) en la determinación pública de lo que es necesario y obligatorio para los
sindicatos autónomos y para cada una de las empresas, que en la producción de la economía de
cambio para el mercado sustituye una pura producción que se orienta a la cobertura de lo
necesario. En la medida en que una economía similar dirigida a cubrir las necesidades no puede
aún ser realizada plenamente, la actual economía de cambio entre las personas será sustituida
por en un primer momento por una economía de cambio entre las diferentes ramas de la
industria.
En esta situación cada una de las ramas de la industria no produce exclusivamente para lo
necesario, sino en parte también para el mercado (se debe pensar en particular también en los
cambios con el exterior) Aquí podría por tanto darse también el caso de que una empresa
obtenga beneficios extraordinariamente elevados, mientras que los de otra no cubran siquiera la
modesta retribución de sus obreros. En la medida en que se trata de distintas empresas de la
misma rama de la industria organizada en sindicato, el pasivo de una empresa debe ser
compensado por el beneficio excedente de la otra; las empresas del todo insuficientes en el plano
técnico son cerradas por decisión del sindicato. Prescindiendo de eso, toda empresa autónoma
como también todo sindicato autónomo deben fijar los precios de los productos a un nivel tal que
el beneficio total de la empresa (de todas las empresas organizadas en el sindicato) asegure un
nivel de subsistencia estable y suficiente a todos los que participan activamente en la producción.
En esa ocasión se había mencionado también el principio en base al cual se produce la definición
de estas cuotas: después de haber determinado la magnitud absoluta de los medios que
concurren para la satisfacción de los fines más generales de los consumidores, la cobertura se
subdivide entre cada una de las ramas de la industria (cada una de las empresas) según el
principio de que cada rama de la industria (cada empresa) debe ceder una parte del producto,
tanto mayor cuanto más elevado dentro de la misma es el valor total (valor del terreno y del
trabajo) de los medios de producción empleados para la producción en relación al número de los
obreros ocupados. Sólo la parte que sobrepasa el beneficio de una rama de la industria (de una
empresa) está a disposición de los fines particulares de la comunidad de productores en cuestión
(por ejemplo, formación de reservas, perfeccionamiento y ampliación de la empresa, retribución
de los obreros, pensiones, etc.) De tal modo, también desde este costado, ya a este nivel de la
evolución hacia una economía comunitaria, en la que no existe todavía una pura economía de lo
necesario, la autonomía de los productores encuentra su límite en el respeto de las necesidades
generales de los consumidores, que deben ser satisfechas a través de la producción total de la
sociedad.
A su vez, del respeto de este límite se preocupan también las organizaciones de consumidores
(Estado, comunas, cooperativas de consumo, etc.), a las que a este fin se les asegura un derecho
de cogestión en la administración de las industrias autónomas. (Como una vía que permite
realizar prácticamente esta exigencia, véase el extracto de un llamamiento de la socialdemocracia
austroalemana incluido en el apéndice II de este escrito, así como los debates sobre el tema
publicados mientras este escrito estaba en imprenta, en el Informe de la comisión alemana para
la socialización sobre la industria carbonífera, citado en apéndice IV)
Estas objeciones tienen sentido en tanto críticas a una “nacionalización” centralista de ramas de
producción que no se adaptan a la misma. No tienen sin embargo ningún sentido si se las quiere
instrumentar contra la socialización misma, contra la sustitución, a iniciar inmediatamente de
modo generalizado, de la propiedad privada capitalista por la propiedad colectiva socialista. En
efecto, como hemos visto, esta propiedad colectiva socialista no es de ningún modo sinónimo de
propiedad estatal. Para nosotros la nacionalización era sólo una de las formas de la socialización,
y todas las formas de socialización en general eran aceptadas por nosotros como verdadera
“socialización”, socialista sólo en la medida en que los resultados conducían a esa reglamentación
de las relaciones sociales de producción que habíamos definido como la forma de la autonomía
industrial.
Respecto de esta socialización en la forma de la autonomía industrial, todas las objeciones que se
suelen plantear contra la “nacionalización” centralizante terminan efectivamente por carecer de
objeto. Una esquematización y un endurecimiento burocrático se excluyen; la iniciativa privada no
se ahoga sino que, en lo posible, es ulteriormente desarrollada en cuanto las posibilidades de
ejercer tal iniciativa a través de la autonomía se extienden a un ámbito de participantes en la vida
de la empresa que en el régimen de economía capitalista privada no tenían posibilidad de ejercer
la propia iniciativa. Como máximo, podría surgir un peligro de antieconomicidad del hecho de que
debido a la exclusión del propietario privado de la producción el egoísmo privado deja de proveer
un impulso constante a una producción posiblemente económica. Pero, como se demostrará
enseguida, con la pura y simple socialización de los medios de producción no se vincula de ningún
modo a una eliminación del egoísmo privado de los motivos de la producción; en esta primera
fase de la economía comunitaria, a través de la socialización de los medios de producción el
egoísmo privado puede ser puesto de un modo mucho más acentuado al servicio de la producción
en tanto impulso de una producción posiblemente económica y abundante.
Con lo dicho hasta aquí nos proponíamos trazar un cuadro de los fines del socialismo práctico.
Para el logro de estos fines, es decir para la realización de una verdadera economía colectivista
socialista mediante la efectiva puesta en práctica de la socialización, se pueden seguir distintos
caminos. Estos caminos son: a) en primer lugar, la acción política para la ejecución de la
socialización en cada una de las ramas de la producción a través de la legislación estatal y las
ordenanzas municipales; b) en segundo lugar, la estimulante participación en los esfuerzos de tipo
cooperativo (cooperativas de consumo y de producción) puestos en marcha sin obligación,
siguiendo la vía de la libre concurrencia; c) en tercer lugar, también la acción de la política
económica de la clase obrera, una acción que se propone favorecer la transformación interna de la
propiedad privada capitalista con la conclusión de contratos colectivos y con la imposición del
reconocimiento contractual de los derechos de cogestión de las asociaciones obreras y de las
representaciones obreras elegidas en las empresas individuales.
Una prosecución coherente de esta última forma de lucha en épocas tumultuosas, desde el punto
de vista revolucionario, la constituye la lucha por la destitución del empresario capitalista del
poder sobre el proceso de producción y su subordinación al control de la totalidad de los que
participan en la actividad de la empresa, una lucha que actualmente está en curso en muchos
lugares, en cada fábrica, de acuerdo con el programa de la Liga Espartaquista. Para quien
sostiene el ideal del socialismo, tampoco este medio extremo constituye motivo de temor. No se
trata de un instrumento de la socialización que pueda ser juzgado como censurable por una razón
cualquiera; así como la revolución política no es un medio moralmente censurable para alcanzar la
liberación política.
Al contrario, esta acción general “directa” de la clase obrera, respecto de los otros medios de
socialización, presenta la incalculable ventaja de estimular y desarrollar fuerte y poderosamente
en el proletariado, en el curso de la realización del ordenamiento económico socialista, esos
impulsos psíquicos sin los cuales un sistema económico de esas características no puede a la larga
subsistir y menos desarrollarse en dirección a la segunda fase, más elevada, de la economía
colectivista. (Véase al respecto el Programa espartaquista, apéndice III de este escrito) No
obstante esto, semejante acción directa de socialización puede ser practicada con éxito sólo
mientras perduren los tiempos revolucionarios y únicamente a condición de que el poder supremo,
afirmándose después de la revolución por voluntad de todo el pueblo liberado del yugo capitalista,
como representante de los intereses colectivos de la totalidad de todos los productores y de todos
los consumidores, reconozca a posteriori la socialización realizada a través de la acción directa,
“extrapolítica”.
* *
*
Continuando con el tema del socialismo hemos de insistir en el papel que en tal proceso
debemos jugar los trabajadores, dado que el socialismo revolucionario es parte
importante de la histórica confrontación capital-trabajo pero no un fin “inevitable” por sí
mismo, no es un cambio que sobrevendrá como algo determinado que alguna vez fue
decidido de una vez y para siempre, sino el comienzo de la construcción de la sociedad
sin clases mediante la lucha real y conciente del proletariado por una revolución que será
--como expresaba Paul MATTICK-- “el producto final del desarrollo capitalista”.
El tema comprende, por sus alcances, desde la filosofía hasta la estructura síquica de la
gente y obligatoriamente pasa por la historia de las luchas que desde su aparición en la
sociedad ha librado la clase obrera, de los cambios que a su interior han vivido ella y su
antagonista, el capitalismo, a cuyo nacimiento se refiere así Carlos MARX en “El
Capital”, Tomo I, volumen 3, Siglo XXI editores, páginas 891-893:
“… En tiempos muy remotos había, por un lado, una elite diligente, y por el otro una pandilla de
vagos y holgazanes. Ocurrió así que los primeros acumularon riqueza y los últimos terminaron
por no tener nada que vender excepto su pellejo. Y de este pecado original arranca la pobreza de
la gran masa --que aún hoy, pese a todo su trabajo, no tiene nada que vender salvo sus propias
personas-- y la riqueza de unos pocos, que crece continuamente aunque sus poseedores hayan
dejado de trabajar hace mucho tiempo… En la historia real el gran papel lo desempeñan, como
es sabido, la conquista, el sojuzgamiento, el homicidio motivado por el robo; en una palabra, la
violencia. (…) La relación del capital presupone la escisión entre los trabajadores y la propiedad
sobre las condiciones de realización del trabajo. Una vez establecida la producción capitalista, la
misma no solo mantiene esa división sino que la reproduce en escala cada vez mayor. El proceso
que crea la relación del capital, pues, no puede ser otro que el proceso de escisión entre el
obrero y la propiedad de sus condiciones de trabajo, proceso que, por una parte, transforma en
capital los medios de producción y de subsistencia sociales, y por otra convierte a los productores
directos en asalariados. La llamada acumulación originaria no es, por consiguiente, más que el
proceso histórico de escisión entre productor y medios de producción. Aparece como «originaria»
porque configura la prehistoria del capital y del modo de producción correspondiente al mismo”.
