identificaciones, pero también la encargada de la transmisión de algo del orden de una satisfacción y de una prohibición (Lijtinstens, 2006). Una satisfacción prohibida de la cual surge la posibilidad de una satisfacción sustitutiva La familia humana es una estructura compleja que no puede ser reducida al hecho biológico. Las funciones materna y paterna exceden desde el comienzo de su puesta en marcha al parentesco sanguíneo. Los lazos afectivos que unen a los miembros de una familia, nada tienen de naturales, pueden comenzar teniendo un parentesco biológico pero que debe ser reforzado y sostenido por una decisión. El vínculo entre padres e hijos no pertenece a la dotación hereditaria, al campo de lo naturalmente dado, sino que siempre es algo a construir. Esto es lo que propicia que se constituya la función padre, madre, hijo. La pareja parental, mas allá de la modalidad que tome esa pareja, es sede de las identificaciones fundantes del sujeto. Ellos representan para el niño a la familia como el lugar donde transmite la palabra y se ingresa a la cultura. Esto es lo que Freud plantea como la “novela familiar del neurótico”, es decir, la particular inscripción en el sujeto de la trama familiar, y la posición subjetiva resultante de la significación de sus lazos de parentesco. Desde el Proyecto de una psicología para neurólogos, Freud marca la fuerte relación entre el desamparo del recién nacido y la necesaria presencia del otro auxiliar. La cría de hombre no puede ejecutar por sí misma la acción necesaria para la subsistencia, requiere de una ayuda externa que produzca la acción específica necesaria para lograr la satisfacción. Para ello el bebé debe emitir alguna señal que convoque al auxiliar, el grito, el llanto, se convierten así en la primera convocatoria, precursora de la comunicación (Rabinovich, 1990). Los cuidados maternos inauguran el polo del placer, se conforma un mapa erógeno, de lo que en principio habría sido un cuerpo “casi pura biología”. Se configuran ciertos recortes en el cuerpo del infans, que en tanto zonas erógenas, privilegian determinados circuitos pulsionales. Las prohibiciones estructurantes del andamiaje psíquico son incorporadas por el niño a través de su familia. Allí se juegan los primeros renunciamientos pulsionales que abren paso al encuentro con otras satisfacciones sustitutas y relanzan a la búsqueda de nuevas realizaciones de deseo, en el marco de lo considerado culturalmente permitido. Para Winnicott (1984) la familia contribuye decididamente a la madurez emocional del niño en tanto permite el despliegue de un alto grado de dependencia en los comienzos de la vida, y paulatinamente da la oportunidad de ingresar a otras unidades sociales cada vez más alejadas del núcleo familiar. Para concluir y retomando la idea de lo que cambia y lo que permanece en la estructura familiar a través del tiempo histórico, podemos sostener que los cambios socio culturales producen modificaciones en cuanto a los roles esperados para aquellos que componen la trama familiar y también cambios en la composición de la misma.