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MÓDULO IV: “La noción de

premisa y problema en la
Dialéctica de Aristóteles”
El tema de los Tópicos: un método de discusión dialéctica:

• “El presente tratado se propone encontrar un


método que nos hará capaces de razonar
deductivamente, apoyándonos sobre ideas
admitidas, acerca de todos los temas que puedan
presentarse, y que, cuando debamos defender una
afirmación, nos hará capaces asimismo de no
decir nada que le sea contrario” ( I, 1, 100ª 18-
21).
• El coloquio dialéctico, en realidad, no es una libre
conversación ni una discusión anárquica. El
intercambio verbal está aquí aprisionado dentro de
una red de convenciones y de reglas que es muy
esclarecedor concebir según el modelo de códigos
institucionales que reglamentan la práctica de un
deporte o de un juego y que sujetan, según líneas
bien definidas, el desarrollo concreto de toda
‘partida’ real o posible.
• La discusión dialéctica es un juego de a dos; la pareja de
jugadores encarna, a la vez, dos posiciones binarias: la de
la afirmación y la de la negación, la de la victoria y la de la
derrota; el fenómeno dialéctico nace de la conjugación de
estas dos oposiciones. Sin embargo, el duelo obedece a
reglas que se imponen por igual a los dos adversarios. No
se trata de vencer a cualquier precio; la victoria puede ser
mal obtenida y la derrota, honorable. Aparte y por encima
de sus fines propios, los jugadores tienen un fin común,
con miras al que unen sus esfuerzos, que es el de dar a su
enfrentamiento un contenido rico y una forma regular. Es
por eso que, normalmente, parece requerida la presencia de
un auditorio o de un árbitro, protector y juez de esta
regularidad (Cfr. VIII, 11, 161ª 20-21, 37-38).
El problema dialéctico:

• Aristóteles establece una estrecha ligazón entre las


dos nociones de premisa y de problema: las
analiza conjuntamente. Si Aristóteles las compara
es porque se ubica en la perspectiva del que
pregunta: la tarea de este último es elaborar una
argumentación, para determinar cuya naturaleza es
natural relacionarla con dos puntos de referencia,
que son, por una parte, el tema acerca del que trata
y, por otra parte, los puntos de apoyo sobre los que
ella se funda, es decir, precisamente el problema y
las premisas.
• Un problema dialéctico puede definirse, conforme a la etimología de la
palabra, como lo que debe ser arrojado al campo del entrenamiento
dialéctico para así constituir su tema y su desafío. Por su estructura
misma, el problema no admite más que dos respuestas posibles: la
afirmativa o la negativa.
• Aristóteles lo dice explícitamente a propósito de las premisas; se
sobrentiende que se puede decir otro tanto de los problemas. Entre los
diversos tipos de preguntas a las que esta definición niega la calidad de
problema dialéctico, resaltaremos especialmente dos: las preguntas de
las definiciones (“¿Qué es X?”) y las preguntas de la causalidad (“¿Por
qué X es Y?”). Las primeras constituyen la apertura clásica de un
debate de estilo socrático; las segundas, proveen el patrón sobre el que
están tallados los Problemas que figuran en el Corpus aristotélico. Pero
es necesario añadir que estas preguntas pueden transformarse en
problemas dialécticos, bastando que se les dé una respuesta
determinada en el modo interrogativo (“¿Es Y la definición de X?”,
“¿Es Z la causa por la que X es Y?”).
• Una pregunta se convierte en dialéctica si es tratada por los
métodos propios de la dialéctica. Dado que estos métodos
no son solidarios con el conocimiento de un dominio
objetivo determinado, se puede decir que la dialéctica
posee una competencia universal, en la precisa medida en
que ella no tiene necesidad de ninguna competencia
particular.
• Los Tópicos contienen dos clasificaciones distintas de los
problemas dialécticos, que confirman, una y otra, esta
universalidad de principio. La primera define el problema
como un objeto de investigación en donde lo que está en
juego puede ser ya algo práctico, ya algo especulativo; o lo
define como un objeto de investigación que sea tal por sí
mismo o a título auxiliar, y cuya solución condicione la
solución de un problema del primer tipo. La segunda
clasificación distingue, según un esquema de origen
verosímilmente académico, y que devendrá clásico en las
escuelas filosóficas de la época helenística, los problemas
éticos, físicos y lógicos.
• Para dar lugar a un debate, es necesario que el
problema sea discutible y que, de dos respuestas
que se pueda aportar, ninguna se imponga con
demasiada evidencia, ya se trate, por lo demás, de
la evidencia sensible, ya, también, de una
evidencia moral no menos inmediata; pero
conviene igualmente que la aporía que él suscita
no sea tan profunda como para que su resolución
necesite de pasos demasiado largos y demasiado
complicados. Lo esencial en esto es que la partida
sea más o menos igual entre los dos contendientes.
• Cuando se esté constreñido a defender una tesis
paradójica, el que responde se esforzará, al menos,
por no dejarse arrancar otras concesiones
paradójicas fuera de aquellas que son lógicamente
solidarias con su tesis.
• De todas maneras, tarde o temprano llega, pues, el
momento en que lo que está en juego en el debate
no se presenta ya con la forma de una pregunta,
sino con la de una aserción, afirmativa o negativa,
que el respondiente se compromete a defender y el
que pregunta a derribar.
• Es a los problemas que Aristóteles aplica la
distinción cuantitativa de lo universal y lo
particular. Los problemas son susceptibles de ser
falsos, de ser invertidos o refutados.
El papel del que pregunta y el ‘silogismo’:
• El carácter de casi improvisación es de extrema
importancia: torna indispensable la adquisición,
por parte de cada uno de los participantes, de un
conjunto restringido de principios de acción
suficientemente generales para que puedan
adaptarse rápida y eficazmente a la diversidad
indefinida de las situaciones concretas.
• La tarea del que pregunta es la de elaborar una
argumentación tendiente a establecer la
proposición contradictoria de aquella que sostiene
el respondiente: considerando que el
establecimiento de una proposición negativa es la
refutación de la afirmativa opuesta, Aristóteles
llama ‘refutación’ a la operación del que pregunta
cuando la tesis del respondiente es de forma
afirmativa, mientras que se llama establecimiento
a esta misma operación cuando la tesis del
respondiente es de forma negativa.
• Es en virtud de la primacía del que pregunta que
los Tópicos son, esencialmente, un tratado del
‘silogismo’ dialéctico. De ‘silogismo’ en general,
Aristóteles da la definición siguiente: “[Es] una
expresión discursiva en la que, habiendo sido
puestas ciertas cosas, se sigue necesariamente
una cosa distinta de las que han sido puestas, en
virtud de aquello que ha sido puesto”.
• En la práctica dialéctica la inducción tiene un
papel auxiliar, ya cuando el dialéctico la utiliza
frente a un contendiente poco experimentado, ya
cuando el dialéctico tiene necesidad de ella para
establecer una regla general que carece de
evidencia propia. Es por tanto indispensable para
el dialéctico ser capaz de argumentar
inductivamente, pero lo esencial de su poder no
reside allí.
• Es claro que el dialéctico no tiene qué hacer con una
implicación cuyo antecedente no sea detestable: no le basta
afirmar una unión implicativa entre varias proposiciones;
le hace falta, también, poder hacer de la conclusión de su
‘silogismo’ el objeto de una aserción categórica. Es por eso
que las premisas, también ellas, están destinadas a ser el
objeto de una aserción independiente. El ‘silogismo’ es,
por lo tanto, un acto complejo en el que se superponen una
afirmación concerniente a la validez de una inferencia (o,
lo que es lo mismo, la verdad en todos los casos de la
implicación correspondiente) y una afirmación
concerniente a la verdad de sus premisas, afirmaciones que
son ambas necesarias para legitimar aquella de la que la
conclusión será el objeto.
Las variedades del ‘silogismo’ y el ‘silogismo’ dialéctico:

• Silogismo en general:
- Aparente concluyente: formalmente erístico.
- Realmente concluyente:·Premisas endójicas:
- Aparentemente endójicas: materialmente erístico.
- Realmente endójicas: dialéctico.
- Premisas científicas:
- Falsas: paralogismo.
- Verdaderas: demostrativo.
• Un ‘silogismo’ es demostrativo o científico
cuando sus premisas son intrínsecamente
verdaderas, ya porque son conocidas por sí
mismas con una evidencia absoluta (axiomas), ya
porque son deducidas a partir de axiomas
(teoremas ya demostrados). Por el contrario, es
dialéctico, dice Aristóteles, cuando sus premisas
son ‘endoxa’, es decir, cuando son aprobadas
“bien por todos los hombres, o bien por casi todos,
o bien por aquellos que representan la opinión
esclarecida; y, entre estos últimos, bien por todos,
o bien por casi todos, o bien por los más
conocidos”. En suma, una premisa es ‘endójica’
cuando tiene garantes de peso, ya por el número,
ya por la cualidad.
• La autoridad que se atribuye a las proposiciones
‘endójicas’ es, sin duda, garantía de una verdad
intrínseca, por lo menos probable.
La premisa dialéctica:
• El problema y, por consiguiente, la premisa son,
ante todo, una pregunta, como surge, por otra
parte, de la etimología del griego ‘prótasis’ y de la
de su equivalente latino ‘praemissa’. Por tal
motivo, ésta reclama, como aquél, una respuesta
por sí o por no. Pero a diferencia del problema, a
la premisa no le pertenece por naturaleza tener la
balanza equilibrada entre las dos respuestas a las
cuales se expone.
• Se comprende, de esta manera, que la dialéctica no
esté directamente interesada en el problema de
saber si una premisa es o no intrínsecamente
verdadera: la única cualidad de las proposiciones
que es pertinente con respecto a la actividad
dialéctica es el grado de libertad que ellas dejan al
asentimiento de un interlocutor cualquiera.
El ‘silogismo’ dialéctico y la tópica:
• [la tarea del que pregunta es que]: debe construir
una argumentación formalmente constringente,
teniendo como premisas proposiciones a las que el
respondiente no pueda rehusar su asentimiento y
como conclusión la proposición contradictoria de
la que sostiene el respondiente. Estando esta
última proposición concretamente determinada en
el momento en que el dialéctico aborda su trabajo,
se ve que este trabajo consiste, esencialmente, en
descubrir premisas apropiadas.
• Éstas deben poseer un doble carácter: por una
parte, es necesario que ellas contengan
lógicamente la conclusión deseada; por otra parte,
es necesario que fuercen por sí mismas el
asentimiento de un interlocutor no obstante que
éste esté ligado a la defensa de una tesis que
contradice esta conclusión. La solución metódica
de este problema reside en la noción de ‘lugar’
(topos).
• Según I.M. Bochenski. “nadie hasta ahora ha
logrado decir breve y claramente lo que son los
‘tópoi’”. A falta de definición, se ha propuesto un
gran número de metáforas, desde sedes
argumentorum hasta pigeon-holes, pasando por
fuente, molde, matriz, filón, pozo, arsenal,
almacén, etc. Esta abundancia de metáforas
evidencia, al mismo tiempo que cierta comodidad
frente a la naturaleza exacta del lugar, cierta
admiración frente a los beneficios que se esperan
de él.
• El dialéctico conoce la conclusión a que debe
llegar; busca las premisas que le permitirán
obtenerla. El lugar es, por lo tanto, una máquina
de hacer premisas a partir de una conclusión dada.
[…] Es necesario, pues, que cada lugar sea
utilizable para una multitud de casos diferentes.
Finalmente, una conclusión dada debe poder
establecerse por varias vías de argumentación.
Según Aristóteles el lugar es “eso bajo lo que caen
una multiplicidad de entimemas”.
• Es, pues, esencial que los lugares sean múltiples e
intercambiables, en una cierta medida al menos, a
fin de proveer al que pregunta de una gama de
posibilidades distintas que podrá utilizar para el
bien de sus intereses.
• En suma, el lugar es un instrumento productor de
proposiciones, capaz de determinar, a partir de una
proposición dada, una o varias proposiciones
diferentes, manteniendo con la primera la relación
de premisas a conclusión; un mismo lugar debe
poder tratar una multiplicidad de proposiciones
diferentes y una misma proposición debe poder ser
tratada por una multiplicidad de lugares diferentes.
• Con diversas variantes, los lugares aristotélicos
parecen poder reducirse a una misma estructura
fundamental. Cada uno se presenta como una
regla, asociada a un procedimiento de
construcción y fundada sobre una ley. La regla
prescribe examinar si se encuentra o no verificada
una cierta proposición, que llamaré proposición
segunda para distinguirla de la que se trata de
establecer o de refutar, que llamaré proposición
primera.
• El procedimiento de construcción permite
determinar concretamente el contenido de la
proposición segunda a partir de la proposición
primera. La ley, en fin, instituye entre la
proposición segunda y la proposición primera una
relación de antecedente a consecuente, planteando
la existencia de una relación de implicación entre
dos esquemas proposicionales que son,
respectivamente, el de la proposición segunda y el
de la proposición primera.
• Cuando la proposición segunda implica la