A esa prehistoria del capital corresponde tal vez una prehistoria del movimiento obrero,
como MARX y Federico ENGELS registran en “La Ideología Alemana”, Ediciones
“Pueblos Unidos”, Montevideo, tercera edición española, 1971, página 234:
“… Los disturbios obreros, que ya bajo el emperador bizantino Zenón dieron origen a una ley
(Zenón, De novis operibus constitutio), que «se produjeron» en el siglo XIV con la Jacquerie y la
sublevación de Watt Tyler, en 1518 en Londres cuando el Evil-May-Day y en 1549 con la gran
rebelión del curtidor Kett; que luego ocasionaron los Acts 2 y 3 Eduardo VI, 15, y una serie de
resoluciones parlamentarias; que poco después, en 1640 y 1659 (ocho sublevaciones en un solo
año) ocurrieron en Paris y que desde el siglo XIV, a juzgar por la correspondiente legislación,
debieron ser frecuentes en Francia e Inglaterra; la continua guerra que, desde 1770 en
Inglaterra y desde la revolución en Francia mantienen los obreros contra los burgueses con las
armas de la violencia y la astucia…”
Es decir que cuando por aquí comenzaba el proceso de invasión contra nuestros
antepasados indígenas y todavía las toponimias de nuestros cerros y ríos tenían la
poética sonoridad de Guaraira Repano y Churun Merun, ya en Europa importantes
núcleos obreros se rebelaban contra la sujeción del capital utilizando los medios que
tuvieran a su alcance, desde incendiar graneros hasta organizar motines, pasando por la
destrucción de maquinaria y publicación de cartas o poemas amenazantes contra los
propietarios y los funcionarios estatales que los protegían.
En una de sus obras [“Trabajadores – Estudios de historia de la clase obrera”, Editorial
“Crítica”, Barcelona, 1979], el historiador británico Eric J. HOBSBAWM refiere a L.
DECHESNE, “L´avènement du régime syndical à Verviers”:
“Dentro de sus limitaciones --que fueron muchas, tanto desde el punto de vista intelectual como
en cuanto a la organización--, los movimientos del prolongado período de expansión económica
que terminó con las guerras napoleónicas no carecieron de importancia ni condujeron siempre al
fracaso. Una gran parte de su éxito quedó oscurecido por las derrotas ulteriores: la fuerte
organización de la industria lanera del oeste de Inglaterra desapareció totalmente y sólo resurgió
con el desarrollo de los sindicatos generales durante la primera guerra mundial; los gremios de
los trabajadores laneros belgas, suficientemente fuertes para conquistar virtuales convenios
colectivos en la década de 1760, desaparecieron a partir de 1790 y hasta el sindicalismo de
comienzos de 1900 estuvieron prácticamente muertos”. (Página 17)
Los obreros comienzan a comprender, gracias a sus luchas, que el enemigo fundamental
no era el distribuidor de los bienes sino el dueño de las máquinas, de las fábricas y de su
propio trabajo. Y que las crisis económicas, muchas de las cuales se mostraban
periódicamente, tenían que ser analizadas y enfrentadas pues obedecían a leyes con
movimientos específicos. En 1833 es promulgada la Factory Act, la cual imponía el
cumplimiento de un horario máximo de cuarenta y ocho horas semanales y permitía el
empleo de niños mayores de nueve años.
LOS TRABAJADORES, SUS LUCHAS Y EL SOCIALISMO ÁNGEL C. COLMENARES E. MARZO DE 2007 PÁGINA 2 DE 41
Surge luego el “cartismo”, importante fase en el desarrollo del movimiento obrero inglés,
llamado de esa manera porque sus reivindicaciones fueron recogidas en una carta
entregada al Parlamento para su conversión en ley, carta que firmaron en apoyo miles de
obreros. El llamado “cartismo” constituyó una riquísima veta de iniciativa política,
posiblemente la primera tentativa de organización de un partido obrero clasista con
características autonómicas.
La agitación cartista se
prolongó hasta 1848 y durante
ese período de lucha se fueron
conformando dos tendencias
dentro del movimiento. Una de
ellas, denominada “Fuerza
Moral”, propugnaba una alianza
con la burguesía y argumentaba
que muchos políticos burgueses
los apoyarían ante la justicia de
sus reclamos. Los trabajadores
de esta tendencia vivían en su
mayoría en el sur de Inglaterra,
donde predominaba el trabajo
artesanal. Y su posición se
explicaba pues el movimiento
obrero era todavía un aliado
menor de la burguesía en su
lucha por controlar el poder
político.
LOS TRABAJADORES, SUS LUCHAS Y EL SOCIALISMO ÁNGEL C. COLMENARES E. MARZO DE 2007 PÁGINA 3 DE 41
Leamos al respecto una opinión de MATTICK (en Karl KORSCH, “¿Qué es la
Socialización? – Un Programa de Socialismo Práctico”, Cuadernos de Pasado y Presente,
Argentina, 1973, páginas 17-18):
Esos cambios operados al interior del capitalismo afectaban al movimiento obrero, cuya
resistencia generaba conflictos que introducían dificultades comerciales y en muchos
casos ponían en peligro el dominio de la burguesía por la radicalización de las consignas
de los trabajadores en lucha. Y como expone ENGELS en el trabajo referido:
“… Por eso, con el transcurso del tiempo, apareció entre los industriales, sobre todo entre los
grandes fabricantes, una nueva tendencia. Aprendieron a evitar los conflictos innecesarios y a
reconocer la existencia y la fuerza de los sindicatos; por último, llegaron incluso a descubrir que
las huelgas constituyen -en un momento oportuno- un excelente instrumento para sus propios
fines. Así, resultó que los grandes fabricantes, que antes habían sido los instigadores de la lucha
contra la clase obrera, eran ahora los primeros en predicar la paz y la armonía. Tenían para ello
razones muy poderosas.
Todas estas concesiones a la justicia y al amor al prójimo no eran en realidad más que un medio
para acelerar la concentración del capital en manos de unos pocos y aplastar a los pequeños
competidores…” (Páginas 464-465 del Tomo III)
LOS TRABAJADORES, SUS LUCHAS Y EL SOCIALISMO ÁNGEL C. COLMENARES E. MARZO DE 2007 PÁGINA 4 DE 41
En 1848 es publicado el “Manifiesto del Partido Comunista”, a nuestro entender un claro
deslinde teórico entre burguesía y proletariado, pues como exponía ENGELS en el
Prólogo de la edición alemana de 1890 de ese “Manifiesto”:
“Marx no apoyaba las revoluciones burguesas por consideración táctica, con el fin de conquistar
el control de dichas revoluciones y transformarlas en revoluciones proletarias, en socialismo. Su
único objetivo era apoyar realmente la formación de una clase cuyo nacimiento engendraría a su
vez su contrapartida: el proletariado, asegurando de este modo el advenimiento de una nueva
revolución como punto final a su triunfo. Este apoyo, estrechamente ligado a las condiciones de
la Europa de 1848, pierde todo su sentido con la desaparición de dichas condiciones”. (Pág. 18)
El capitalismo sigue su marcha ascendente, lo cual significa una mayor explotación del
trabajo asalariado y cierta estabilidad política, es decir, ausencia de conflictos graves con
la clase obrera, metida en el redil sindical cuyo objetivo no era poner en peligro al poder
del capital sino formar parte de él. Para revisión de datos en cuanto al auge capitalista
de aquella época y algunas interpretaciones acerca del mismo, recomendamos la lectura
del “El Gran Boom”, capítulo de un trabajo de Eric J. HOBSBAWN, en español en
http://www.nodo50.org/dado/textosteoria/hobsbawm2.rtf.
Fue hasta 1870 cuando sectores politizados de la clase obrera intentaron una vez más
derrocar al Estado, golpeando directamente la esencia de la dominación, como relata
MARX en “La Guerra Civil en Francia” (Obras Escogidas de MARX – ENGELS en tres
tomos, Editorial “Progreso”, Moscú, 1981, tomo II, página 236:
Sin esta última condición, el régimen de la Comuna habría sido una imposibilidad y una
impostura. La dominación política de los productores es incompatible con la perpetuación de su
esclavitud social. Por tanto, la Comuna habría de servir de palanca para extirpar los cimientos
económicos sobre los que descansa la existencia de las clases y, por consiguiente, la dominación
de clase. Emancipado el trabajo, todo hombre se convierte en trabajador, y el trabajo productivo
deja de ser un atributo de una clase”.
Enseñanza de la Comuna fue también que la clase obrera, al llegar a ser factor decisivo de poder,
no debía conservar la maquinaria del Estado sino destruirla y precaverse contra sus propios
diputados y funcionarios declarándolos a todos, sin excepción, revocables en cualquier momento
(Introducción de ENGELS en 1891 a “La Guerra Civil en Francia”, op., cit., pág. 198)
LOS TRABAJADORES, SUS LUCHAS Y EL SOCIALISMO ÁNGEL C. COLMENARES E. MARZO DE 2007 PÁGINA 5 DE 41
¿Y para qué nos sirve la historia si no es para aprender lo que fuimos, entender lo que
somos y prefigurar qué deseamos y debemos ser?
La saga de los combates obreros nos lleva a una huelga general en Italia en 1904, acerca
de la cual no encontramos información, y a Rusia en 1905, cuando sectores de diverso
origen social entran en conflicto con la monarquía. Las huelgas obreras devienen en
actos masivos y se combinan con situaciones insurreccionales, y en Petrogrado
comienzan a funcionar los Consejos (“soviets” en ruso) obreros, campesinos y de
soldados, enseñanza de la Comuna de Paris. El intento es derrotado y las fuerzas
contendientes desde la acera del movimiento popular se reorganizan y preparan para
nuevos enfrentamientos, que tendrán lugar en 1917, primero en febrero con el objetivo
de un gobierno burgués y luego en octubre bajo invocación de revolución proletaria.
LOS TRABAJADORES, SUS LUCHAS Y EL SOCIALISMO ÁNGEL C. COLMENARES E. MARZO DE 2007 PÁGINA 6 DE 41
EL JUEVES A LAS DIEZ HORAS
LOS TRABAJADORES, SUS LUCHAS Y EL SOCIALISMO ÁNGEL C. COLMENARES E. MARZO DE 2007 PÁGINA 7 DE 41
Winnipeg, Canadá, 1919
Contra la huelga fue organizado un “Comité Ciudadano de los Mil”, en el cual participaron
los fabricantes anglo-canadienses más influyentes de Winnipeg, banqueros y políticos,
quienes en lugar de considerar las demandas de los huelguistas, declararon que la huelga
era una conspiración revolucionaria de un pequeño grupo de extranjeros, patraña para la
cual contaron con el decidido apoyo de los periódicos de Winnipeg. El Comité Ciudadano
exigió que el gobierno actuara decisivamente contra los huelguistas, en particular en
contra de los empleados públicos que habían ido a la huelga en solidaridad con los
trabajadores del metal.
