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filosófica
Andrea Lozano-Vásquez
PEIRAS
Uniandes
a.lozano72@uniandes.edu.co
Bastidor
Platón, R. III, 14. 405a-c
• –¿Y podrás encontrar una prueba mayor de la mala y perniciosa educación de
una ciudad que el hecho de que necesiten médicos y jueces de elevada
preparación no sólo los ciudadanos corrientes y los trabajadores manuales, sino
incluso quienes presumen de haber sido educados como corresponde a un
hombre libre? (…) Y necesitar la medicina –continué– no por el ataque de
alguna enfermedad recurrente, sino por estar repletos como pantanos de
humores y de gases a causa de la inactividad y de un régimen de vida como el
que hemos descrito, obligando así a los sutiles suecesores de Asclepio a asignar
a las enfermedades nombres como flatulencias y fluxiones, ¿no te parece
vergonzoso? –Muy vergonzoso –replicó-. ¡Qué novedosos y extraños son
verdaderamente esos nombres de enfermedades! –Cosas que no existían en
tiempos de Asclepio, creo yo. (…) esa pedagogía de las enfermedades (τῇ
παιδαγωγικῇ τῶν νοσημάτων), que ahora se denomina ‘medicina’ no lo usaban
antes los Asclepíadas (…) Asclepio no enseñó este tipo de medicina a sus
sucesores ni por ignorancia ni por falta de experiencia, sino porque sabía que
para todos los que se gobiernan con buenas leyes hay prescrita en la ciudad una
ocupación para cada uno, que es obligatorio que lleve a cabo, de suerte que
nadie tiene tiempo para estar enfermo y hacerse cuidar el resto de su vida.
Platón, R. III, 18. 411e-412a
–Entonces, con la vista puesta en ambas disposiciones, según es
verosímil, yo diría que un dios ha entregado a los hombres dos artes, la
música y la educación física para lo impulsivo y lo filosófico [del
alma], no para el alma y para el cuerpo, a no ser secundariamente, sino
para que aquellas dos vayan en armonía la una con la otra tensándose y
aflojándose hasta alcanzar el punto adecuado. –Es probable en efecto. –
Entonces, de quien combine de la mejor manera la gimnástica con la
música y aplique esa combinación al alma del modo más equilibrado,
de él podríamos decir con toda razón que es de manera perfecto el
mejor músico y el más armonioso, mucho más que quien se limita a
combinar unas cuerdas con otras.
Wittgenstein, Diarios secretos
– 29 de julio de 1916
Ayer fui tiroteado. Sentí miedo. Tuve miedo a la muerte. ¡Lo que
ahora deseo vivir! Y resulta difícil renunciar a la vida cuando se le ha
tomado gusto. Pero precisamente eso es “pecado”, vida irrazonable,
falsa concepción de la vida. De cuando en cuando me convierto en un
animal. Entonces soy incapaz de pensar en ninguna otra cosa que no
sea comer, beber, dormir. ¡Horroroso! Y entonces sufro también como
un animal sin la posibilidad de salvación interior. En esos momentos
estoy entregado a mis apetitos y a mis aversiones. En esos momentos
es imposible pensar en una vida verdadera.
Porfirio, A Marcela 31
Vacío es el discurso de aquel filósofo que no cura el
dolor del hombre. En efecto, así como el del médico
ningún beneficio, si no cura las enfermedades del
cuerpo, así ninguno la filosofía si no destierra el
sufrimiento del alma.
Plan de trabajo
1. Filosofía como ejercicio
2. Recursos filosóficos
12. No cabe disipar lo temible de las cuestiones principales si no sabe uno cuál es la
naturaleza del todo, sino que anda recelando algo de lo que cuentan las fábulas; así que
no cabe, sin el estudio de la naturaleza, recibir íntegros los placeres.
13. De ningún provecho es procurarse la seguridad ante los hombres, recelando de las
cosas de arriba, de bajo tierra y, en general, las que dan en lo infinito.
Marco Aurelio, A sí mismo 5, 1
Al alba, cuando te dé pereza levantarte, ten esto a mano: “Me levanto para una tarea de hombre.