proposición primera, sirve para establecerla por
modus ponens; cuando, por el contrario, ella es
implicada por la proposición primera, sirve para
refutarla por modus tollens; cuando, por último,
las dos proposiciones se implican mutuamente, la
proposición segunda puede ser utilizada tanto para
establecer como para refutar la proposición
primera.
El proceso de la tópica, por lo tanto, puede
descomponerse en cuatro etapas:
– La proposición p1 es una ‘concretización’ del esquema
proposicional S1 (en el sentido de que los términos
concretos de una están reemplazados en el otro por
igual número de plazas vacías, que se pueden marcar
con símbolos literales).
– El esquema S1 está ligado por una relación de
implicación con el esquema S2.
– Concretando el esquema S2 con ayuda de términos
concretos que responden a aquellos por los que la
proposición p1 concretaba el esquema S1, se obtiene la
proposición p2.
– La proposición p2 es la premisa asociada a la
proposición p1 según el lugar considerado.
• El dialéctico debe disponer, pues, de un doble
repertorio: un repertorio de lugares y un repertorio
de premisas; es por medio de la aplicación de estos
dos repertorios, de uno sobre el otro, que
encontrará, como en un cuadro de doble entrada,
la argumentación que necesita.
• La constitución de una colección de premisas es el primero de los
cuatros instrumentos (órgana) dialécticos que describe Aristóteles al
final del libro I (cap. 13-18); los otros son: la aptitud para discernir en
cuántos sentidos se toma un término, la percepción de las diferencias y
la percepción de las similitudes. La relación que mantienen entre sí
estos instrumentos con los lugares no es fácilmente determinable, y
muchas interpretaciones diferentes han sido propuestas a ese respecto.
Los instrumentos son descritos por Aristóteles como los medios para
no quedarse escasos de argumentos o de razonamientos. Parece difícil
de resolver los problemas que se plantean considerándolos en bloque;
Aristóteles mismo parece indicar que el primero se distingue de los
otros tres, por una parte, cuando declara que estos últimos “son en
cierto sentido también premisas”, en la medida en que ellos permiten
enunciarlas y, por otra parte, cuando reserva a los tres últimos las
explicaciones que da el capítulo 18 con respecto al tema de su utilidad.
• En la máquina tópica, parece que los instrumentos constituyen
elementos independientes del órgano de argumentación propiamente
dicho. La colección de las premisas corresponde a lo que se podría
llamar, en la jerga del oficio, una memoria-premisas, independiente de
la memoria-lugares y que colabora con ella para determinar la mejor
manera de tratar los problemas sometidos a la máquina. El segundo
instrumento, la detección de los equívocos, podría compararse, según
lo que acerca de ello dice Aristóteles, con el tratamiento previo al que
el programador somete la pregunta planteada antes de introducirla en
la máquina. Los dos últimos instrumentos tienen funciones múltiples:
sirven para solucionar un cierto número de problemas de carácter
especial (problemas de identidad y de diferencia para el tercero;
razonamientos inductivos y razonamientos hipotéticos para el cuarto);
colaboran, además, en la determinación material del contenido de las
definiciones, que la máquina tópica sólo sirve para poner a prueba.
• La construcción del repertorio de lugares plantea
problemas muy difíciles. Ella se funda, en efecto,
sobre una doble base: por una parte, sobre un
análisis de las proposiciones que, reteniendo
algunos de sus elementos como pertinentes y
rechazando los otros como no-pertinentes, permite
tratarlos como las ‘concretizaciones’ de ciertos
esquemas proposicionales de naturaleza variable;
por otra parte, sobre un conocimiento de las leyes
de implicación que unen estos esquemas
proposicionales a otros esquemas determinados.
• [El análisis de proposiciones] puede, en efecto,
comprender diversos grados de abstracción; cuanto más se
haga progresar la abstracción, menos se obtendrá esquemas
proposicionales distintos. En el nivel de abstracción más
elevado, todas las proposiciones concretas revisten una
forma única: la atribución pura y simple de un predicado a
un sujeto; en un nivel de abstracción menor, se definirá
esquemas proposicionales de contenido más estrechamente
determinado, correspondiente a las clases menos extensas
de proposiciones concretas: por ejemplo, la atribución a un
sujeto de un predicado de tipo determinado o la atribución
de un predicado a un sujeto por medio de una cópula de
significación determinada, y así sucesivamente. Las
decisiones tomadas sobre este plano comportan
consecuencias inmediatas para la constitución del
repertorio de los lugares; en efecto, cada esquema
proposicional se acompañará de su legislación propia.
• Frente a la diversidad indefinida de proposiciones
que puede tener que tratar, el método tópico debe,
entonces, como todos los métodos, fijar su vía
entre dos tentaciones opuestas: la de reducir el
número de sus reglas para tornar su aplicación más
universal, y la de multiplicarlo para salir al
encuentro de las particularidades de cada
problema concreto.

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