Las presiones contra los huelguistas se rompen por la firmeza con que el conflicto es
asumido. La Liga de Mujeres Trabajadoras organiza una cocina con aportes solidarios y
dan alimento a más de mil personas diariamente. De diferentes lugares llegan mensajes
de apoyo y solidaridad y el “Comité Ciudadano de los Mil” intenta quebrar la huelga
contratando a veteranos de guerra recientemente licenciados, pero la mayoría de ellos
rehúsa servir de esquiroles y en el mismo acto se declaran solidarios con los obreros en
huelga y organizan su Comité de Apoyo.
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Turín, Italia, 1919
Tomamos algunos datos del artículo presentado por Tom WETZEL en la Conferencia de
Auto-Organización Obrera de Saint Louis en 1988, cuyo texto completo en inglés puede
ser leído en http://www.uncanny.net/~wsa/ital1920.html
La principal central sindical italiana era la Confederazione Generale del Lavoro, vinculada
al Partido Socialista. Su práctica era similar a la del Partido Laborista inglés en el sentido
de combinar acciones sindicales y parlamentarias para lograr reformas graduales dentro
de la institucionalidad capitalista.
Esa Federación (FIOM) firmó un contrato de trabajo con aumento de salarios y horario de
ocho horas que imponía restricciones a la huelga y restaba capacidad de acción a los
representantes de los trabajadores durante horas laborables. Y ante la situación de
complicidad de la dirección sindical con el enemigo de clase, los obreros --especialmente
los de Turín-- comenzaron a buscar otras formas e instrumentos de organización obrera.
Nacen así un movimiento para un consejo de representantes, independiente de la
jerarquía sindical, y una central sindical disidente, la Unione Sindacale Italiana.
Nace también la revista “L´Ordine Nuovo”, fundada por Antonio GRAMSCI, Palmiro
TOGLIATTI y Umberto TERRACINI, todos del Partido Socialista, quienes no obstante
abrieron las puertas de esa publicación a todas las opiniones en función de buscar el tipo
de organización más adecuada a los fines revolucionarios de la clase. Los anarquistas
participaron activamente tanto en la revista como en las acciones obreras. Y uno de los
fines políticos expresos era defender a los consejos como estructuras distintas a los
sindicatos burocratizados, mantenedores de compromisos con los patronos pues, como
decía GRAMSCI, “tienden a universalizar y perpetuar la legalidad” de tales compromisos,
mientras los consejos, por no tener una burocracia ajena a los trabajadores, “tienden a
aniquilar esta legalidad en cualquier momento, tienden constantemente a guiar hacia un
poder industrial de los trabajadores mucho mayor… tienden a universalizar cada
rebelión”.
En abril de 1919, varios delegados de los obreros fueron despedidos de la Fiat por
violación de contrato ya que realizaron reuniones durante horas laborables, por lo que
una asamblea de representantes llamó a una huelga de brazos caídos. La patronal
declaró un “lock-out” y el gobierno de Francesco NITTI acudió en auxilio de la Fiat
ocupando la fábrica con tropas. Y tras dos semanas de huelga los representantes de los
obreros se rindieron, por lo que la patronal exigió que los consejos se mantuvieran
dentro de las restricciones acordadas con la FIOM, lo cual hubiese significado la muerte
de los consejos por inacción, pero el movimiento obrero turinés respondió con una huelga
masiva en defensa de los consejos de empresa que se extendió por todo el Piamonte e
implicó a medio millón de trabajadores de transportes, servicios públicos y comercios,
incluyendo a campesinos, por lo que el conflicto afectó también a la agricultura.
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Los trabajadores turineses en conflicto enviaron delegados al Partido Socialista
intentando hacer de la huelga un conflicto nacional, pero el PS ni la CGL respondieron al
llamado pues para nada les gustaba el movimiento de los consejos, e intentaron imponer
un nuevo planteamiento acerca de ellos, basados no en agrupaciones industriales sino en
distritos geográficos o vecinales. Y por supuesto, todo bajo la dirección del Partido
Socialista, que nunca hizo esfuerzo alguno por la organización de esos ni de ningún otro
consejo. Ello provocó un amargo comentario de GRAMSCI: “Se pasaron todo el tiempo
charlando sobre soviets y consejos mientras en el Piamonte y en Turín medio millón de
trabajadores se morían de hambre para defender los consejos ya existentes”.
Y respecto a esa confrontación que partidos y sindicatos tenían con los Consejos Obreros
queremos hacer una acotación a un comentario que forma parte del artículo que nos ha
servido de base. Refiere WETZEL que el representante de la Internacional Comunista
en Italia, Nikolai LJUBARSKY, observó que los comités de fábrica surgidos en la
revolución de febrero en 1917 eran el equivalente ruso de los consejos de Turín y que
esos consejos tenían que ser GUARDIA ROJA EN UNA FÁBRICA TOMADA EN ITALIA
eventualmente subordinados a la
disciplina del partido y no
convertirse en meros órganos de
gestión de los trabajadores de la
industria o en una base de dominio
político de la clase trabajadora.
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Bolivia, 1919
Por un conflicto de reclamo contra un gerente, Emilio DÍAZ, unidades del ejército
destacadas a Uncía detienen a los dirigentes obreros Ernesto FERNÁNDEZ y Guillermo
GAMARRA, hecho que origina una protesta pública de mineros y familiares, la que fue
reprimida a balazos por órdenes del mayor José AYOROA con resultado de nueve
muertos y cinco heridos.
En diciembre de 1942 los mineros de Catavi, Uncía y Siglo XX declaran huelga por
mejoras salariales que tenían más de un año en reclamo. Las minas habían sido puestas
bajo control militar por el gobierno bajo pretexto de garantizar suministro seguro a los
aliados en la guerra. Para “controlar la situación” llegó un regimiento al mando del
coronel Luis CUENCA. El resultado fue de más de veinte muertos y casi cincuenta
heridos a balazos cuando la tropa disparó contra los trabajadores y sus familiares, y así
el gobierno boliviano pudiese “cumplir con los compromisos” suscritos con las empresas
transnacionales y con el representante de éstas, el gobierno de los Estados Unidos.
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Tales compromisos nacían de una decisión del Departamento de Estado, mediante la cual
Bolivia se veía obligada a uncirse al carro estadounidense a partir del ataque a “Pearl
Harbor”, cuando el gobierno de EEUU tomó algunas medidas profilácticas para mantener
limpio su patio trasero. La “guerra del Chaco” trajo sus secuelas y una de ellas fue la
llegada al gobierno, en 1936, del coronel José David TORO RUILOVA, apoyado por
militares interesados en silenciar lo referente a esa guerra, en cuyas acciones había
participado TORO, quien además fue ministro de Fomento y Comunicaciones bajo el
gobierno de Hernando SILES REYES.
Los trabajadores bolivianos han continuado sus luchas escribiendo páginas heroicas en la
historia continental y que deben ser estudiadas para nuestra educación política.
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Venezuela
Hay conflictos huelgarios en 1904 y 1908, de los cuales no hemos obtenido información
documental, y una huelga de telegrafistas en 1914 como respuesta a reducción de
sueldos y salarios decretada por el gobierno. Ya para esos años éramos súbditos de Su
Majestad el petróleo y en 1922 los obreros, en su mayoría de origen campesino,
protestaban por los bajos salarios y por el trato humillante a que eran sometidos por los
capataces y supervisores extranjeros, lo que incluía multas que pechaban al salario,
invariable desde 1917, y que muchas veces eran cobradas con arrestos proporcionales.
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La empresa no cumplió con sus promesas en cuanto a provisión de medicinas y mejorar
las viviendas de los trabajadores y los conflictos se mantuvieron con diversos grados de
intensidad, y en ese proceso hubo participación de individualidades politizadas de la clase
media, quienes se relacionaron con los elementos avanzados de los trabajadores y
contribuyeron a su educación teórica y a la organización sindical. En 1931 es fundada en
Cabimas la “Sociedad de Auxilio Mutuo de Obreros Petroleros” y los trabajadores
eligieron como presidente de ella a Rodolfo QUINTERO, empleado de la Venezuelan Oil
Concessions, quien luego sería dirigente del Partido Comunista, fundado ese mismo año.
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Ello explica que la vanguardia del movimiento de los trabajadores petroleros, por
ejemplo, radicara en Caracas, situación que fue criticada por los obreros zulianos en su
periódico “Petróleo” del 20 de junio de 1936, cita que extraemos del libro “Venezuela –
Los obreros petroleros y su lucha por la democracia” de Paul NEHRU
TENNASSEE, E. F. I. P.- Editorial Popular, Madrid y Caracas, 1979, del cual hemos
tomado la mayoría de las referencias a los conflictos y vicisitudes de los trabajadores
petroleros venezolanos, todavía hoy explotados por el capital, cuyos esquemas privan en
cualquier lugar del mundo donde el trabajo sea un atributo clasista, trátese de “empresas
privadas” o estatales:
“Estamos pagando el pecado de creer en hombres que tienen rabo. De ser ingenuos. El haber
creído a pie juntillas en las roncas promesas del hombre que debeló el cuartelazo libertador en
que culminara el movimiento estudiantil de 1928. La huelga general en Venezuela y en
Maracaibo, especialmente, careció de preparación, y cómo no iba a carecer, si tuvimos que
levantarnos de golpe, como el hombre dormido que recibe de súbito el zarpazo de la fiera. Las
organizaciones gremiales acudieron firmes, demostrando sólo la falta de poca preparación
organizativa para crear comités de huelga internos, sus piquetes, sus comisiones de
abastecimiento, etc., y evitar que la organización del movimiento se redujera a un comité de
cinco personas que se vio negro para dar las instrucciones a miles de hombres. Hubo falta de
iniciativa por parte de las masas en general, no hubo suficiente reprobación para con los
rompehuelgas, no se incitó con mayor insistencia a ciertos sectores que paralizaran sus
actividades, hubo descuidos e inexperiencia en preparar los muchos detalles que pueden
asegurar el triunfo. El seguir como siempre fielmente a Caracas nos colocaba en el callejón de
pararnos al hacerlo la capital. La vanguardia del movimiento en manos de ANDE, compuesto en
buena parte por empleados bien comidos, hizo que la deserción de ciertos sectores,
principalmente de los empleados petroleros, aflojara la lucha. Los obreros han demostrado que
ellos son la vanguardia de las fuerzas democráticas del país y que están templados para las
luchas sucesivas. Caracas aflojó demasiado pronto; sobre todo, usa del «bluff» al decir que
consiguieron modificaciones de la Ley Lara”. (Páginas 211-212)
El gobierno nacional emitió una Ley del Trabajo, creó el Seguro Social, legalizó la jornada
de ocho horas y permitió la existencia de sindicatos por empresa. Entre los sindicalistas
se hallaban Max GARCÍA, Jesús FARÍA, Manuel TABORDA, Rodolfo QUINTERO y
Luis Emiro ARRIETA, éste conocido por nosotros años después como “el capitán” y
quien murió preso en la Cárcel “Modelo” de Caracas; y como para que no quedaran
dudas del odio que le profesaban, su cadáver fue secuestrado y los asistentes a su
velatorio fueron agredidos por funcionarios de la DIGEPOL [Dirección General de Policía]
y del SIFA [Servicio de Inteligencia de las Fuerzas Armadas] en la funeraria “La Voluntad
de Dios”.
