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El género gauchesco

Gaucho, (gauderio/guaso
Ganado y caballos; vaqueros
Payadores (canto) duelos de trovadores (payas)

Para delimitar lo gauchesco como género:


Las leyes y la guerra. (independencia, conflicto interno.
Facundo Quiroga y Juan Manuel de Rosas)
El primer límite del género es la ilegalidad popular. Por
una parte la llamada "delincuencia campesina" (el gaucho
"vago", no propietario y sin trabajo ni domicilio fijos, la
conocida ecuación desposeidos = delincuentes), y, por la
otra, correlativamente, la existencia de un doble sistema
de justicia que diferencia ciudad y campo: la ley de vagos
y su corolario, la de levas, rige sobre todo en la campaña.
La "delincuencia" del gaucho no es sino el efecto de
diferencia entre los dos ordenamientos jurídicos y
entre las aplicaciones diferenciales de uno de ellos,
y responde a la necesidad de uso: de mano de obra
para los hacendados y de soldados para el ejército.
Con las leyes y las guerras puede establecerse la
primera cadena de usos que articula el conjunto del
género y le da sentido:
a) utilización del "delincuente" gaucho por el
ejército patriota;
b) utilización de su registro oral (SU voz) por la
cultura letrada: género gauchesco.
C) utilización del género para integrar a los
gauchos a la ley "civilizada" (liberal y estatal).

• Voz y ley se modulan desde el ejército y la


guerra al estado nacional: este pasaje y esta
modulación es la historia de las formas del
género.
• Pasaje entre la delincuencia y la civilización el
género vehicula ese pasaje
• El uso del cuerpo del gaucho por el ejército y el
uso de voz por la cultura letrada.
• El gaucho puede "cantar" o "hablar" para todos,
en verso, porque lucha en los ejércitos de la
patria: su derecho a la voz se asienta en las
armas. Porque tiene armas debe tener voz o
porque tiene armas toma otra voz.
• Surge entonces lo que define de entrada al
género gauchesco: la lengua como arma. Voz ley
y voz arma se enlazan en las cadenas del género.
• Pasar del uso del cuerpo por la ley escrita a la voz
escrita (género), y del género al uso del cuerpo
otra vez, implica saltar de un universo de sentido
a otro
Van tres gauchos liberales
a quejarse, con razón,
de una floja y ruin aición
de dos gobiernos desleales.

Siendo gauchos, como tales,


se explicarán sin rodeos,
sin que dentre en sus deseos
ni un remoto pensamiento
de hacer en el fundamento
agravio a los uropeos
(Hilario Ascasubi. 1807-1875)
El campo, la pampa.
El ejército, las armas, los enfrentamientos.
La jerga propia del gaucho.
La cría de animales, caballos, ganado, gallinas…
Las pulperías, bebida, tabaco, comida.
Las trovas.
El macho, valiente y desafiador.
La figura de la mujer en relación a la hombría.
Quién les hubiera dicho que sus mayores vinieron por un mar,
quién les hubiera dicho lo que son un mar y sus aguas.
Mestizos de la sangre del hombre blanco, lo tuvieron en poco,
mestizos de la sangre del hombre rojo, fueron sus enemigos.
Muchos no habrán oído jamás la palabra gaucho, o la habrán
oído como una injuria.
Aprendieron los caminos de las estrellas, los hábitos del aire y
del pájaro, las profecías de las nubes del Sur y de la luna con
un cerco.
Fueron pastores de la hacienda brava, firmes en el caballo del
desierto que habían domado esa mañana, enlazadores,
marcadores, troperos, capataces, hombres de la partida
policial, alguna vez matreros; alguno, el escuchado, fue el
payador.
Cantaba sin premura, porque el alba tarda en clarear, y no
alzaba la voz.
Había peones tigreros; amparado en el poncho el brazo
izquierdo, el derecho sumía el cuchillo en el vientre del
animal, abalanzado y alto.
El diálogo pausado, el mate y el naipe fueron las formas
de su tiempo.
A diferencia de otros campesinos, eran capaces de ironía.
Eran sufridos, castos y pobres. La hospitalidad fue su
fiesta.
Alguna noche los perdió el pendenciero alcohol de los
sábados.
Morían y mataban con inocencia.
No eran devotos, fuera de alguna oscura superstición,
pero la dura vida les enseño el culto del coraje.
Hombres de la ciudad les fabricaron un dialecto y una poesía de
metáforas rústicas.
Ciertamente no fueron aventureros, pero un arreo los llevaba muy
lejos y más lejos las guerras.
No dieron a la historia un sólo caudillo. Fueron hombres de López, de
Ramírez, de Artigas, de Quiroga, de Bustos, de Pedro Campbell, de
Rosas, de Urquiza, de aquel Ricardo López Jordán que hizo matar a
Urquiza, de Peñaloza y de Saravia.
No murieron por esa cosa abstracta, la patria, sino por un patrón
casual, una ira o por la invitación de un peligro.
Su ceniza está perdida en remotas regiones del continente, en
repúblicas de cuya historia nada supieron, en campos de batalla, hoy
famosos.
Hilario Ascasubi los vio cantando y combatiendo.
Vivieron su destino como en un sueño, sin saber quienes eran o qué
eran.
Tal vez lo mismo nos ocurre a nosotros.
(Los Gauchos J.L Borges 1978)
Raza valerosa y dura
que con pujanza silvestre
dio a la patria en garbo ecuestre
su primitiva escultura.
Una terrible ventura
va a su sacrificio unida,
como despliega la herida
que al toro desfonda el cuello,
en el raudal del degüello
la bandera de la vida.
Es que la fiel voluntad
que al torvo destino alegra,
funde en vino la uva negra
de la dura adversidad.
Y en punto de libertad
no hay satisfacción más neta,
que medírsela completa
entre riesgo y corazón,
con tres cuartas de facón
y cuatro pies de cuarteta.
En la hora del gran dolor
que a la historia nos paría,
así como el bien del día
trova el pájaro cantor,
la copla del payador
anunció el amanecer,
y en el fresco rosicler
que pintaba el primer rayo,
el lindo gaucho de Mayo
partió para no volver.

las piedras de su cimiento.


Así salió a rodar tierra
contra el viejo vilipendio,
enarbolando el incendio
como estandarte de guerra.
Mar y cielo, pampa y sierra,
su galope al sueño arranca,
y bien sentada en el anca
que por las cuestas se empina
le sonríe su Argentina
linda y fresca, azul y blanca.
Luego al amor del caudillo
siguió, muriendo admirable,
con el patriótico sable
ya rebajado a cuchillo;
pensando, alegre y sencillo,
que en cualesquiera ocasión,
desde que cae al montón
hasta el día en que se acaba,
pinta el cubo de la taba
la existencia del varón.
Su poesía es la temprana
gloria del verdor campero
donde un relincho ligero
regocija la mañana.
Y la morocha lozana
de sediciosa cadera,
en cuya humilde pollera,
primicias de juventud
nos insinuó la inquietud
de la loca primavera.

Su recuerdo, vago lloro


de guitarra sorda y vieja,
la patria no apareja
preopación ni desdoro.
De lo bien que guarda el oro,
el guijarro es argumento;
y desde que el pavimento
con su nivel sobrepasa,
va sepultando la casa (Leopoldo Lugones)
Fausto, Estanislao del Campo. 1834-1880
Don Segundo sombra. Ricardo Güiraldes,
narrador y poeta. 1886-1927
Facundo; Civilización o barbarie. Domingo
Faustino Sarmiento. 1811-1888

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