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La violencia simbólica: su rango de aplicación

• “El derecho del señor a dar nombres llega tan lejos que deberíamos permitirnos el
concebir también el origen del lenguaje como una exteriorización de poder de los que
dominan: dicen ‘esto es esto y aquello’, imprimen a cada cosa y a cada
acontecimiento el sello de un sonido y con esto se lo apropian, por así decirlo.”
Nietzche, Friedrich; La Genealogía de la Moral.
• La sociología de Pierre Bourdieu se nos presenta como una construcción
teórica que intenta resolver viejas dicotomías en dicha ciencia social. Al
mismo tiempo el efecto teórico y práctico de dicha resolución consiste en
dar cuenta de una manera más adecuada de la vida social moderna en
función del posible cambio hacia la igualdad.
• De este modo, esta producción teórica es altamente compleja y pretende
surgir de la investigación empírica. Este doble origen es el que motiva que
Bourdieu no haya presentado de una sola vez y para siempre su marco
teórico, sino que, a lo largo de cuatro décadas, ha ido seleccionando
diversos objetos de estudio, aplicando distintas estrategias metodológicas,
y revisando lo anteriormente dicho y publicado.
• Esta situación práctica de retroalimentación positiva entre la investigación
empírica y la formulación de un marco teórico en el que presenta sus
hipótesis más arriesgadas es lo que ha ocasionado que algunos de sus
conceptos más importantes presenten una significación multívoca,
provocando, en ciertas ocasiones, que no se sepa a qué se están
refiriendo.

• De esta manera, los conceptos “habitus”, “campo”, “disposición”,
“estrategias”, “estructuralismo constructivista” o “constructivismo
estructuralista”, “capital simbólico”, “trayectoria social”, han sido utilizados
para referirse a fenómenos sociales muy distintos entre sí.
• El propio autor es totalmente consciente de esta situación. Pero al mismo
tiempo sus propios recaudos metodológicos están claramente formulados
de manera que la situación arriba descripta se desprende de ellos. Así
afirma:
• “tratar la teoría como un modus operandi que orienta y estructura
prácticamente la práctica científica implica, desde luego, renunciar a la
complacencia un tanto fetichista con la que la abordan los teóricos teoricistas.
Esta es la razón por la que nunca sentí la necesidad de esbozar la genealogía
de aquellos conceptos que forjé o reactivé, como los de habitus, campo y
capital simbólico [...] La función de las nociones que empleo, es, ante todo,
designar en forma estenográfica una toma de posición teórica, un principio de
elección metodológica, tanto negativo como positivo.”[1]

[1]Bourdieu, P. y Wacquant, L.J.D., Respuestas. Por una
antropología reflexiva, México, Grijalbo, 1995; p. 116.
• El concepto “violencia simbólica” es otro de los que designan una toma de
posición por parte de Bourdieu. Pero parece ser un concepto
multipropósito, ya que puede ser aplicado a una multiplicidad de fenómenos
de dominación social o grupal. En esta clase intentaré mostrar cuál es su
referencia en el mundo social. Lo que quiero mostrar es que, en primera
instancia, “violencia” designa un hecho físico, mientras que la
categorización “simbólica” nos remite al mundo de los significados. De esta
manera, o bien es una metáfora de un tipo de acción que habría que
explicitar mejor y de otra manera, o bien hay que indagar cúal es ese tipo
de acción que, por medio de los símbolos, produce efectos físicos.