Por cierto, algunos de los agredidos en ese momento por ser dirigentes o militantes del
PCV y de otros grupos “comprometidos con la lucha”, hoy andan de brazos y
compartiendo “comandos de campaña” con quienes entonces impartieron órdenes de
hostigar, detener, torturar y asesinar a revolucionarios como el camarada Luis Emiro.
Para finales de julio de 1936 los obreros petroleros del Zulia se aprestaban a enfrentar
los despidos y bajos salarios con acciones organizadas, y a ese fin se reunieron en un
cine de Mene Grande. El superintendente de una de las empresas, L. SCHEPERS,
convocó a su casa a un teniente de apellidos SÁNCHEZ BELLO, le proporcionó dinero y
le brindó bastante licor, luego de lo cual ese oficial ordenó a su tropa el asalto contra los
obreros en asamblea y como resultado cayeron abatidos a balazos José del Carmen
MENDOZA, Jesús OROPEZA, José Omar PÉREZ, Jesús GARCÍA y Pedro PÉREZ.
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En diciembre de ese año es realizada la
primera huelga general de trabajadores en el
país, la cual paraliza las actividades en los
campos petroleros de Cabimas, San Lorenzo,
Mene Grande, Bachaquero y Mene Mauroa
del Estado Zulia y en Cumarebo, Estado
Falcón y se extendió desde el 9 de diciembre
de 1936 hasta el 27 de enero de 1937,
cuando por Decreto ejecutivo del gobierno
es ordenada la reincorporación de los
trabajadores a sus labores. El conflicto no
implicó a otros trabajadores petroleros y su
peso recayó en los obreros, pues los
empleados no se sumaron a la huelga bajo
diversas excusas. Se destacaron cuatro
elementos importantes en la estrategia de los trabajadores:
1. Organizaron comités independientes de los sindicatos, los cuales eran renovados cuando
los representantes obreros en ellos eran detenidos o dejaban de pertenecer por cualquier
razón, lo que garantizaba continuidad en la lucha.
“… El Estado había permitido que la industria petrolera funcionara como un Estado dentro del
Estado. Por tanto, los trabajadores no estaban, de hecho, afectados por la ley. A pesar de esto,
con la llegada de López Contreras a la presidencia, el Estado comenzó a intervenir en la industria
mediante la aplicación de varias leyes laborales. Por otro lado, se observó que el Estado trató de
controlar a los trabajadores mediante el uso de la represión hasta finales de los años treinta. Este
proceso, en el que el Estado aspiró a controlar a los trabajadores, se intensificó durante el
período 1938-1948. Aún así, el Estado no sólo triunfó en el control de los sindicatos, sino que,
eventualmente, los absorbió. El proceso de cooptación entre el Estado y los sindicatos fue
facilitado por los partidos políticos. El Estado utilizó a los partidos políticos y a la ley para cooptar
a los sindicatos. Por ejemplo, durante el período de López Contreras, los partidos políticos eran
los puntos de apoyo más inexorables para «aplicar la ley» y mantener «el hilo constitucional».
Los trabajadores habían sido advertidos de que debían obedecer las leyes, aun cuando éstas
fueran antinacionales, antiobreras y antidemocráticas, como el decreto de López Contreras”.
(Pág. 267)
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Ese cuadro se agudiza luego de que el P.D.N. (Partido Democrático Nacional), que
posteriormente se convertiría en “Acción Democrática”, desde el gobierno suelda nexos
con la burguesía nacional, establece relaciones de sociedad con el capitalismo
internacional a través del grupo “Rockefeller” y controla los sindicatos, cuya central
nacional fue puesta bajo la tutela de la mafia sindicalera estadounidense al mando de
Serafino ROMUALDI, quien por muchos años fue “el principal agente de la CIA para las
operaciones sindicales en Latinoamérica”. Ese ROMUALDI se entrevistó en abril de
1947 con Spruille BRADEN, sub-Secretario de Estado para América Latina, con quien
coincidió plenamente en los “crecientes peligros que la influencia comunista en los
sindicatos de América Latina representaba para la seguridad de las instituciones
democráticas en el Hemisferio Occidental y específicamente para la seguridad de los
Estados Unidos”. BRADEN dijo que la actitud del Departamento de Estado hacia los
esfuerzos de la AFL [American Federation of Labor] para combatir la agresión comunista
“será de ahora en adelante no solo de simpatía sino de cooperación”. Era claro que el
Departamento de Estado, por razones muy particulares, se convertiría en fuente de
recursos y asistencia para cualquier campaña que ROMUALDI pudiera emprender.
“El grado de desorganización y dispersión se puede medir por la cantidad de trabajadores que permanecen al
margen de sus respectivas organizaciones sindicales; así como también, por los numerosos sindicatos
paralelos existentes y por la escuálida militancia de los mismos. Se puede afirmar que hay muchos sindicatos
y pocos obreros organizados”. (Página 9)
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Hay múltiples problemas que afectan a los trabajadores, agrupados por TORRES así:
CONSTRUCCIÓN:
6. Finalmente, los organismos oficiales que son los principales patronos cometen toda clase
de atropellos contra estos obreros, negándoles, en muchos casos, los beneficios que
pautan la Ley del Trabajo, amparándose en el artículo 384 del Reglamento de la misma Ley
que pauta el procedimiento para las reclamaciones a las Personas Morales con Carácter
Público. Tales problemas se agudizan por la ausencia de una efectiva organización de estos
trabajadores. Ello coloca a los obreros de la construcción como uno de los sectores
proletarios más oprimidos y explotados.
Según TORRES, en ese ramo había cuatro organizaciones sindicales sin contar algunos
sindicatos por empresas y el llamado que hacía era coordinar acciones de trabajadores y
direcciones sindicales para hacer cumplir las leyes y reglamentos.
TEXTIL
Refiere a su amplio desarrollo en las dos ramas en que se divide (textil y confección) y
señala:
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Denuncia el estancamiento de los salarios pero habla de algunas empresas que han
realizado mínimos aumentos, nulificados por la práctica patronal de retirar a los obreros
que ganen mayores salarios para contratar a otros que ganen uno menor. Habla de la
ausencia de contratos de trabajo firmados por los sindicatos en la mayoría de las
empresas y de la existencia de otros contratos elaborados por los mismos patronos y la
obligación de los trabajadores a firmarlos bajo coacción.
Para la rama “Confección” relata una situación mucho peor pues casi ninguna empresa
tiene contrato firmado por sindicatos, los salarios son fijados a capricho por los patronos
y el límite de labores no es un horario establecido sino las piezas elaboradas, refiriendo a
las empresas “Textilera El Ávila” y “Tip-Top”, entre otras agrupadas en un “etcétera”, lo
cual se agrava con la modalidad del trabajo a domicilio, el de las costureras que trabajan
en sus casas sin la protección del Seguro Social, con salarios bajísimos y sin organización
sindical.
“En primer lugar, por la existencia de un gobierno anti-obrero que entorpece la libre organización
en sindicatos; en segundo lugar, por la dispersión y desorganización que existe entre los
trabajadores de la industria, como lo evidencia la existencia de más de 7 sindicatos textiles, los
cuales agrupan una minoría de estos obreros. Ello dificulta la coordinación de un plan de acción,
que tenga como norte lograr una sólida organización de todos los obreros textiles para luchar por
el mejoramiento de las pésimas condiciones de vida y de trabajo imperantes”. (Página 12)
TRANSPORTE
Señala los atropellos contra los choferes de plaza, agudizados por la aplicación de la Ley
de Tránsito Terrestre, la cual los obliga a usar uniformes, a tener garantía de
Responsabilidad Civil, a presentar exámenes orales y escritos para obtener licencia. Los
trabajadores de Transporte Público Municipal no tienen contrato y deben adquirir pólizas
de Responsabilidad Civil de una empresa de seguros propiedad de personeros del
gobierno, a lo cual califica de rebaja de salario y atribuye la situación a la carencia de un
sindicato representativo de la voluntad de lucha de los obreros pues el existente “es casi
una dependencia oficial” donde el gerente de la empresa, un teniente retirado de apellido
ROA hace lo que quiere.
Dice que en el Transporte hay cinco organizaciones sindicales sin contar los gremios y
cooperativas y finaliza ilustrando la situación de dispersión por la profusión de sindicatos:
en industria del metal tres; en bebidas refrescantes tres y en alimentos cinco,
concluyendo en que los trabajadores “no cuentan con instrumentos eficaces para hacer
variar las condiciones que privan actualmente en las relaciones obrero-patronales”.