Aún me enfado si voy a hacer aquello para lo que he nacido y para lo que he venido al mundo. ¿Es
que he sido hecho para esto: para estar tumbado caliente entre mantas?”. –“Pero es más
agradable”. –“¿Has nacido entonces para disfrutar? ¿De verdad? ¿Para la pasividad o para la
actividad? ¿No ves cómo las plantas, los pájaros, las hormigas, las arañas, las abejas hacen lo que
les es propio y se aplican al mundo en lo que les corresponde? ¿Y tú no quieres hacer lo que le
corresponde a un humano? ¿no te apresuras a cumplir con tu naturaleza?” –“También hay que
descansar”. “Vale, es cierto, pero incluso la naturaleza le puso medida a esto, también se la puso a
la comida y la bebida, pero tú vas más allá de la medida, de lo que te es suficiente. Pero no así en
tus acciones, en donde haces menos de lo que puedes. No te amas a ti mismo, si así fuera amarías
tu naturaleza y su determinación. Otros que aman las artes que ejercen se consumen en sus labores
sin tiempo para lavarse o comer: tú estimas menos tu propia naturaleza que un cincelador el
cincelado, que un bailarín la danza, que un avaro su dinero, que un vanidoso su fama. Cuando
ellos se entregan a sus tares, no desean comida ni lecho, sino acrecentar aquello que les interesa:
para ti las actividades que atañen a lo común te resultaran baratas y dignas de poco esfuerzo.”
Séneca, Sobre la ira 3, 36
Es necesario educar y fortalecer todos nuestros sentidos que por naturaleza son pacientes: si el ánimo
trata de corromperlos, debe llamársele todos los días a cuentas. Así lo hacía Sexto: cuando terminaba el
día; en el momento de entregarse al descanso de la noche, examinaba su ánimo: ¿De qué defecto te has
curado hoy? ¿qué vicio has combatido? ¿en qué has mejorado? La ira se calmará y hará más moderada
cuando sepa que diariamente ha de comparecer ante un juez. ¿Qué cosa más bella que examinar de esta
manera cada día? ¡Qué sueño el que sigue a este examen de las acciones! ¡cuán tranquilo, profundo y
libre, cuando el alma ha recibido su alabanza o reconvención, y, sometida a su propio examen, a su propia
censura, ha hecho secretamente el proceso de su conducta! De esta autoridad uso y diariamente me cito
ante mí mismo: en cuanto desaparece la luz de mi vista, y mi esposa, enterada ya de esta costumbre,
guarda silencio, examino conmigo mismo todo el día y repaso de nuevo todas mis acciones y palabras.
Nada me oculto, nada me dispenso: en efecto, ¿por qué había de temer considerar ni una sola de mis
faltas, cuando puedo decirme: cuida de no hacer eso otra vez; por ésta te perdono. En tal debate has
hablado con excesiva acritud; en adelante no te comprometas con ignorantes; los que nada han aprendido
no quieren aprender. Reprendiste a aquel con demasiada libertad, por cuya razón has ofendido más que
corregido: considera en lo sucesivo no solamente si es verdadero lo que dices, sino también si puede
Séneca, Cartas a Lucilio 72,1
En efecto, dice, tal como a veces el entrenador y el instructor de combate toman las manos del
niño, lo educan en el ritmo y le enseñan a realizar ciertos movimientos, y otras veces se mantienen
lejos y, en cierto modo, realizan un movimiento rítmico y se ofrecen a sí mismos para que el niño
los imite, así también algunas cosas que se hacen presentes, como si estuvieran tocando a y en
contacto con lo conductor [del alma] –como lo blanco, lo negro y, en general, el cuerpo– producen
la impresión en ello. Otras cosas, en cambio, tienen una naturaleza que es tal como la de los
decibles incorpóreos, y lo conductor es presentado en ellos, no por ellos. Los que dicen esto, sin
embargo, se valen de un ejemplo plausible, pero no prueban el asunto en cuestión pues el
entrenador y el instructor son cuerpos y, según esto, eran capaces de producir una presentación en
el niño. La demostración, en cambio, es incorpórea y, según esto, se investigaba si lo conductor es
capaz de producir una impresión al modo de una presentación. De manera que ellos no son
capaces de demostrar lo que se investigaba al comienzo.
Traducciones citadas
Aristóteles, Ética Eudemia. Carlos Megino R (trad). Alianza: Madrid, 2002.