• En primer lugar, comenzaré con una presentación muy general y resumida


de la teoría social de Bourdieu. Luego me dedicaré a mostrar la manera en
que nuestro autor entiende al fenómeno lingüístico, porque la fuente
principal para el concepto “dominación simbólica”, asociado fácilmente con
el concepto “violencia simbólica”, es la función performativa de los actos de
habla. Luego espeficaré qué designa el concepto en cuestión.
I.-La teoría: el orden simbólico

• Bourdieu pretende disolver la oposición objetivismo / subjetivismo de una


manera que preserve las discriminaciones más relevantes de ambas
corrientes sociológicas. En la distinción sujeto / estructura, nuestro autor
pretende mostrar que ambos momentos son necesarios para dar cuenta
adecuadamente de la vida social. En consecuencia, este objetivo implica
que deberá incorporar a su teoría las representaciones internas de los
agentes sobre una situación x de la misma manera que las regularidades
estadísticas que parecen determinar externamente a dicha situación x.
• Puesto que no intenta sustancializar ninguno de los dos polos de la
oposición, introduce un pensamiento claramente relacional, afirmando que
lo específico de la socialidad son las relaciones sociales. De esta manera,
el concepto electromagnético de campo de fuerzas, que toma prestado, le
posibilitará dar cuenta de puntos en movimiento que no se determinan por
lo que son, sino por sus relaciones con otros puntos y la posición que
ocupan en dicho campo. Por otra parte, la posición de un punto en el
campo es determinada por el observador, en virtud de la relación altamente
compleja entre instrumento de observación, procedimiento de observación
y determinación del objeto observado.
• De este modo, el concepto “campo X” designa una estructura abierta
autónoma específica x (el lado objetivo), mientras que el concepto “habitus
X” designa las disposiciones a actuar de determinada manera en X (el lado
subjetivo). A la manera de Spinoza, podemos afirmar que ambas se
determinan recíprocamente, esto es, mientras que una es una estructura
estructurante, la otra es estructura estructurada, siendo al mismo tiempo
posible, en relación con casos particulares e históricos, que un habitus o un
campo sean el lado activo, expresando ambos la estructura social. Esto
significa que el rango de las acciones posibles está determinado, a veces
por el habitus, a veces por el campo. Y puesto que se afirmó que el
“campo” designa una estructura abierta, es que se introduce la dinámica en
la estructura, esto es, la historia, el tiempo. En sus propias palabras,
entonces:
• “las representaciones de los agentes varían según su posición (y los intereses
asociados) y según su habitus, como sistema de esquemas de percepción y de
apreciación, como estructuras cognitivas y evaluativas que adquieren a través
de la experiencia duradera de una posición en el mundo social. El habitus es a
la vez un sistema de esquemas de producción de prácticas y un sistema de
esquemas de percepción y de apreciación de las prácticas. Y, en los dos casos,
sus operaciones expresan la posición social en la cual se ha construído. En
consecuencia, el habitus produce prácticas y representaciones que están
disponibles para la clasificación, que están objetivamente diferenciadas; pero
no son inmediatamente percibidas como tales más que por los agentes que
poseen el código, los esquemas clasificatorios necesarios para comprender su
sentido social.”[1]

[1]Bourdieu, Pierre, Cosas dichas, Barcelona, Gedisa, 1996; p. 134.
• Ahora bien, el campo x se materializa en el espacio social. Y, justamente
porque es social, no es un espacio vacío, sino que está determinado, en la
teoría, por los siguientes elementos mínimos: el volumen del capital, la
estructura del capital y la evolución en el tiempo de estas dos propiedades
(que se manifiesta por la trayectoria pasada y potencial en el espacio
social).[1]
• Estos tres elementos mínimos pueden ser categorizados como económico,
social, y cultural. Así habrá un capital económico, un capital social y un
capital cultural. Del modo en que se relacionen se desprende el capital
simbólico, que consistiría entonces en la manera en que un x específico se
relaciona con los tres tipos de capital. Una visión del mundo forma parte del
capital simbólico. De esta manera se puede apreciar el modo en que los
distintos conceptos intentan nombrar una realidad compleja. Esto se torna
evidente de la siguiente manera: puesto que un habitus está formado por
disposiciones prácticas que posibilitan esquemas de percepción y
valoración, la realidad social percibida está determinada por dicho habitus,
en tanto y en cuanto no se produzcan desajustes relevantes en lo
apreciado y percibido por el mismo (en tanto que responda a un cierto
campo x con el que el habitus está en una situación de correlación). De
esta descripción se puede inferir que el mundo social es lo que el habitus
hegemónico ve y dice que es. Ahora bien, este mundo social no se deja
agotar por el habitus, sino que al mismo tiempo presenta su propia
estructuración. Aquí es donde se ve la importancia de la relación entre la
estructura del capital y su volumen, puesto que nos permite alejarnos del
subjetivismo sociológico.[2]