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i. Es contradictorio hablar de ausencia de sindicatos y denunciar al mismo tiempo “la
profusión” de ellos al grado de señalar que “hay muchos sindicatos y pocos obreros
organizados” (Página 9);
ii. Todas las conclusiones ante la situación de dispersión, desorganización y explotación de los
trabajadores se limitan a llamar a los sindicatos a “mejorarla” ¡haciendo cumplir las leyes
del Estado capitalista! (ver página 10, último párrafo) sin denunciar la esencia clasista
subyacente en la explotación y sin señalar la única salida a esa situación: el derrocamiento
del poder del capital sobre el trabajo;
Ello explica que la dirección del PCV aceptara sin vacilaciones, varios meses después, el
Pacto de Avenimiento Obrero-Patronal entre las cúpulas sindical y patronal.
Efectivamente, para finales de 1957 el gobierno de Pérez Jiménez está a punto de caer
por una jugada de factores militares y civiles de poder convenientemente disfrazada de
“unidad popular cívico-militar”, solo que luego del hecho los representantes de la
burguesía importadora fueron vistos pasar de los ministerios del régimen derribado a los
puestos de control de la nueva Junta de Gobierno mientras el movimiento popular que
había tomado parcialmente las calles era desmovilizado y llamado a volver a sus casas.
Y bajo la consigna de “unidad” y utilizando el chantaje del “peligro golpista” fue firmado
el infame Pacto de Avenimiento Obrero-Patronal, suscrito por el Comando Sindical
Unificado y FEDECÁMARAS. Todo fue producto de acuerdos burocráticos entre las
direcciones de los partidos políticos, las cuales decidieron la “composición unitaria” de
todos los equipos de dirección de los organismos de masas, independientemente de su
importancia y nivel. El resultado práctico fue garantizar a los partidos el protagonismo
político transfiriendo a sus estructuras toda la fuerza que podía tener cualquier
organismo, incluyendo el sindical, en la estrategia de los cambios previstos en el Pacto
de Punto Fijo, aprobado en Nueva York por BETANCOURT, CALDERA y VILLALBA con
la bendición del Departamento de Estado.
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Las Fuerzas Armadas, en consecuencia, fueron declaradas “apolíticas, obedientes y no
deliberantes” en el artículo 132 de la Constitución mientras fue sustituido el Estado
Mayor General por un Estado Mayor Conjunto, para romper la línea de mando y evitar
que una persona pudiera tomar decisiones políticas, entre ellas organizar y ejecutar un
golpe de Estado. Esa medida no pudo detener, sin embargo, los intentos de rebelión que
ocurrieron durante el 22 y el 23 de julio de 1958 cuando el ministro de la Defensa,
general Jesús María CASTRO LEÓN, pide la postergación de las elecciones por tres
años, la supresión de los partidos AD y PCV y el establecimiento de la censura de prensa,
por lo cual fue enviado al exterior con un grupo de oficiales que lo acompañó; el del 7 de
septiembre de ese mismo año, comandado por José Ely MENDOZA MÉNDEZ y Juan de
Dios MONCADA VIDAL [quien luego sería Comandante General de las FALN], y los
sucesivos del 4 de Mayo (“El carupanazo”) y del 2 de junio de 1962 (“El porteñazo”),
éstos con participación de dirigentes y militantes del Partido Comunista y del Movimiento
de Izquierda Revolucionaria. Hubo también un intento fallido de insurgencia que
implicaba a unidades de la Marina de Guerra en La Guaira y por el cual fueron detenidos
decenas de militantes de la Juventud Comunista.
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Para los años setenta en el país hay un agrupamiento poblacional mayoritariamente
urbano y la industria manufacturera de la zona central es dominante tanto en
establecimientos industriales como en mano de obra ocupada, como muestra el cuadro
tomado de “HISTORIA ECONÓMICA Y SOCIAL DE VENEZUELA”, Federico BRITO
FIGUEROA, Ediciones de la Biblioteca, UCV, Caracas 1975, Tomo III, p. 962.
En los primeros días de noviembre de 1978, dos mil quinientos trabajadores del
consorcio brasileño-venezolano BRASVEN se declaran en huelga protestando el horario
de trabajo; el paro, como de costumbre, fue declarado ilegal y César GIL, dirigente de la
CTV, hace un llamado a los obreros para que “no se dejen utilizar en hechos de política
partidista que los afecta… en sus relaciones con la empresa en la cual prestan sus
servicios y que puede causarle un grave perjuicio a la nación porque está en juego la
culminación de una de las obras más importantes del Estado venezolano…” Los
huelguistas fueron desalojados por la Guardia Nacional y despedidos un mil trescientos
setenta de ellos. Era presidente Carlos Andrés PÉREZ.
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Los obreros textileros, por su parte, discuten un nuevo contrato colectivo que, una vez
más, es negociado a espaldas del colectivo, utilizado como instrumento de maniobra para
justificar la permanencia o renovación de roscas o personalidades en la dirección del
aparato sindical. La CTV adelanta una táctica ofensiva para arropar la escena política con
una Ley de Aumento de Salarios que es coreada por la leal izquierda, otra vez colocada a
la cola de los acontecimientos sin explicar lo que detrás de los aumentos salariales había.
A principios de 1980 son despedidos ciento ochenta (180) obreros de Telares “Palo
Grande” y el problema es remitido al aparato judicial del Estado. El 22-01-1980 es
realizada una asamblea intersindical donde son aprobadas acciones conjuntas en apoyo a
los obreros en conflicto y allí se ve la coincidencia de José VARGAS (CTV) y sectores de
izquierda, pero las asambleas fueron reducidas y los acuerdos en ellas tomados no se
discutieron en colectivos representativos y todo fue manejado por las cúpulas sindicales y
partidistas, de donde salían remitidos y declaraciones legalistas de exigencia de justicia,
reforzando la ilusión de “neutralidad” estatal y utilizando un lenguaje triunfalista que
pronto enmudeció ante la decisión de la Corte Suprema de (in)Justicia contra los obreros
despedidos.
… 8) (…) la carencia de vivienda, los pésimos servicios de salud, las estafas cometidas
contra los dineros públicos, el deterioro de la educación a todos los niveles, el deterioro
de los servicios públicos, el desempleo que ya comienza a amenazar el salario y la
estabilidad de los trabajadores, el escandaloso alto costo de la vida, la especulación
desenfrenada sin que haya gobierno que le ponga coto, la inflación, la recesión
económica, la crisis del agro venezolano, la quiebra de la pequeña y mediana industria y
la concentración de capital en manos de las multinacionales…”
Los adecos, tan caradura como siempre, enumeraban los resultados de sus gobiernos y
los de sus socios copeyanos como si en todo ese desastre nada tuvieran que ver.
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Era obvio que no existía una referencia revolucionaria que tomara ese diagnóstico,
evidente en su parte descriptiva, y ayudara a convertirlo en acción conciente por parte
del colectivo nacional, agredido por esas políticas que sus propios diseñadores y
ejecutores “denunciaban” sin explicar las causas de esos males, y mucho menos la
salida, la solución a ellos, escurriendo el bulto y arribando a las mismas conclusiones que
presentaban los grupos y partidos de izquierda: más elecciones, el reforzamiento de
otras camarillas y la permanencia de las relaciones económicas y sociales generadoras de
todos esos males.
De allí que la CTV se propusiera una táctica ofensiva para monitorear todos los conflictos
que, al desbordar los aparatos de control, pudieran poner en peligro la hegemonía
capitalista. La tragedia de la izquierda en este caso radicaba en su propia indefinición
pues ni siquiera contaba con recursos para mantener una pose coherente ante el
colectivo, y si no andaba tirándose de las greñas por un puesto en cualquier aparato
burocrático, se le iba el tiempo en discutir candidaturas “unitarias”, colaborando
objetivamente en la disgregación y atomización de la conciencia de los explotados.
La CTV, en sus planes para mantener las cosas como estaban, profundiza la propaganda
sobre la COGESTIÓN mientras daba la espalda a los obreros textileros en conflicto con
sus patronos. Los capitalistas insisten, por su parte, en elevar la productividad y la
disciplina en el trabajo, discurso que encuentra eco en la CTV, convertida en virtual
poder económico, poseedora de un conglomerado de más de cuarenta empresas cuyas
principales eran: Banco de los Trabajadores de Venezuela (BTV); Corporación de Ahorro
y Crédito para la Vivienda (CORACREVI); Inversiones Bantrab; Agencia Publicitaria
“Createrol”; Prefabricados “Corpobam”; Turismo “Margarita” y Parque Residencial “El
Guayabo”. Ese conglomerado manejaba CINCO MIL MILLONES DE BOLÍVARES y las
relaciones allí existentes entre trabajadores y patrono eran las correspondientes a las de
producción capitalista, es decir, expropiación de trabajo no retribuido del que se apropian
los empresarios.
Como se podía uno enterar: “… El secreto del éxito económico, precisamente, ha sido la
eliminación de la lucha partidista en el seno de las empresas ‘obreras’. Aunque existe el
predomino de AD, Copei y el MEP tienen participación que, no obstante, «no se vuelve
conflictiva»”. (“El Diario de Caracas”, 01-06-1980)
Ese método burocrático y paternalista no era, sin embargo, monopolio de los dirigentes
de la CTV, pues los autodenominados dirigentes “clasistas” actuaron en idéntica forma,
como volvió a evidenciarse en los tristes resultados del conflicto textil, a cuyo fracaso
contribuyeron las prácticas de aparato que en balance de ese acontecimiento fue
elaborado en su momento por el Movimiento Revolucionario de los Trabajadores (MRT):
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1. Posiciones derrotistas y pesimistas antes del conflicto, entre otras cosas debido a la actitud
combativa de la clase obrera, actitud en la que invariablemente presienten un peligro para
las prácticas de aparato;
2. Miedo a la profundización del conflicto, ya que por sus propias posiciones de mando y
escena política ven un peligro en la radicalización de los combates que ellos,
demagógicamente, dicen promover y desear;
5. Labor divisionista al facilitar los acuerdos por empresa y sabotear el logro del Contrato
Único;
7. Sustitución de la base y de sus decisiones por acuerdos con los patronos y funcionarios
estatales.
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“EL S.U.T.: La crisis de un proyecto no revolucionario
Hay ocasiones en que a uno le gustaría equivocarse, sobre todo cuando la certeza de
sus razonamientos y previsiones conlleva una derrota para los trabajadores en su
lucha contra la explotación a que son sometidos por los patronos y su Estado.
