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premisa y problema en la
Dialéctica de Aristóteles”
El tema de los Tópicos: un método de discusión dialéctica:
• Silogismo en general:
- Aparente concluyente: formalmente erístico.
- Realmente concluyente:·Premisas endójicas:
- Aparentemente endójicas: materialmente erístico.
- Realmente endójicas: dialéctico.
- Premisas científicas:
- Falsas: paralogismo.
- Verdaderas: demostrativo.
• Un ‘silogismo’ es demostrativo o científico
cuando sus premisas son intrínsecamente
verdaderas, ya porque son conocidas por sí
mismas con una evidencia absoluta (axiomas), ya
porque son deducidas a partir de axiomas
(teoremas ya demostrados). Por el contrario, es
dialéctico, dice Aristóteles, cuando sus premisas
son ‘endoxa’, es decir, cuando son aprobadas
“bien por todos los hombres, o bien por casi todos,
o bien por aquellos que representan la opinión
esclarecida; y, entre estos últimos, bien por todos,
o bien por casi todos, o bien por los más
conocidos”. En suma, una premisa es ‘endójica’
cuando tiene garantes de peso, ya por el número,
ya por la cualidad.
• La autoridad que se atribuye a las proposiciones
‘endójicas’ es, sin duda, garantía de una verdad
intrínseca, por lo menos probable.
La premisa dialéctica:
• El problema y, por consiguiente, la premisa son,
ante todo, una pregunta, como surge, por otra
parte, de la etimología del griego ‘prótasis’ y de la
de su equivalente latino ‘praemissa’. Por tal
motivo, ésta reclama, como aquél, una respuesta
por sí o por no. Pero a diferencia del problema, a
la premisa no le pertenece por naturaleza tener la
balanza equilibrada entre las dos respuestas a las
cuales se expone.
• Se comprende, de esta manera, que la dialéctica no
esté directamente interesada en el problema de
saber si una premisa es o no intrínsecamente
verdadera: la única cualidad de las proposiciones
que es pertinente con respecto a la actividad
dialéctica es el grado de libertad que ellas dejan al
asentimiento de un interlocutor cualquiera.
El ‘silogismo’ dialéctico y la tópica:
• [la tarea del que pregunta es que]: debe construir
una argumentación formalmente constringente,
teniendo como premisas proposiciones a las que el
respondiente no pueda rehusar su asentimiento y
como conclusión la proposición contradictoria de
la que sostiene el respondiente. Estando esta
última proposición concretamente determinada en
el momento en que el dialéctico aborda su trabajo,
se ve que este trabajo consiste, esencialmente, en
descubrir premisas apropiadas.
• Éstas deben poseer un doble carácter: por una
parte, es necesario que ellas contengan
lógicamente la conclusión deseada; por otra parte,
es necesario que fuercen por sí mismas el
asentimiento de un interlocutor no obstante que
éste esté ligado a la defensa de una tesis que
contradice esta conclusión. La solución metódica
de este problema reside en la noción de ‘lugar’
(topos).
• Según I.M. Bochenski. “nadie hasta ahora ha
logrado decir breve y claramente lo que son los
‘tópoi’”. A falta de definición, se ha propuesto un
gran número de metáforas, desde sedes
argumentorum hasta pigeon-holes, pasando por
fuente, molde, matriz, filón, pozo, arsenal,
almacén, etc. Esta abundancia de metáforas
evidencia, al mismo tiempo que cierta comodidad
frente a la naturaleza exacta del lugar, cierta
admiración frente a los beneficios que se esperan
de él.
• El dialéctico conoce la conclusión a que debe
llegar; busca las premisas que le permitirán
obtenerla. El lugar es, por lo tanto, una máquina
de hacer premisas a partir de una conclusión dada.
[…] Es necesario, pues, que cada lugar sea
utilizable para una multitud de casos diferentes.
Finalmente, una conclusión dada debe poder
establecerse por varias vías de argumentación.
Según Aristóteles el lugar es “eso bajo lo que caen
una multiplicidad de entimemas”.
• Es, pues, esencial que los lugares sean múltiples e
intercambiables, en una cierta medida al menos, a
fin de proveer al que pregunta de una gama de
posibilidades distintas que podrá utilizar para el
bien de sus intereses.
• En suma, el lugar es un instrumento productor de
proposiciones, capaz de determinar, a partir de una
proposición dada, una o varias proposiciones
diferentes, manteniendo con la primera la relación
de premisas a conclusión; un mismo lugar debe
poder tratar una multiplicidad de proposiciones
diferentes y una misma proposición debe poder ser
tratada por una multiplicidad de lugares diferentes.
• Con diversas variantes, los lugares aristotélicos
parecen poder reducirse a una misma estructura
fundamental. Cada uno se presenta como una
regla, asociada a un procedimiento de
construcción y fundada sobre una ley. La regla
prescribe examinar si se encuentra o no verificada
una cierta proposición, que llamaré proposición
segunda para distinguirla de la que se trata de
establecer o de refutar, que llamaré proposición
primera.