[1]Cfr. La Distinción. Criterio y bases sociales del gusto, Madrid, Taurus, 1998; p. 113.
• [2]Cfr. Bourdieu, P., op.cit., 1996; ps. 136-138.
• De esta manera, se presentan luchas simbólicas por imponer el sentido
común social. El sentido común social es una visión del mundo particular,
emergente de un habitus particular, que ha logrado imponerse como
legítima y válida (esto es, como universal).
• Bourdieu afirma que hay luchas simbólicas, colectivas e individuales, y que,
ambas:
• “tienen una lógica específica, que les confiere una autonomía real con
relación a las estructuras en las cuales se incrustan. Por el hecho de que el
capital simbólico no es otra cosa que el capital económico o cultural cuando
es conocido y reconocido, cuando es conocido según las categorías de
percepción que impone, las relaciones de fuerza tienden a reproducir y
reforzar las relaciones de fuerza que constituyen el espacio social. Mas
concretamente, la legitimación del orden social no es el producto de una
acción deliberadamente orientada de propaganda o de imposición
simbólica; resulta del hecho de que los agentes aplican a las estructuras
objetivas del mundo social estructuras de percepción y de apreciación que
salen de esas estructuras objetivas y tienden por eso mismo a percibir el
mundo como evidente.”[1]

[1]Bourdieu, P., op. cit., 1996; p. 138.
• Al mismo tiempo, el capital simbólico se asegura la producción de
subjetividades altamente escolarizadas. En este caso, los poseedores del
capital simbólico se aseguran la reproducción y mantenimiento de su
capital en tanto determinan que sus aliados son los que van a formar parte
de los aparatos técnicos del Estado, la escuela, la universidad y el derecho.
Pero esto es casi circular, ya que los poseedores de ese tipo de capital
aseguran al mismo tiempo su existencia en tanto capital (y también su
valoración). Afirma nuestro autor:
• “Por otra parte, el capital simbólico puede ser oficialmente sancionado y
garantizado, e instituido jurídicamente por el efecto de la nominación oficial.
La nominación oficial, es decir el acto por el cual se le otorga a alguien un
título, una calificación socialmente reconocida, es una de las
manifestaciones mas típicas del monopolio de la violencia simbólica
legítima que pertenece al Estado o a sus mandatarios. [1]
• Nótese que lo importante radica en que el poder simbólico (y aquí Bourdieu
habla de violencia simbólica legítima como agregando una propiedad más
al Leviatán) crea realidad. Esto es lo que produce el poder simbólico: crea
el vínculo de matrimonio, no lo legitima solamente; crea la identidad de un
ciudadano, mediante su cédula de identidad; certifica que un ciudadano ha
cesado de existir como tal (crea una ausencia).