LOS TRABAJADORES, SUS LUCHAS Y EL SOCIALISMO ÁNGEL C. COLMENARES E. MARZO DE 2007 PÁGINA 26 DE 41
Partiendo de los combates aparentemente menos importantes que tengan, los
obreros van asimilando experiencias de lucha y educación políticas; comienzan a
relacionar su situación con la de otros sectores explotados y comprenden la
necesidad de cambiar esa situación colocándose ellos (no como individuos que
quieren ‘vivir mejor’ sino como CLASE SOCIAL REVOLUCIONARIA que busca la
desaparición de la explotación en general), al frente del proceso de cambio social.
LOS TRABAJADORES, SUS LUCHAS Y EL SOCIALISMO ÁNGEL C. COLMENARES E. MARZO DE 2007 PÁGINA 27 DE 41
En nuestro artículo de abril señalábamos por tanto la necesidad de que el
movimiento obrero textil se declarara en emergencia, es decir, EN ASAMBLEA
PERMANENTE que asumiera todo el poder de decisión.
Esa proposición cubría los dos aspectos principales de la situación que entonces (tal
como ahora) enfrentaban los obreros textileros: a) llenar el vacío de dirección en los
organismos de lucha de los trabajadores, impidiendo que fueran asaltados por los
tradicionales enemigos de la clase, y b) motorizar una lucha verdaderamente
conjunta y conciente de los obreros por sus reivindicaciones más sentidas,
permitiendo que la asamblea permanente conociera y balanceara los alcances y
resultados de esas luchas parciales en un proceso de educación para todos los
obreros, quienes así podían dar un gran salto hacia delante en su propia formación
política, reformulando el Estatuto y dando relevancia a sus organizaciones de base,
es decir, a los COMITÉS y DELEGADOS DE EMPRESA, cuya organización y
funcionamiento constituyen la columna vertebral del movimiento obrero textil al ser
capaces de articular todo el poder obrero de abajo hacia arriba.
Hoy, a esos reclamos de los obreros se agregan otros, producto del deterioro que
han sufrido las condiciones de vida de los sectores explotados del país por la
voracidad explotadora de la burguesía y la complicidad de los ‘socialistas’ cuya única
inquietud es por que les toque algo en el reparto de la torta burocrática. A un
programa de lucha inmediata por la reformulación del Estatuto, contra el funcionario
estatal Malavé Malavé, por la reducción de la jornada laboral, contra los despidos y
por el aumento de salarios, debemos agregar el de la estructuración y consolidación
de órganos autónomos de clase, capaces de garantizar tanto las victorias parciales
como la permanencia de todos los obreros en sus posiciones de toma de decisiones,
primero de sus propias luchas y paulatinamente del proceso global de producción.
LOS TRABAJADORES, SUS LUCHAS Y EL SOCIALISMO ÁNGEL C. COLMENARES E. MARZO DE 2007 PÁGINA 28 DE 41
A tal efecto, parte de la constatación de un hecho que ha permitido hasta
ahora sobrevivir al régimen capitalista: el hecho de que las reivindicaciones
inmediatas, aún las más radicales, podían integrarse perfectamente dentro
del régimen, podían realizarse sin una ‘impugnación global’ del modo de
producción, en la medida en que no ponían en discusión la cuestión
fundamental: la cuestión del dominio del capital sobre las máquinas y el
trabajo»”.
Las luchas de los obreros y trabajadores en general continúan dispersas y sin un vínculo
orgánico que las centralice y relacione a un fin revolucionario, por lo que siguen siendo
presa fácil para los instrumentos de control y sus agentes. En agosto (seguimos en 1980)
hay un paro en Alcasa en protesta por violaciones al contrato y los trabajadores de
Brasven vuelven a protestar por el horario de trabajo. Son despedidos ochenta
trabajadores y solicitada calificación de despido para ocho sindicalistas de Alcasa.
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Los trabajadores de Ferrominera van a un paro en protesta por la firma clandestina del
contrato, que fue acordado --una vez más-- en conciliábulos de dirigentes sindicales y
patronos a espaldas de y contra los trabajadores. El paro es declarado ilegal y algunos
miembros de base de AD y COPEI son acusados de estar “anarquizados” contra las
direcciones de sus partidos. El conflicto se extiende y tanto los patronos como
observadores no identificados por los periodistas opinan que los obreros no obedecen a
las instituciones sindicales. José VARGAS anuncia que la CTV no apoya ningún paro en
Guayana. La CTV ratifica esa posición, defiende al contrato como “muy bueno” y exhorta
al regreso al trabajo. Armando RODRÍGUEZ, dirigente sindical expulsado de AD, es
acusado de ser “vendedor de carne” del Comisariato de la empresa.
A fines de mayo concluye la huelga con otra derrota para el movimiento obrero y una
nueva experiencia para los trabajadores guayaneses, quienes otra vez fueron
abandonados a su suerte por los aparatos sindicales. Según observadores, el conflicto
“fue más bien una acción testimonial contra las estructuras sindicales del país que frenan
el ejercicio de la democracia sindical y el poder de decisión que deben tener los obreros a
través de consultas sobre los problemas que les son inherentes” (“El Nacional”, 30 de
mayo de 1981)
Esa conflictividad tenía sus razones no solo en la desconfianza de los trabajadores hacia
los aparatos de control que supuestamente los defendían y en el desmejoramiento de la
calidad de vida, sino también en los signos del derrumbe del pacto partidista, erosionado
por el descrédito institucional y la evidente esclerosis de todo el tinglado estatal, tanto
que ya no les era posible valerse del consenso y las respuestas cada vez tendían a la
represión.
En los períodos 1979 – 1980 y 1983 – 1984 se opera una contracción del consumo final,
en términos reales a precios de 1984, que golpea a la mayoría de la población y explica
su actitud de conflictividad mientras los compromisos del gobierno con el capital le
obligan a cerrar los ojos ante la ola de especulación financiera que se abate sobre el país,
donde es más productivo el mercado del dinero que invertir en industrias, toda vez que
el capital busca la máxima ganancia con el mínimo riesgo.
Y no solo fue cerrar los ojos sino que el equipo gubernamental se sumó al festín de los
activos financieros cuyas tasas de interés superaban a las pasivas de la banca y ambas
eran inferiores a las foráneas, lo que determinó una masiva “exportación de ahorros”,
como los economistas llaman a la fuga de divisas. Los títulos privados eran adquiridos
por el sector público y la especulación privada buscaba los títulos oficiales en una
centrífuga productiva y segura pues los fondos eran garantizados por la factura petrolera.
Y después de dos años de continua fuga de divisas los precios del crudo caen por lo que
las exportaciones se reducen a 13.5 millardos de dólares en 1983 (comparados con los
19.3 millardos de 1981), así que el gobierno copeyano resuelve recurrir al control de
cambios, restringiendo la salida de divisas y devaluando la moneda gradualmente, y para
aplicar esas medidas crea la Oficina de Régimen de Cambios Diferenciales (Recadi),
encargada de autorizar la compra de dólares.
LOS TRABAJADORES, SUS LUCHAS Y EL SOCIALISMO ÁNGEL C. COLMENARES E. MARZO DE 2007 PÁGINA 30 DE 41
El gobierno se dispone a reconocer la deuda externa
privada y el presidente del Banco Central, Leopoldo
DÍAZ BRUZUAL, propone aplicar devaluación lineal y
no reconocer la deuda privada, contrariando la tesis
de Arturo SOSA, Ministro de Hacienda, y provocando
reacciones de rechazo en FEDECÁMARAS. El partido
COPEI solicita a DÍAZ BRUZUAL su renuncia y al éste
negarse a presentarla lo expulsan de sus filas.
En septiembre de 1984 anunció desde Nueva York, donde se encontraba para pronunciar
un discurso ante la Asamblea General de la ONU, un acuerdo con la banca internacional
mediante el cual se establecían las bases para un convenio de financiamiento de esa
deuda y sobre tales expectativas aplicó una política expansiva en el gasto público para
reiniciar el crecimiento económico. En febrero de 1986 firma un acuerdo de
refinanciamiento en momentos de otra baja en los precios del petróleo [de 24,00 a 13,00
dólares por barril], situación que lleva al gobierno a solicitar un retardo de los pagos de
amortización mientras el gasto público seguía expandiéndose confiado en los ingresos
por las medidas cambiarias, en nuevos endeudamientos y en el uso de las reservas por
ahorros anteriores (“¡la botija está llena!”).
En febrero de 1987 el gobierno firmó con la banca acreedora un acuerdo sin período de
gracia, con plazo de 14 años, tasa de interés superior a otros países y con una
contracción masiva de las reservas internacionales al final del período de gobierno. Por
“el mejor refinanciamiento del mundo” Venezuela hubo de cancelar, entre 1983 y 1987,
más de treinta mil millones de dólares. ¿Conclusión?: ¡LA BANCA ME ENGAÑÓ!
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El festín de Acción Democrática, COPEI, FEDECÁMARAS y allegados en RECADI fue, de
acuerdo a investigación realizada por periodista de “El Nacional”, así:
De acuerdo con la información disponible, producto de algunos análisis recabados por El Nacional,
el siguiente es un esquema típico, divulgado desde La Agenda Secreta, de las irregularidades que
se cometieron en el ciclo inicial:
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Con el movimiento popular arrinconado, los trabajadores a la defensiva y una política de
voracidad que literalmente arrancaba el dinero de los bolsillos a los venezolanos, al
gobierno le es propuesta una reforma estatal y al efecto fueron nombradas comisiones
que se reunieron, discutieron y emitieron análisis y diagnósticos, algunos de los cuales
presentados para ser estudiados por los factores políticos a fin de darles forma de ley,
pero todos esos documentos fueron a dormir el sueño eterno en las gavetas de sus
destinatarios. Y el telón a esos sueños reformistas fue bajado con las palabras del
dirigente adeco Manuel PEÑALVER: “No somos suizos”.
Continuó así el empedramiento de las vías que conducían al país a los últimos días de
febrero y primeros de marzo de 1989, cuando estalla una rebelión cuya voz venía de la
pobreza crítica, de la gente cansada de ser manipulada y estafada, de un colectivo sin
rostro ni siglas de identificación cuya mano levantó el látigo contra los especuladores, los
acaparadores de bienes esenciales y los partidos responsables de su hambre y abandono.
