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La Iglesia nos enseña

María vivía en Nazaret, en Galilea, sus papás eran Ana y Joaquín. Su


infancia transcurrió como la de cualquier otra niña, no hubo nada
espectacular. Durante su niñez hacía todo lo que hace una niña.
María siempre escuchaba a sus padres. Ella aprendía las cosas de Dios
por medio de ellos, sabía, porque sus papás se lo habían dicho, que el
Mesías tenía que venir para salvar a los hombres. Así lo había prometido
Dios a Adán y Eva después del pecado original. Que vendría un hombre
que iba a vencer el pecado. María tenía mucha fe, lo estaba esperando,
pero lo que no sabía era que Dios la había escogido a ella para ser la
Madre del Mesías. Al llegar a ser una jovencita tomó la decisión de
consagrar su vida a Dios, dedicarse por completo a Él.

La misión de María estaba en el pensamiento de Dios desde siempre,


desde toda la eternidad, Él escogió a esta joven judía que vivía en
Nazaret en Galilea, para que fuera la Madre de su Hijo. Escogió a “una
virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el
nombre de la virgen era María”. (Lc 1, 26-27).
Lucas nos narra esa visita del Ángel: “Al sexto mes fue
enviado por Dios a una ciudad Galilea, llamada
Nazaret, a una virgen desposada con hombre llamado
José, de la casa de David, el nombre de la virgen era
María. Y entrando, le dijo: Alégrate, llena de gracia, el
Señor está contigo. Ella se conturbó por estas palabras
y discurría que significaba ese saludo. El ángel le dijo:
No temas, María, porque has hallado gracia delante de
Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo,
a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande y
será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el
trono de David, su padre; reinará sobre la casa de
Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin”. (1, 26-33)
Respuesta de María
María conoce de esta forma su destino maternal, ser la madre del Hijo de Dios. Para
ello el Padre la había estado preparando durante tanto tiempo. Por esto su virginidad
ofrecida para entregarse a la acción de Dios. La luz de la palabra del ángel teñían de
vida y desafío el sentido de su existencia.
Con un corazón grandísimo, lleno de amor, y segura que para Dios todo es posible,
dice. “He aquí la esclava del Señor; hágase en mi según tu palabra”. Dio su
consentimiento.
Ella no regateó el precio, no puso condiciones, ni fue a preguntar la opinión de los de su
pueblo. Dice ¡Sí!. El llamado de Dios es demasiado hermoso como para andar
escatimando sacrificios. María contempló el don, lo meditó, como siempre hacía, en su
corazón enamorado y se entregó con entusiasmo al plan que Dios le propuso.
Al dar su sí, María acababa de confiar el volante de su vida a Dios. Comenzaba para
ella un viaje maravilloso por tierras nunca vistas. Pero un viaje en el que no iba a contar
con otra luz que la que Dios le da, la fe.