[1]Bourdieu, P., op. cit., 1996; p. 138.
• ¿Cuál es el instrumento inmediato con el que el Estado hace todas estas
cosas? Las palabras, afirma Bourdieu.[1] De este modo el lenguaje
comienza a ocupar un lugar de principio constitutivo en esta teorización
sociológica. La importancia que tiene para nuestro autor es altamente
relevante. En consecuencia, la mayor parte de la problematización del
orden simbólico va a estar mediada por la preocupación por las condiciones
reales de producción de hablas particulares y específicas en situaciones de
poder.
• La forma en que se detenta el poder simbólico depende de dos
condiciones. En la primera, el autor introduce una característica central de
los actos de habla, la performatividad, y afirma que el poder simbólico
depende, para su eficacia, de la posesión de un capital simbólico. De este
modo el capital simbólico es la autoridad pasada atribuida a un grupo para
imponer una determinada visión de las divisiones sociales, por ejemplo.
Este capital no surge de la nada, sino que es el fruto de una acumulación
simbólica, ya heredada, ya adquirida. Si ese capital es adquirido
primariamente, entonces estamos ante la constitución de un nuevo grupo
en tanto ha aparecido un portavoz que puede hablar en nombre de ese
grupo, que se está constituyendo como tal en tanto tenga el suficiente
reconocimiento. Nótese que el portavoz puede no ser eficaz, de lo que se
desprende, entonces, que no tuvo una acumulación efectiva.
• La segunda condición se relaciona con ese corolario. La eficacia
simbólica depende del grado en el que la visión proyectada se ajuste a la
realidad (al campo x diríamos mas arriba).

[1]Cfr. Bourdieu, P., op. cit., 1996, p. 140.
• Ahora bien, ¿donde radica el elemento crítico en esta descripción? Radica,
según creo entender, en la compleja red de relaciones que posibilita el
acceso al poder político de sujetos que previamente han modelado el
camino hacia él. Poder político entendido como poder sobre la polis, y no
como mero acceso a ocupar funciones en el Estado. Poder político en tanto
ejercicio de la acción que se lleva a cabo para determinar las acciones de
los otros, y por lo tanto reducir el rango de los posibles cursos de acción
inscriptos en sus habitus y sus respectivos campos específicos.
• El camino arranca con la escolarización, atraviesa la vocación, y termina
con el estilo de vida, pública y privada. Aceptar que ese camino es una
trayectoria natural es el producto de una dominación simbólica de un grupo
sobre otros grupos. Aceptar las jerarquías sociales es el resultado de la
percepción de dicha jerarquía como objetiva. Aceptar la propia posición en
la estructura social, lo que implica aceptar como bueno el propio habitus y
como doméstico el campo en el que cual ese habitus está inscripto, es el
resultado de tomar como evidente el mundo de presuposiciones ciertas, y,
por lo tanto, denegar el proceso de construcción de tal forma de
percepción. Toda percepción es construída. Toda percepción de lo social
está mediada por la construcción y dominación simbólica que impone
esquemas de percepción y valoración de lo relevante en cada caso. Y dicha
dominación se torna evidente en el caso de las luchas simbólicas
relacionadas con el lenguaje.
• Bourdieu insiste en que dicha dominación se oculta en un proceso que
incluye un reconocimiento de la misma, que se niega. Si es así, no es
casual que se infiera que, para algunos, entonces, no hay libertad posible.
• “En realidad, los individuos en estado aislado, silenciosos, sin palabra, que
no tienen la capacidad ni el poder de hacerse escuchar, de hacerse oír, son
colocados ante la alternativa de callarse o de ser hablados.”[1]
• El habitus es corporal. Retomando la tradición de Merleau-Ponty, en
Francia, y de los pragmatistas americanos, en particular John Dewey,
Gilbert Ryle y el último Wittgenstein, Bourdieu pretende liquidar el
intelectualismo sociológico. Así, la hexis está inscripta en el cuerpo. De este
modo pretende dar cuenta justamente de la durabilidad de las
dominaciones simbólicas, a la manera de un entrenamiento corporal
atlético. De modo que el habitus consistiría en un saber-hacer y no en un
saber proposicional (un know-how, y no un know-what).
• Nótese que de este modo lo simbólico comienza a estar, desde su origen
mismo, en el cuerpo. Finalmente, nuestro autor nos acerca otra clave para
entender la comunicación entre las sustancias diversas de lo físico y lo
simbólico en La Distinción, respecto de la gastronomía y los alimentos[3],
esto es, una investigación empírica de la cual infiere estas consecuencias
teóricas: “De esta forma, el gusto es el operador práctico de la
transmutación de las cosas en signos distintos y distintivos, de las
distribuciones continuas en oposiciones discontinuas; el gusto hace
penetrar a las diferencias inscriptas en el orden físico de los cuerpos en el
orden simbólico de las distinciones significantes. Transforma unas prácticas
objetivamente enclasadas, en las que una condición se significa a sí misma
(por su propia mediación), en prácticas enclasantes, es decir, en expresión
simbólica de la posición de clase, por el hecho de percibirlas en sus
relaciones mutuas y con arreglo a unos esquemas de enclasamiento
sociales.”[2]