LOS TRABAJADORES, SUS LUCHAS Y EL SOCIALISMO ÁNGEL C. COLMENARES E. MARZO DE 2007 PÁGINA 33 DE 41
La respuesta del gobierno fue lanzar a las policías y las tropas a las calles y ahogar a la
rebelión popular en sangre, órdenes de Carlos Andrés PÉREZ que fueron ejecutadas
por el general Ítalo del Valle ALLIEGRO, ministro de la Defensa, y su Estado Mayor
encabezado por el general (Av.) Julio TORRES URIBE; por el Alto Mando Militar,
compuesto por el almirante Faustino RODRÍGUEZ ALVARADO, comandante de la
Armada; y por los generales Pedro TROCONIS PERAZA, comandante del Ejército; Luis
Ramón CONTRERAS LAGUADO, comandante de la Guardia Nacional y Jesús Ramón
AVELEDO, comandante de la Aviación; por Alejandro “El policía” IZAGUIRRE,
ministro de Relaciones Interiores y por el general Manuel HEINZ AZPÚRUA, jefe de la
DISIP, quien el 02 de febrero de 1998 había nombrado Director de Operaciones al ex
cubano y agente de la CIA, Rafael RIVAS VÁSQUEZ.
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Durante y después de semejante carnicería el Palacio de Miraflores se vio abrumado por
la presencia de las “fuerzas vivas” de la economía, la cultura, la política y el
sindicalerismo, cuyos representantes fueron a “dar apoyo a la institucionalidad”, mientras
las víctimas sobrevivientes buscaban a sus muertos, heridos, presos y desaparecidos,
muchos de los cuales fueron enterrados a escondidas y en fosas comunes en un sector
denominado “La Peste” del Cementerio General del Sur.
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Venezuela se había convertido en refugio del terrorismo de Estado al servicio de la CIA,
en caja chica de los firmantes del Pacto de Punto Fijo, en negocio para extraer beneficios
a costa de nuestros recursos naturales y en paraíso de la impunidad, la tracalería y las
artimañas de los jefes de los aparatos (partidistas, policiales, ministeriales…)
Y cualquier crimen, robo o atentado quedaban impunes gracias a los elementos que los partidos
colocan en todos y cada uno de los aparatos estatales, como la señora SOSA GÓMEZ, quien se
tomó todo el tiempo necesario para que el juicio a LUSINCHI prescribiera.
LOS TRABAJADORES, SUS LUCHAS Y EL SOCIALISMO ÁNGEL C. COLMENARES E. MARZO DE 2007 PÁGINA 36 DE 41
Llegó entonces 1992 con las rebeliones militares de febrero y noviembre, fuerte remezón
que sin embargo no detuvo la aplicación de los “paquetes” del Fondo Monetario y demás
representantes del poder internacional.
Tócale de nuevo a COPEI administrar el aceite de ricino, en esta ocasión con el nombre
de “Agenda Venezuela”, como condición previa para seguir endeudando al país y que
consistió en un programa de ajustes macroeconómicos para controlar al déficit fiscal y
“sanear la economía”, es decir, dejar las manos libres al capital para manejar los precios
a su antojo, incluyendo el del trabajo, y privatizar las empresas públicas, lo cual fue
recibido con júbilo por el capital internacional y de muy buen grado a lo interno por
FEDECÁMARAS, los partidos del pacto de Punto Fijo, los dueños de los medios de
confusión masiva y los representantes de grupos y partidos que se arrimaron al saqueo
generalizado, como Teodoro PETKOFF, ministro de Planificación, Pompeyo
MÁRQUEZ, ministro de Fronteras y Simón GARCÍA, ministro de Asuntos Parlamentarios
o de una inutilidad parecida.
El impacto de la tal Agenda fue profundo para los trabajadores, incluyendo a los de la
llamada clase media, y la clase obrera en particular sufrió un profundo descalabro pues al
hecho del despojo de unos derechos adquiridos se unió el de la burla que significó
escuchar al doctor PETKOFF en Miraflores anunciar las modificaciones en los conceptos
de salario y prestaciones, frente a un grupo de sindicaleros que se autodenominan
representantes obreros, sin rastros de moral proletaria aplaudiendo al representante del
capital que hasta se mofó de ellos llamándolos “movimiento sindical combativo”:
Parte de los productivos negocios que hizo el capital a costa de la ruina de muchos de los
habitantes del país fue la llamada “crisis bancaria”, repetición ampliada de la que
sucediera en 1978 con el Banco Nacional de Descuento y en 1982 con los bancos de la
CTV y de Comercio.
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En el período 1994 - 1995 ocurre una debacle financiera que derrumba a la Sociedad
Financiera Fiveca, al Grupo Latinoamericana Progreso (bancos Latino y Progreso) y a los
bancos Principal, Ítalo, Profesional, Amazonas, Bancor, Barinas, de la Construcción, La
Guaira, de Maracaibo, Metropolitano, de Venezuela y Consolidado, con pérdidas
calculadas o determinadas en un billón doscientos setenta y dos mil millones de
bolívares (Bs. 1.000.272.000.000,00), por diversas causas entre las cuales resaltan las
fallas de supervisión, la liberación de tasas en un entorno macroeconómico inestable y la
simple y desnuda corrupción, unido a la generosidad de CALDERA con los banqueros,
quienes además de “fugarse” al exterior se llevaron los ahorros de sus incautos clientes.
El desenlace lógico de toda esa cadena fue el triunfo electoral de Hugo CHÁVEZ en
1998, con el cual se abrió un amplio abanico de posibilidades para avanzar en el
planteamiento revolucionario afincado en la identificación de la clase obrera como agente
de primer orden, sin caer en el terreno de la ensoñación y aceptando todas las rémoras
que el movimiento revolucionario arrastra, lo que nos obliga a grandes esfuerzos para
entender, aprender y avanzar sin abandonar por un momento la brújula: la lucha de
clases en tanto motor de la historia.
El capital, con todos sus agentes, pasó a la ofensiva y en abril de 2002 lanzó un ataque
del cual no salió muy bien librado, pero ello no representó una victoria para la clase
obrera ni para los trabajadores en general, sino para grupos vinculados a la clase media,
entre ellos el estamento militar. Y la representación del capital [por tradición histórica y
deformación estructural de la sociedad venezolana umbilicalmente unida a la cultura
estadounidense como guía política y espiritual], atacó de nuevo en diciembre de ese
mismo año con una paralización de actividades que implicó a la principal empresa del
país, provocando pérdidas económicas cuantiosas pero que galvanizó políticamente a la
mayoría nacional y trajo un resultado totalmente contrario a los objetivos de los sectores
que abiertamente asumieron la representación del capital y de su líderazgo: las
empresas internacionales y el gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica.
Tampoco fue un triunfo para la clase obrera ni para los trabajadores, toda vez que pese a
los esfuerzos de muchas individualidades e incipientes organizaciones que nacieron al
calor de la lucha contra los saboteadores y golpistas, el control de Petróleos de Venezuela
(PDVSA) continúa en manos de los enemigos jurados de cualquier cambio, por tímido
que sea, a su interior, como lo resume José BODAS entrevistado por Ángel ARIAS en
julio de 2003 (ver: www.soberania.org/Articulos/articulo_634.htm):
Luego de derrotado el saboteo, el gobierno nacional decretó lo que era un reclamo de los
trabajadores y el pueblo pobre: la «limpieza en PDVSA». Se supone que esta cruzada
llevaría a limpiar a la industria de las personas que estaban comprometidas con los intereses
de la burguesía nacional, las trasnacionales del petróleo y el imperialismo estadounidense.
Sin embargo, el criterio para la «limpieza» no tuvo ni tiene nada que ver con esa experiencia
de democracia y control de los trabajadores que se vivió durante el saboteo, y que fue la
única garantía real de funcionamiento:
2) los nuevos gerentes venían con la misma lógica de ser ellos quienes tomaran las
decisiones, sin discutir ni dar espacio a los trabajadores y obreros en la toma de decisiones.
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En algunos sitios, como en la refinería de Puerto La Cruz, ante un cambio de gerente y la
decisión de los trabajadores en no dejar pasar a los gerentes saboteadores, llamaron a la
realización de una asamblea para discutir con el gerente entrante la rendición de cuentas y
las políticas a llevar a cabo, bloquearon los portones y no dejaron pasar a los gerentes
golpistas. Sin embargo, esto chocaba con la lógica de la reestructuración, que no se
planteaba cambiar el modo de funcionamiento de la industria, sino, sencillamente cambiar a
unos gerentes por otros, a unos mandos por otros, nombrados a dedo.
Hoy, producto de esta política han regresado a la industria muchos de los gerentes que
participaron del saboteo, y eso fue lo que más se denunció en el Encuentro, siendo
prácticamente la premisa fundamental por la que se hacía el evento.
… Con videos y listas en mano, los trabajadores demostraron esto, ante la presencia de Luis
Marín, gerente nombrado de la División Oriente, quien en el discurso inicial del evento se
exculpó por la vuelta de los golpistas a la empresa. Sin embargo, a pesar de estas disculpas,
los trabajadores identificaron como responsables, no sólo a éste gerente, sino también a la
Junta Reestructuradora nombrada para eso, y en general al esquema organizativo de la
empresa, que permite que sean los gerentes los que decidan todo.
Siendo así que algún gerente nombra a otros, quienes a su vez tienen la potestad de
contratar personal y así se produce nuevamente un reacomodo de los sectores pro
imperialistas dentro de la estructura de la empresa. Se dio el caso de un trabajador que
mantuvo una posición firme contra el saboteo, que se enfrentó a los gerentes pitiyanquis,
llegando incluso a confrontaciones físicas y de fuerza, se ve ahora nuevamente bajo la
supervisión o dirección de esa casta -o quizás de la misma persona- a la que se enfrentó.
¿Qué puede esperar ese trabajador -y el país- de esa persona que está nuevamente en
puestos de dirección?”