• El procedimiento de construcción permite
determinar concretamente el contenido de la
proposición segunda a partir de la proposición
primera. La ley, en fin, instituye entre la
proposición segunda y la proposición primera una
relación de antecedente a consecuente, planteando
la existencia de una relación de implicación entre
dos esquemas proposicionales que son,
respectivamente, el de la proposición segunda y el
de la proposición primera.
• Cuando la proposición segunda implica la
proposición primera, sirve para establecerla por
modus ponens; cuando, por el contrario, ella es
implicada por la proposición primera, sirve para
refutarla por modus tollens; cuando, por último,
las dos proposiciones se implican mutuamente, la
proposición segunda puede ser utilizada tanto para
establecer como para refutar la proposición
primera.
El proceso de la tópica, por lo tanto, puede
descomponerse en cuatro etapas:
– La proposición p1 es una ‘concretización’ del esquema
proposicional S1 (en el sentido de que los términos
concretos de una están reemplazados en el otro por
igual número de plazas vacías, que se pueden marcar
con símbolos literales).
– El esquema S1 está ligado por una relación de
implicación con el esquema S2.
– Concretando el esquema S2 con ayuda de términos
concretos que responden a aquellos por los que la
proposición p1 concretaba el esquema S1, se obtiene la
proposición p2.
– La proposición p2 es la premisa asociada a la
proposición p1 según el lugar considerado.
• El dialéctico debe disponer, pues, de un doble
repertorio: un repertorio de lugares y un repertorio
de premisas; es por medio de la aplicación de estos
dos repertorios, de uno sobre el otro, que
encontrará, como en un cuadro de doble entrada,
la argumentación que necesita.
• La constitución de una colección de premisas es el primero de los
cuatros instrumentos (órgana) dialécticos que describe Aristóteles al
final del libro I (cap. 13-18); los otros son: la aptitud para discernir en
cuántos sentidos se toma un término, la percepción de las diferencias y
la percepción de las similitudes. La relación que mantienen entre sí
estos instrumentos con los lugares no es fácilmente determinable, y
muchas interpretaciones diferentes han sido propuestas a ese respecto.
Los instrumentos son descritos por Aristóteles como los medios para
no quedarse escasos de argumentos o de razonamientos. Parece difícil
de resolver los problemas que se plantean considerándolos en bloque;
Aristóteles mismo parece indicar que el primero se distingue de los
otros tres, por una parte, cuando declara que estos últimos “son en
cierto sentido también premisas”, en la medida en que ellos permiten
enunciarlas y, por otra parte, cuando reserva a los tres últimos las
explicaciones que da el capítulo 18 con respecto al tema de su utilidad.
• En la máquina tópica, parece que los instrumentos constituyen
elementos independientes del órgano de argumentación propiamente
dicho. La colección de las premisas corresponde a lo que se podría
llamar, en la jerga del oficio, una memoria-premisas, independiente de
la memoria-lugares y que colabora con ella para determinar la mejor
manera de tratar los problemas sometidos a la máquina. El segundo
instrumento, la detección de los equívocos, podría compararse, según
lo que acerca de ello dice Aristóteles, con el tratamiento previo al que
el programador somete la pregunta planteada antes de introducirla en
la máquina. Los dos últimos instrumentos tienen funciones múltiples:
sirven para solucionar un cierto número de problemas de carácter
especial (problemas de identidad y de diferencia para el tercero;
razonamientos inductivos y razonamientos hipotéticos para el cuarto);
colaboran, además, en la determinación material del contenido de las
definiciones, que la máquina tópica sólo sirve para poner a prueba.
• La construcción del repertorio de lugares plantea
problemas muy difíciles. Ella se funda, en efecto,
sobre una doble base: por una parte, sobre un
análisis de las proposiciones que, reteniendo
algunos de sus elementos como pertinentes y
rechazando los otros como no-pertinentes, permite
tratarlos como las ‘concretizaciones’ de ciertos
esquemas proposicionales de naturaleza variable;
por otra parte, sobre un conocimiento de las leyes
de implicación que unen estos esquemas
proposicionales a otros esquemas determinados.
• [El análisis de proposiciones] puede, en efecto,
comprender diversos grados de abstracción; cuanto más se
haga progresar la abstracción, menos se obtendrá esquemas
proposicionales distintos. En el nivel de abstracción más
elevado, todas las proposiciones concretas revisten una
forma única: la atribución pura y simple de un predicado a
un sujeto; en un nivel de abstracción menor, se definirá
esquemas proposicionales de contenido más estrechamente
determinado, correspondiente a las clases menos extensas
de proposiciones concretas: por ejemplo, la atribución a un
sujeto de un predicado de tipo determinado o la atribución
de un predicado a un sujeto por medio de una cópula de
significación determinada, y así sucesivamente. Las
decisiones tomadas sobre este plano comportan
consecuencias inmediatas para la constitución del
repertorio de los lugares; en efecto, cada esquema
proposicional se acompañará de su legislación propia.
• Frente a la diversidad indefinida de proposiciones
que puede tener que tratar, el método tópico debe,
entonces, como todos los métodos, fijar su vía
entre dos tentaciones opuestas: la de reducir el
número de sus reglas para tornar su aplicación más
universal, y la de multiplicarlo para salir al
encuentro de las particularidades de cada
problema concreto.