[1]Bourdieu, P., op. cit., 1996; p. 161.
• [2]Bourdieu, P., op.cit., 1998; p. 174.
II.-El lenguaje
• Bourdieu apela a la filosofía anglosajona del lenguaje ordinario para dar
cuenta de lo que sucede con el uso de las palabras en relación con la
estructura social. De este modo se acerca a la pragmática filosófica por
medio de John Austin.
• Se sabe que Austin ha establecido exitosamente su concepción de que se
hacen cosas con palabras. Esto significa que cuando un hablante dice algo,
por el solo hecho de proferir esa cadena significativa, está llevando a cabo
una acción específica. Mientras que esta característica recibió el nombre de
fuerza ilocucionaria en Austin, John Searle popularizó el concepto de actos
de habla (speech acts). La diferencia, como puede notarse, radica en que,
mientras Austin sigue haciendo hincapié en una propiedad que se añade al
ámbito lingüístico, Searle directamente lleva a cabo una ampliación del
ámbito de las acciones.
• El aspecto que le interesa a Bourdieu radica, más específicamente, en
aquello que Austin denominó las condiciones de felicidad de una proferición
lingüística performativa. Estas condiciones son las condiciones de
satisfacción que se tienen que dar para que la acción efectivamente se
lleve a cabo (para que se produzca el objetivo de la misma, por ejemplo:
juramento de un postulante a un cargo oficial; las condiciones que se tienen
que dar para que este acto de habla tenga eficacia, son, entre otras, que se
lleve a cabo en una institución, que el que hace jurar esté habilitado
legítimamente para ello, etc.)
• Si tenemos en cuenta que el habitus es de naturaleza corporal, no nos
sorprenderá la concepción del lenguaje de nuestro autor. Así, afirma que el
lenguaje es “una técnica corporal y la competencia lingüística, en particular
la fonológica, es una dimensión de la hexis corporal en la cual se expresa
toda la relación con el mundo social.”[1]
• Entiendo que esta afirmación es altamente relevante en tanto muestra la
consistencia interna del sistema de Bourdieu. Al mismo tiempo nos permite
comprender de manera más clara el sentido de su trayectoria teórica hacia
tornar evidente la naturaleza de la dominación simbólica. En este punto se
aparta claramente de la tradición anglosajona al considerar al lenguaje en
tanto asunto corporal.
• Además, de esta manera, nos habilita a considerar distintos regímenes de
materialidad. Esto es así, me parece, en virtud de la diferencia material
entre un saber manejar un martillo y un saber manejar un lenguaje. La
diferencia estriba, en dicha afirmación, en el aspecto estrictamente
fonológico. Bourdieu enfatiza esta marca en tanto la misma (el acento por
ejemplo) muestra un origen social. La radicalidad de Bourdieu aparece
cuando nos muestra que ahí no está el problema, sino en la aceptación de
que hablar de una determinada manera es hablar bien; esto es, la
valoración de ciertas marcas fonológicas. Esta valoración es lo que
constituye el aspecto decisivo en la consideración de la dominación
simbólica.