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Hoy, años después de las denuncias referidas, la situación de los trabajadores en PDVSA
está peor pues la corporación ha recobrado completamente su esquema clásico y allí el
orden del día es “elevar la productividad”, “bajar el costo del barril” y “no hablar de
política”, mientras la tecnocracia ocupa todas las posiciones, limpiaron el ambiente de
“radicales”, han regresado las firmas contratistas y consultoras que colaboraron
activamente en el golpe; han sido echados al cesto de la basura los planes de una
ingeniería propia, que diera autonomía a la empresa en función de los proyectos
continentales y los obreros siguen tratando de quitarse de encima una casta sindicalera
también nombrada “ejecutivamente” y que ha devenido en grupo gangsteril que cobra su
silencio y complicidad con cargos supervisorios y gerenciales mientras desde la dirección
del ministerio y de la empresa se organiza un nuevo jueguito de poderes que pudiera
desembocar en un zarpazo mejor “gerenciado” que el de diciembre 2002 – enero 2003 o
en una situación que obligue al gobierno a negociar, jueguito en el cual tiene papel
preponderante el circuito refinador, especialmente el núcleo de Paraguaná y la Refinería
Isla en Curazao (ver: http://www.soberania.org/Articulos/articulo_2274.htm)
Y como para muestra basta un botón, adjuntamos correo interno que un golpista hizo
llegar a sus correligionarios el 12 de abril de 2002 desde PDVSA.
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La historia de las luchas de los trabajadores tiene muchas lecciones que debemos
aprender y mantener en la memoria colectiva, que el enemigo de clase trata de borrar,
pues gran parte de esa historia significa experiencia en avances y retrocesos, en aciertos
y errores que hoy nos son útiles política y teóricamente, y como exponía Antón
PANNEKOEK en “Los Consejos Obreros”:
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EL SOCIALISMO COMO PRÁCTICA REVOLUCIONARIA
Uno de los aspectos implícitos en la discusión sobre el tema del socialismo --reiteramos--
es dilucidar de qué tipo de socialismo se trata, pues la más somera lectura de cualquiera
de los muchos materiales acerca del tema indica la existencia de varios tipos o conceptos
acerca de él, lo que fue sintetizado por Federico ENGELS en su trabajo titulado “Del
Socialismo Utópico al Socialismo Científico”.
MARX, en sus “Glosas Marginales al programa del Partido Obrero Alemán” critica
acerbamente las posiciones de LASSALLE y a todos los llamados socialistas utópicos:
Y es que allí, como referíamos previamente, se hallaba la línea divisoria entre esos
diferentes tipos de socialismo: el que pregonaba la espera sumisa de un futuro de justicia
que debía llegar algún día y el propuesto por los revolucionarios (marxistas y no) de
lucha contra la burguesía, su Estado, sus leyes y su monopolio del trabajo y de sus
frutos.
Y debemos aceptar los límites del marxismo, que nunca debió ser recetario para
revoluciones ni manual práctico para sustituir a la economía política por una “economía
marxista”, a la sociología burguesa por una “sociología marxista” y a la filosofía idealista
por una “filosofía marxista”, por referir a tres disciplinas, sino la crítica integral a un
modo de producción y a las estructuras por él determinadas, vale decir a la ideología
burguesa en su totalidad, en cuya práctica es imposible tomar eclécticamente lo que nos
convenga de una parte y rechazar al resto aceptando la crítica de la economía política
pero no así lo que de ella deriva para la crítica filosófica, jurídica o cultural, por ejemplo.
En sus “Diez tesis sobre el marxismo hoy”, escritas en 1950, [el texto completo en
http://www.geocities.com/CapitolHill/Lobby/2379/2escritos-korsch.html] KORSCH señala:
9. Desde este punto de vista conviene juzgar con espíritu crítico las dos revoluciones
rusas de 1917 y de 1928. Y desde este punto de vista hay que determinar las
funciones diversas que el marxismo cumple actualmente en Asia y a escala mundial.
10. Que los trabajadores controlen la producción de sus propias vidas no podrá ser
fruto de la ocupación de las posiciones abandonadas en el mercado internacional y en
el mercado mundial por la competencia autodestructiva y supuestamente libre de los
propietarios monopolistas de los medios de producción. Ese control no podrá resultar
más que de la intervención concertada de todas las clases hoy excluidas en una
producción que, ya hoy, tiende en todos los sentidos a la regulación monopolista y
planificada”.
Este hecho, por lo demás, no expresa sino esto: el objeto que el trabajo produce, su
producto, se enfrenta a él como un ser extraño, como un poder independiente del
productor. El producto del trabajo es el trabajo que se ha fijado en un objeto, que se
ha hecho cosa; el producto es la objetivación del trabajo. La realización del trabajo es
su objetivación. Esta realización del trabajo aparece en el estadio de la Economía
Política como desrealización del trabajador, la objetivación como pérdida del objeto y
servidumbre a él, la apropiación como extrañamiento, como enajenación.
“Así pues, mediante el trabajo enajenado crea el trabajador la relación de este trabajo
con un hombre que está fuera del trabajo y le es extraño. La relación del trabajador
con el trabajo engendra la relación de éste con el del capitalista o como quiera
llamarse al patrono del trabajo. La propiedad privada es, pues, el producto, el
resultado, la consecuencia necesaria del trabajo enajenado, de la relación externa del
trabajador con la naturaleza y consigo mismo.
“… El trabajador sólo existe como trabajador en la medida en que existe para sí como
capital, y solo existe como capital en cuanto existe para él un capital. La existencia del
capital es su existencia, su vida; el capital determina el contenido de su vida en forma
para él indiferente. En consecuencia la Economía Política no conoce al trabajador
parado, al hombre de trabajo, en la medida en que se encuentra fuera de esta
relación laboral. El pícaro, el sinvergüenza, el pordiosero, el parado, el hombre de
trabajo hambriento, miserable y delincuente son figuras que no existen para ella, sino
solamente para otros ojos; para los ojos del médico, del juez, del sepulturero, del
alguacil de pobres, etc.; son fantasmas que quedan fuera de su reino. Por eso para
ella las necesidades del trabajador se reducen solamente a la necesidad de
mantenerlo durante el trabajo de manera que no se extinga la raza de los
trabajadores. El salario tiene, por tanto, el mismo sentido que el mantenimiento, la
conservación de cualquier otro instrumento productivo.” (Segundo Manuscrito, Página
124)
En los trabajos anteriores de esta serie hemos enfatizado en la --a nuestro entender--
imposibilidad de construir el socialismo afincándonos en organizaciones e instituciones
creadas, subsumidas o desarrolladas por el capital para dividirnos y perpetuarse en el
dominio, como el sindicato y la cogestión, y hemos sostenido que hay bastantes
experiencias como para balancearlas y mostrar cuáles han sido los resultados.
Como expone MARX (“El Capital”, “El proceso global de la producción capitalista”, Siglo
XXI Editores, Tomo III, Volumen 6, Libro Tercero, cuarta edición, 1980):
Como referimos en el primer trabajo de esta serie (“EL SOCIALISMO COMO TEMA”), para
1935 el gobierno ruso era “soviético” --traducción rusa de “consejista”-- solo de nombre
y los organismos autónomos nacidos al calor de la revolución habían sido desmantelados
por el poder estatal. Estaba en desarrollo el segundo plan quinquenal y el partido impuso
la consigna “¡Los cuadros lo deciden todo!” en una campaña por el dominio de nuevas
técnicas, correspondientes a equipos y maquinarias recientemente adquiridas y en el
colectivo de obreros fueron organizados “grupos de choque” que constituían la
vanguardia en una tarea que, entre otros objetivos, perseguía la renovación y superación
de anticuadas normas técnicas de rendimiento.
El ejemplo de STAJÁNOV fue seguido por otros, entre ellos BUSYGUIN en la industria
del automóvil; SMETANIN en la industria del calzado; KRIVONÓS en el transporte;
MUSINSKI en la industria forestal; Eudoquia y María VINOGRADOVA en la industria
textil; María DEMCHENKO, Marina GNATENKO, Angelina PASHA, POLAGUTIN,
KOLESOV, BORIN y KOVARDAK en la agricultura.
¿Por qué lo hicieron? Pues porque creían que sus esfuerzos coadyuvaban a la
construcción del socialismo en su país, como les decían sus dirigentes, cuando en verdad
eran explotados por el capitalismo toda vez que las relaciones de producción y circulación
(el conjunto del sistema) nunca fueron modificadas y esos esfuerzos titánicos de una
fuerza obrera --galvanizada por discursos “marxistas” que no coincidían con la práctica--
no fueron más allá de aumentar la productividad del trabajo alienado e incrementar la
tasa de beneficios para la minoría que controlaba las posiciones de poder, minoría que
había convertido al marxismo revolucionario en ideología y engañaba a su propio
colectivo nacional y al movimiento revolucionario internacional con discursos de
socialismo, sustituyendo en palabras a la competencia (kapitalisticheskaia konkurentsiia)
por una pretendida “emulación”, mintiendo acerca de un supuesto “fin de la lucha de
clases en la URSS” y convirtiendo a la consigna de dictadura revolucionaria del
proletariado en sinónimo de control de un partido, en represión y en contrarrevolución.
“¿Cómo puede significar «beneficio mutuo» vender a precios de mercado mundial las materias
primas que cuestan sudor y sufrimientos sin límites a los países atrasados y comprar a precios de
mercado mundial las máquinas producidas en las grandes fábricas automatizadas del presente?”
De haber vivido unos años más, posiblemente LENIN hubiese tenido que escribir líneas
tan duras como esas contra muchos dirigentes de partidos llamados revolucionarios,
cuyas prácticas están resumidas en el texto copiado (reconocer el marxismo de palabra;
admitir una lucha de “clase” no revolucionaria del proletariado; castrar en el marxismo su
alma revolucionaria viva; mofarse de toda idea de revolución, de toda acción dirigida a
una lucha efectivamente revolucionaria; al inaudito envilecimiento teórico del marxismo;
a la actitud servil ante el oportunismo), especialmente el abandono del objetivo de
revolución mundial del proletariado.
Creemos que la diferencia sigue siendo “el criterio verificador de la práctica” (Marx),
pues no se trata de memorizar frases, fechas o anécdotas sino adecuar nuestro hacer a
eso que decimos ser. Y tampoco se trata de solamente hacer, en ese “tareísmo” chato
que es hijo legítimo de la división trabajo manual (repartir propaganda, pegar afiches,
recolectar información)/trabajo intelectual (estudiar, pensar, escribir, dirigir, ordenar),
sino vincular teoría y práctica, como señalaba MARX en su Tesis III sobre Feuerbach:
“La coincidencia de la modificación de las circunstancias y de la actividad humana sólo
puede concebirse y entenderse racionalmente como práctica revolucionaria”.