El si de María es un acto de amor hacia Dios. Es un sí que ocasiona la


presencia de Dios en ella, porque es un sí de total entrega, un sí al Amor
• María inicia su camino entregándose a la voluntad del
Padre. Como en todo llamado de Dios, hay una
invitación libre y una misión que se ofrece, Una
propuesta liberadora, dejarlo todo por servir a Dios.
Un llamado a la vida. Ser lleno por el Espíritu Santo y
conocer la cercanía de Dios. Todo anuncio del Señor
es gozoso: Alégrate, María; porque transmite un don
de él mismo: El Señor esta contigo. En María se hará
carne el mayor don de Dios a los hombres, Jesús, su
Hijo amado. Pero esto no implica esta libre de
problemas e inseguridades; al contrario, seguir a
Jesús casi siempre trae contrariedades, significa un
riesgo
El Catecismo de la Iglesia Católica nos
dice en el no. 494:
• María aceptó de todo corazón la voluntad
divina de salvación y se entregó a sí misma
por entero a la persona y a la obra de su Hijo,
al Misterio de la Redención
• Digámosle un sí a Nuestro Señor, un sí de amor. Un sí
que ocasione la presencia de Dios en nuestro ser, un sí
que acoja a ese Dios que quiere nacer en nosotros
• El camino de la fe se inicia con una adhesión vital al
plan que Dios nos revela y un compromiso decidido y
valiente para servirlo cumpliendo lo que nos pida.
• En cada uno está la respuesta. El sí que cambie
nuestra vida para disponerla al servicio de Dios y los
hermanos. María nos inspira. Ella, que nos precede en
el camino, nos alienta y fortalece para decidirnos.
Cuál fue la actitud de María después de que se marchó el ángel?
María siguió siendo la misma, no le dijo nada a nadie. Ella, siguió como
si nada. Es más, emprendió el viaje para visitar a su prima Isabel y
poderla ayudar. Otra vez, vemos como María no regatea en esfuerzos,
no pensó en su estado, sólo pensó en ayudar y servir a su prima.
La Virgen es para cada hombre o mujer, el modelo más acabado de
amor a Jesucristo, de dedicación a su servicio, de colaboración con su
obra redentora. Y nuestra misión no es diferente. Es preciso tener la
docilidad y entrega total de Ella para aceptar y vivir con todas sus
consecuencias la misión para la que Jesucristo nos ha llamado.
"Por entonces María tomó su decisión y se fue, sin más demora, a una ciudad
ubicada en los cerros de Judá. Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Al
oír Isabel su saludo, el niño dio saltos en su vientre. Isabel se llenó del Espíritu
Santo y exclamó en alta voz: «¡Bendita tú eres entre las mujeres y bendito el
fruto de tu vientre! ¿Cómo he merecido yo que venga a mí la madre de mi
Señor? Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de alegría en mis
entrañas. ¡Dichosa tú por haber creído que se cumplirían las promesas del
Señor!»“
Isabel, anciana, quizás débil, cansada por su embarazo, necesita una mano.
María acude y desde allí nos presenta al Dios que sostiene su vida.
1. María como modelo de fe