[1]Bourdieu, P.; op. cit., 1995, p.107.
• Si el lenguaje es de naturaleza corporal, entonces la performatividad, que
se abscribía, en su formulación primaria, solo a un determinado tipo de
enunciados, llega a desempeñar un rol constitutivo en todo tipo de
enunciados. Esta consecuencia es la que aparta definitivamente a nuestro
autor de su compañía filosófica, y lo sumerge en las arenas de la sociología
crítica. La consecuencia diría mas o menos así: siempre que hay un locutor
profiriendo enunciados, veremos siempre una situación práctica.
• Y puesto que la situación práctica nos muestra aquello que advertíamos en
el apartado anterior, esto es, trayectorias de individuos que son
determinadas por su habitus (volumen de capital social) y las posiciones de
los otros individuos (estructura del capital social), entonces podrá
tornársenos evidente que la destreza lingüística constituye uno de los
aspectos sobresalientes del capital simbólico.
• La destreza lingüística implica, entre otras características, saber distinguir
las autoridades de nominación lingüística y poder apropiarse de las
distintas situaciones enunciativas que forman el lenguaje. La destreza
lingüística nos muestra con evidencia difícil de ocultar que somos
dominados simbólicamente, en tanto no elegí ese lenguaje, no elegí ese
sociolecto, no elegí que mi aparato fonológico se module de esa manera;
pero, al mismo tiempo, quiero seguir hablando así o no quiero seguir
hablando así; esto es, aparece la valoración
• Esta valoración se construye socialmente. Así afirma Bourdieu:
• “El poder simbólico, esto es, el poder de constituir lo dado enunciándolo, de
actuar sobre el mundo al actuar sobre la representación de éste, no radica
en los ‘sistemas simbólicos’ bajo la forma de una ‘fuerza ilocucionaria’. Se
verifica dentro y mediante una relación definida que da origen a la creencia
en la legitimidad de las palabras y de las personas que las pronuncian, y
sólo opera en la medida en que quienes lo experimenten reconozcan a
quienes lo ejercen. Lo cual significa que, para dar cuenta de esta acción a
distancia, de esta transformación real operada en ausencia de contacto
físico, deberemos -como con la magia según Marcel Mauss- reconstruir la
totalidad del espacio social en el cual son generadas y ejercidas las
disposiciones y las creencias que hacen posible la eficacia de la magia del
lenguaje.”[1]
• En este punto nuestro autor introduce claramente que la disponibilidad del
uso del lenguaje implica un acto virtual de poder. En el caso de la
unificación del mercado lingüístico este acto justamente introduce la
uniformidad, borrando o haciendo ocultar aquellas marcas fonológicas que
mostrarían un origen social bajo, ya sea económico o cultural.

[1]Bourdieu, P.; op. cit., 1995; p. 106.
• El problemas más interesante surge en el momento en que Bourdieu elige
considerar el tema de las estrategias de condescendencia que un locutor
bien formado utiliza para dirigirse a un locutor no formado según su propio
criterio. Esta situación de condescendencia de un locutor hacia otro locutor
muestra, de manera que nuestro autor enfatiza a lo largo de su obra, la
dominación oculta de un grupo sobre otro. La condición que permite este
ocultamiento es la simbolización de la estructura social, que permite ciertos
desajustes entre el capital cultural y el capital económico, de modo que no
sea inmediatamente visible la dominación política y económica. Esta es,
justamente, la dominación simbólica.
• Afirma Bourdieu en ¿Qué significa hablar?
• “El reconocimiento que produce esa violencia tan invisible como silenciosa
se expresa en declaraciones expresas tales como las que permiten a Labov
establecer que en locutores de clases diferentes, cuya efectuación de las r
es por tanto diferente, aparece la misma valoración de esa letra. Pero
nunca se manifiesta tan claramente como en las correciones ya sean
coyunturales o constantes, que los dominados, por un desesperado
esfuerzo hacia la corrección, llevan a cabo, consciente o
inconscientemente, sobre los aspectos estigmatizados de su pronunciación,
de su léxico y de su sintaxis; o en la angustia que les hace ‘perder los
nervios’ incapacitándolos para ‘encontrar las palabras’ como si
repentinamente se vieran desposeídos de su propia lengua.”[1]

