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Lección 12 para el 21 de septiembre de 2019

¿Cuáles deberían ser las prioridades de nuestra vida, según los


principios del Reino enseñados por Jesús?
¿Qué lugar ocupan los necesitados dentro de esas prioridades?
¿Cuál debería ser nuestra actitud hacia ellos?

Nuestras prioridades

Nuestra actitud
Compasivos
Generosos
Pacificadores
Defensores
“Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia,
y todas estas cosas os serán añadidas” (Mateo 6:33)
Jesús delineó en sus enseñanzas cuáles debían ser las
prioridades de los ciudadanos del Reino de los cielos:
1 Suplir nuestras necesidades básicas (Mateo 6:25-32)
• Sin agobios. Conscientes de que Dios se preocupa de suplirlas.

Buscar el reino de Dios (Mateo 6:33) 2


• No enfocarnos en nosotros mismos, sino en las necesidades del reino
de Dios.
3 Buscar la justicia del reino (Mateo 6:33)
• Ser activo en ayudar a los necesitados y a los oprimidos.

Obedecer a las autoridades (Mateo 22:21) 4


• Someterse a las autoridades (Romanos 13:1-7), cuando no entren en
conflicto con la Ley divina (Hechos 5:29).
¿Cómo deberíamos actuar cuando las prioridades 3 y 4 entran en conflicto?
Como cristianos, debemos ser compasivos y ayudar a
los necesitados. Pero esta ayuda no debe
materializarse de una forma irreflexiva.
Observa estos puntos:
Debemos Debemos Antes de Debemos
reconocer el escuchar y poner en ofrecer
dolor de los aprender práctica nuestra
que sufren y sobre la cualquier ayuda, aún
Educación
Compasión

Oración

Expectativas
empatizar situación acción, cuando las
con ellos. concreta, y debemos personas
no actuar sin buscar la beneficiadas
la sabiduría que no respondan
información viene de lo de la manera
necesaria. alto. que
esperamos o
deseamos.
GENEROSOS
No siempre se puede ayudar personalmente
a los necesitados, especialmente cuando la
situación de necesidad se produce en lugares
lejanos.
En estas situaciones, la ayuda económica
suele ser una buena opción. Es por ello que la
Biblia nos invita a ser generosos (Pr. 19:17).
Nuestra generosidad nace como una
respuesta a la generosidad divina (1Cr. 29:14;
2Co. 8:9), y funciona como un antídoto
efectivo contra el egoísmo.
La generosidad no es algo puntual o forzado
en la vida del creyente. Debemos cultivar un
espíritu generoso, un deseo permanente de
ayudar a los demás.
Los conflictos entre naciones, tribus, etnias,
comunidades, o los causados por motivos económicos
o políticos, generan sufrimiento constante y una gran
necesidad de ayuda humanitaria.
No solo somos llamados a responder ante estas
necesidades, sino a poner paz (en la medida de
nuestras posibilidades) en medio del conflicto.
Jesús nos enseñó a evitar los conflictos desde su
propia base: no enojarnos ni guardar rencor; amar a
nuestros enemigos; orar por los que nos persiguen; …
El “evangelio de la
paz” comienza con
nuestros
pensamientos acerca
de los demás, y la
forma en que los
tratamos.
“Clama a voz en cuello, no te detengas; alza
tu voz como trompeta, y anuncia a mi pueblo
su rebelión, y a la casa de Jacob su pecado”
(Isaías 58:1)
Si somos las manos y pies de Jesús sobre esta
tierra (para hacer el bien a los necesitados),
también debemos ser la voz de Jesús para
clamar contra la injusticia y la opresión.
Al igual que los antiguos profetas, debemos ser
la voz del que no tiene voz, y pronunciarnos a
favor de aquellos que no pueden defenderse, ni
salir por sí mismos de su penosa situación.

Como individuos, nuestra voz


puede tener poca fuerza para
cambiar una situación concreta,
pero no por eso debemos callar.
Además, como iglesia (local,
nacional o mundial), tenemos
mayor fuerza para hacer oír nuestra
voz a favor del desamparado.
La pobreza, presente en todas las sociedades, priva a los seres humanos de sus
más elementales derechos. Es la causante del hambre, de la falta de atención
médica, y de la imposibilidad de acceso al agua potable, a la educación y a
oportunidades de trabajo. A menudo la pobreza genera una sensación de
impotencia, desesperanza y desigualdad. Cada día mueren más de veinticuatro
mil niños en todo el mundo por enfermedades derivadas de la pobreza que
podrían haberse evitado.
Los adventistas creemos que las acciones destinadas a reducir la pobreza y las
injusticias que conlleva constituyen una parte fundamental de nuestra
responsabilidad social como cristianos. La Biblia revela claramente el interés
especial que Dios tiene por los pobres y lo que espera que sus seguidores hagan a
favor de los desvalidos. Todos los seres humanos llevamos la imagen de Dios y
somos receptores de las bendiciones divinas (Luc. 6: 20). Cuando trabajamos en
beneficio de los pobres, seguimos el ejemplo y las enseñanzas de Jesús (Mat. 25:
35, 36). Como comunidad espiritual, los adventistas abogamos por un trato justo
hacia los pobres, levantamos nuestra voz a favor de «los que no tienen voz» (Prov.
31: 8, NVI) y en contra de los que «privan de sus derechos a los pobres» (Isa. 10:2,
NVI) y participamos con Dios en «hacer justicia a los pobres» (Sal. 140:12, NVI).
La tarea de reducir la pobreza y el hambre supone mucho más que sentir
compasión por los necesitados. Implica apoyar políticas públicas que les
ofrezcan justicia y equidad, los capaciten y les permitan ejercer sus derechos.
Implica patrocinar y participar en programas que traten las causas de la pobreza
y el hambre, y que ayuden a las personas a construir vidas que puedan
mantener. Este compromiso con la justicia es un acto de amor (Miq. 6: 8). Los
adventistas creemos que también incluye un llamamiento a vivir con sencillez y
modestia a fin de que nosotros seamos un testimonio contra el materialismo y
la cultura del despilfarro.
Los adventistas nos unimos a la comunidad mundial y apoyamos los Objetivos
de Desarrollo del Milenio de las Naciones Unidas que procuran reducir la
pobreza al menos en un cincuenta por ciento para el año 2015.
Para cumplir este objetivo, los adventistas actuamos conjuntamente con
autoridades civiles y gobiernos, entre otros, en proyectos locales y mundiales,
con el propósito de participar en la obra divina de establecer una justicia más
duradera en un mundo que se encuentra en muy malas condiciones.
Como seguidores de Cristo, asumimos esta tarea con esperanza,
fortalecidos por la promesa divina de un nuevo cielo y una nueva tierra
donde no existirán la pobreza ni las injusticias. Los adventistas somos
llamados a vivir en armonía con esa visión del reino de Dios de manera
creativa y fiel, trabajando para erradicar la pobreza en el presente.

Declaración aprobada por la Junta Directiva de la Asociación General


el 23 de junio de 2010, y dada a conocer durante el Congreso de la
Asociación General de Atlanta, 24 de junio al 3 de julio de 2010
E.G.W. (Consejos sobre la salud, pg. 34)

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