Partamos desde el primer aspecto, María como modelo de fe. ¿En


qué sentido María es un modelo para la fe de la Iglesia? Pensemos en
quién fue la Virgen María: una joven judía, que esperaba con todo el
corazón la redención de su pueblo. Pero en aquel corazón de joven
hija de Israel, había un secreto que ella misma aún no lo sabía: en el
designio del amor de Dios estaba destinada a convertirse en la Madre
del Redentor. En la Anunciación, el mensajero de Dios la llama "llena
de gracia" y le revela este proyecto. María responde "sí", y desde ese
momento la fe de María recibe una nueva luz: se concentra en Jesús,
el Hijo de Dios que se hizo carne en ella y en quien que se cumplen
las promesas de toda la historia de la salvación. La fe de María es el
cumplimiento de la fe de Israel, en ella realmente está reunido todo
el camino, la vía de aquel pueblo que esperaba la redención, y en
este sentido es el modelo de la fe de la Iglesia, que tiene como
centro a Cristo, la encarnación del amor infinito de Dios.
• María parte sin demora, apresuradamente, a un pueblo que
quedaba en las montañas de Judá. Apenas enterada del embarazo
de su prima, corre a ayudarla. Isabel ya era mayor, quizá tenía
dificultades o debía guardar cierto reposo. María, consciente de
esto, acude en su ayuda y le presta sus cuidados. No vacila, ni busca
excusas para no ir; tampoco sabemos que haya recibido mensaje
alguno por parte de Isabel. Sin embargo, al conocer la noticia sale
sin demora hacia su casa. El relato nos cuenta que el pueblito de
Isabel quedaba en las montañas de Judá. No es difícil imaginar lo
precario de los caminos en aquellos tiempos. Más aun los que unían
pequeños pueblos sin mayor importancia para la época. Podemos
ver a María, en sus primeros meses de embarazo, caminando en los
senderos, subiendo cerros, fatigada pero alegre y " presurosa" :
Isabel requería su colaboración. No importaba los esfuerzos, había
que llegar rápido. ¡Cuánto pensamientos pasarían por su cabeza en
esos momentos! Jesús formándose en su seno, la palabra del ángel,
la noticia de su prima. Desafios constantes para su fe en aumento. Y
como siempre, sosteniendo todo, su adhesión viva al Dios de las
promesas, aquel que iba lentamente revelando su rostro y su
proyecto, día a día creciendo en su interior y "llenándola de gracia".
• Ya en casa de Zacarías, Jesús entra en escena. Isabel,
llena del Espíritu Santo, reconoce su presencia y
exclama con alegría: Bendita tu, María, y bendito el
fruto de tu vientre. María es portadora de la vida
nueva. En su seno lleva a Jesús, el Hijo de Dios y Señor
de la Vida. Isabel percibe la sencillez de la Virgen y su
Fidelidad creciente a la palabra del Señor. Feliz de ti,
por haber creído. María es feliz por haber confiado en
Dios. La verdadera felicidad se alcanza al encontrar el
sentido profundo de la vida, el porqué de la existencia.
María lo encuentra en su entrega generosa a Dios que
salva. Hay una razón profunda para vivir, y esta es
entregarse para dar vida a los demás. Salir de uno
mismo y servir con generosidad. María lo vive como
nadie, ella es la madre del Señor, la fuente de la Vida.
Ha descubierto el verdadero rostro de Dios y su
accionar entre los hombres, incluso en ella misma. Por
eso canta el Magnificat. Resumiendo como nadie quien
es Dios y cómo actúa
Proclama mi alma la grandeza del Señor,
y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador,
porque se fijó en su humilde esclava,
y desde ahora todas las generaciones me dirán feliz.
El Poderoso ha hecho grandes cosas por mí:
¡Santo es su Nombre!
Muestra su misericordia siglo tras siglo
a todos aquellos que viven en su presencia.
Dio un golpe con todo su poder:
deshizo a los soberbios y sus planes.
Derribó a los poderosos de sus tronos
y exaltó a los humildes.
Colmó de bienes a los hambrientos,
y despidió a los ricos con las manos vacías.
Socorrió a Israel, su siervo,
se acordó de su misericordia,
como lo había prometido a nuestros padres,
a Abraham y a sus descendientes para siempre.
• El Papa nos dice en su viaje a Perú: " Evangelizar significa
llevar el mensaje de Cristo a todos, para que se haga vida. Por
ello tiene estrechos lazos con la promoción humana. En este
sentido la evangelización presenta, también, la urgencia de
promover integralmente la dignidad del hombre, ayudarlo a
transformar las situaciones y estructuras injustas que violan
esa dignidad" (Piura, Perú, 4-2-85). Esto inspita nuestro
compromiso y desafía nuestro caminar.
• ¿Cómo ser fieles hoy a Jesús? Acudiendo sin demora al servicio de
los necesitados y marginados por nuestra sociedad. Colaborando
con ellos en la búsqueda de soluciones, en la creación de un orden
más justo y fraterno. Anunciando explícitamente que esto es lo que
Dios quiere. Quizás no tengamos que cruzar montañas pero sí
superar dificultades. Comenzando por uno mismo y enfrentando
luego las consecuencias de seguir a Jesús y trabajar por los
pobres(incomprensión, desprecio, soledad...). En María
encontramos una fuente de vida para tomar fuerzas y lanzarnos a la
tarea. Jesús nos llama a servir desde los que sufren; nos repite hoy,
concretamente: ve y haz lo mismo. Como lo dijo en la parábola del
buen samaritano. María es nuestro ejemplo y guía. Como ella,
estamos llamados a ser portadores de la vida nueva en Jesucristo.
Esperanza de liberación y edificación de la justicia. E
1. María como modelo de fe

Cómo ha vivido María esta fe? La vivió en la sencillez de las miles de


ocupaciones y preocupaciones cotidianas de cada madre, en cómo
ofrecer los alimentos, la ropa, la atención en el hogar... Esta misma
existencia normal de la Virgen fue el terreno donde se desarrolla una
relación singular y un diálogo profundo entre ella y Dios, entre ella y
su hijo. El "sí" de María, ya perfecto al principio, creció hasta la hora
de la Cruz. Allí, su maternidad se ha extendido abrazando a cada uno
de nosotros, nuestra vida, para guiarnos a su Hijo. María siempre ha
vivido inmersa en el misterio del Dios hecho hombre, como su
primera y perfecta discípula, meditando cada cosa en su corazón a la
luz del Espíritu Santo, para entender y poner en práctica toda la
voluntad de Dios.
2. María, modelo de caridad