[1]Bourdieu, P.; ¿Qué significa hablar? Economía de los intercambios lingüísticos,
Madrid, Akal, 1985; p. 26.
• De esta manera, la “dominación simbólica” se nos delinea como un
concepto que pretende referirse a una dominación de un grupo sobre otro
pero que no es reconocida como tal. La condición para que esta
dominación sea, justamente, simbólica, es que el carácter dominante de la
relación sea denegado. Como se sabe, esta denegación no anula su
eficacia, sino que, insisto, es la condición de su eficacia. Esto es lo que
afirma Bourdieu:
• “Cualquier intercambio lingüístico conlleva la virtualidad de un acto de
poder, tanto mas cuanto que involucra agentes que ocupan posiciones
simétricas en la distribución del capital pertinente. [...] Sin embargo, aun en
los casos en que se suspende, la negativa a ejercer la dominación puede
ser una dimensión de una estrategia de condescendencia o una manera de
llevar la violencia a un grado más elevado de denegación o disimulo, una
manera de reforzar el efecto de desconocimiento y, por tanto, de violencia
simbólica.”[1]


[1]Bourdieu, P.; op. cit., 1995; p. 104.
III.-La violencia simbólica
• “La violencia simbólica es, para expresarme de la manera mas sencilla
posible, aquella forma de violencia que se ejerce sobre un agente social
con la anuencia de éste. Dicho esto, semejante formulación resulta
peligrosa porque puede dar pie a discusiones escolásticas con respecto a
si el poder viene desde abajo y si el dominado desea la condición que le es
impuesta, etc. En términos mas estrictos, los agentes sociales son agentes
conscientes que, aunque estén sometidos a determinismos, contribuyen
a producir la eficacia de aquello que los determina, en la medida en que
ellos estructuran lo que los determina. El efecto de dominación casi
siempre surge durante los ajustes entre los determinantes y las categorías
de percepción que los constituyen como tales.(Esto demuestra, por cierto,
que si intentamos concebir la dominación según la alternativa escolar de
libertad o determinismo, libre elección o coerción, nunca habrá de terminar
la discusión). Llamo desconocimiento al hecho de reconocer una violencia
que se ejerce precisamente en la medida en que se le desconozca como
violencia; de aceptar este conjunto de premisas fundamentales,
prerreflexivas, que los agentes sociales confirman al considerar el mundo
como autoevidente, es decir, tal como es, y encontrarlo natural, porque le
aplican estructuras cognoscitivas surgidas de las estructuras mismas de
dicho mundo.
• En virtud de que nacimos dentro de un mundo social, aceptamos algunos
postulados y axiomas, los cuales no se cuestionan y no requieren ser
inculcados. Por esta razón, el análisis de la aceptación dóxica del mundo,
que resulta del acuerdo inmediato de las estructuras objetivas con las
estructuras cognoscitivas, es el verdadero fundamento de una teoría
realista de la dominación y de la política. De todas las formas de
‘persuasión clandestina’, la más implacable es la ejercida simplemente por
el orden de las cosas”[1]

• De manera que la violencia simbólica, en su sentido estrecho, consiste en


el reconocimiento de la naturalidad de los valores de un grupo por parte de
otro, reconocimiento que implica, por lo arriba señalado, un
desconocimiento de la constructibilidad de dichos valores. Aquí “valores”
designa todo aquello a lo que hemos hecho referencia (dinero, formas de
pronunciación, formas de creencias, formas de legitimidad, acceso a bienes
simbólicos, distinción de clase, etc.). Este desconocimiento, esta
denegación, está inscripta en el habitus, y, en consecuencia, está inscripto
en el cuerpo.

• [1]Bourdieu, P.; op. cit., 1995; p. 120.