Llegamos al segundo aspecto: María, modelo de caridad. ¿De qué


modo María es para la Iglesia ejemplo viviente del amor?
Pensemos en su disponibilidad hacia su prima Isabel. Visitándola,
la Virgen María no solo le llevó ayuda material, también eso, pero
le llevó a Jesús, quien ya vivía en su vientre. Llevar a Jesús en
dicha casa significaba llevar la alegría, la alegría plena. Isabel y
Zacarías estaban contentos por el embarazo que parecía
imposible a su edad, pero es la joven María la que les lleva el
gozo pleno, aquel que viene de Jesús y del Espíritu Santo, y que
se expresa en la caridad gratuita, en el compartir, en el ayudarse,
en el comprenderse.
2. María, modelo de caridad

Nuestra Señora quiere traernos a todos el gran regalo que es


Jesús; y con Él nos trae su amor, su paz, su alegría. Así, la Iglesia
es como María, la Iglesia no es un negocio, no es un organismo
humanitario, la Iglesia no es una ONG, la Iglesia tiene que llevar a
todos hacia Cristo y su evangelio; no se ofrece a sí misma –así sea
pequeña, grande, fuerte o débil- la Iglesia lleva a Jesús y debe ser
como María cuando fue a visitar a Isabel. ¿Qué llevaba María? A
Jesús. La Iglesia lleva a Jesús: ¡este el centro de la Iglesia, llevar a
Jesús! Si hipotéticamente, alguna vez sucediera que la Iglesia no
lleva a Jesús, ¡esta sería una Iglesia muerta! La Iglesia debe llevar
la caridad de Jesús, el amor de Jesús, la caridad de Jesús.
La grandeza de María …
Radica y está centrada en su maternidad. Son 25 veces que el Nuevo
testamento llama a María madre del Señor (o de Jesús) Desde esa maternidad
divina podemos hablar de Inmaculada, Corredentora, Asunta, Mediadora, y
madre espiritual de la Iglesia.
Cuando María acepta ser Madre lo hace en medio de un acto de fe y de
obediencia con plena libertad. Es decir, se convierte en Madre primeramente
por la fe. De ahí que su prima Isabel la llame dichosa, pues ha creído en la
Palabra de Dios.
Podemos también hablar de esa maternidad espiritual sobre la Iglesia. Ella
cooperó a la formación de la Iglesia con Cristo. María influye maternalmente
en el caminar histórico de la comunidad de fe, desde Pentecostés al fin de los
tiempos. La invocamos, entonces, como Abogada, Auxiliadora, Socorro,
Mediadora.
3. María, modelo de unión con Cristo

Y un último punto brevemente: María, modelo


de unión con Cristo. La vida de la Virgen fue la
vida de una mujer de su pueblo: María rezaba,
trabajaba, iba a la sinagoga... Pero cada acción
se realizaba siempre en perfecta unión con
Jesús
Es el Papa Francisco el que nos dice cómo vivió María la fe:
«… La vivió en la sencillez de las mil ocupaciones y
preocupaciones cotidianas de cada mamá, como proveer al
alimento, al vestido, la atención de la casa… Precisamente esta
existencia normal de la Virgen fue el terreno donde se desarrolló
una relación singular y un diálogo profundo entre ella y Dios,
entre ella y su Hijo. El «sí» de María, ya perfecto al inicio, creció
hasta la hora de la Cruz. Allí su maternidad se dilató abrazando a
cada uno de nosotros, nuestra vida, para guiarnos a su Hijo. María
vivió siempre inmersa en el misterio del Dios hecho hombre,
como su primera y perfecta discípula, meditando cada cosa en su
corazón a la luz del Espíritu Santo, para comprender y poner en
práctica toda la voluntad de Dios.»

¿Nos dejamos iluminar por la fe de María, que es


nuestra Madre? ¿O bien la pensamos lejana,
demasiado distinta de nosotros? En los momentos de
dificultad, de prueba, de oscuridad, ¿la miramos a
ella como modelo de confianza en Dios, que quiere
siempre y sólo nuestro bien? Pensemos en esto, tal
vez nos hará bien volver a encontrar a María como
modelo y figura de la Iglesia en esta fe que ella tenía.
Dios te salve, María.
Llena eres de gracia.
El Señor es contigo.
Bendita tú eres entre
todas las mujeres y
bendito es el fruto de
tu vientre: Jesús.

Santa María, madre de


Dios, ruega por nosotros,
pecadores, ahora y en la
hora de nuestra muerte.
Amén.

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