• “Para ilustrar la lógica de la dominación masculina que al parecer
constituye la forma paradigmática de la violencia simbólica, decidí basar
el análisis en mis propias investigaciones etnográficas acerca de los
cabileños de Argelia, por dos razones. Primera, quería evitar la vacua
especulación de los discursos teóricos y de los clisés relativos al sexo y al
poder que, hasta ahora, han contribuido mas a entorpecer que a facilitar el
debate. Segunda, recurrí a este procedimiento para eludir la dificultad
crítica que origina el examen de la dominación sexual: tratamos, en este
caso, con una institución inscripta por milenios en la objetividad de las
estructuras sociales y la subjetividad de las estructuras mentales, de tal
manera que el análisis tenga todas las oportunidades de emplear como
instrumentos de conocimiento categorías de percepción o de pensamiento
a las que debería tratar como objetos de conocimiento. [...] El caso de la
dominación masculina muestra mejor que ningún otro que la violencia
simbólica se verifica a través de un acto de conocimiento y
desconocimiento situado mas alla de los controles de la conciencia y la
voluntad, en las tinieblas de los esquemas del habitus, los cuales son, al
mismo tiempo, sexuados y sexuantes. También demuestra que no es
posible entender la violencia simbólica sin descartar la oposición entre
coerción y consentimiento, imposición externa e impulso interno. (Después
de dos siglos de platonismo difuso, resulta difícil concebir que el cuerpo
pueda ‘pensarse’ conforme a una lógica que no sea aquella de la reflexión
teórica.)”[1]

[1]Bourdieu, P.; op. cit.; 1995; ps. 123-124.
• Pero, si esto es así, surgen los problemas metodológicos y políticos.
¿Como acceder a semejante fenómeno de dominación, para lo cual hace
falta no sólo avanzar más allá de la oposición objetivimo/subjetivismo, sino
también afirmar que el carácter mismo de la oposición, intelectualista, es lo
que impide el acceso al mismo? Dado este punto, ¿cómo, de qué manera,
hacer estallar los habitus y las estructuras dominantes?
• Si tenemos en cuenta los conceptos de represión originaria y represión
secundaria freudianos o de socialización primaria y socialización
secundaria, parecería que la referencia del concepto de Bourdieu se
localizaría en el establecimiento de la socialización secundaria,
entendiendo por tal la puesta en común de los aspectos dominantes de una
sociedad como las existentes. Cabe formular la siguiente pregunta: ¿es
posible desterrar la violencia simbólica, o es constitutiva de toda
socialización secundaria posible? De la última parte de esta cita, se
desprende, de todos modos, que no parece posible pensar en algo así
como la no existencia de la violencia simbólica. Si se acepta esto, entonces
el concepto violencia simbólica pasaría a desempeñar una función
descriptiva, designando en la teoría un principio constitutivo de toda
sociedad. O de toda sociedad capitalista. O de toda sociedad machista. ¿?
• Pero que la teoría de Bourdieu nos pueda mostrar este fenómeno no
implica necesariamente que los agentes sociales lo vean así. Y éste es el
otro problema grave.
• “La violencia simbólica es esa coerción que se instituye por mediación de
una adhesión que el dominado no puede evitar otorgar al dominante (y, por
lo tanto, a la dominación) cuando sólo dispone, para pensarlo y pensarse o,
mejor aún, para pensar su relación con él, de instrumentos de conocimiento
que comparte con él y que, al no ser más que la forma incorporada de la
estructura de la relación de dominación, hacen que ésta se presente como
natural; o, en otras palabras, cuando los esquemas que pone en
funcionamiento para percibirse y evaluarse, o para percibir y evaluar a los
dominantes (alto / bajo, masculino / femenino, blanco / negro, etc.), son
fruto de la incorporación de las clasificaciones, que así quedan
naturalizadas, cuyo fruto es su ser social. por lo tanto, solo cabe pensar
esta forma particular de dominacion si se supera la alternativa de la
coercion que ejercen unas fuerzas y el consentimiento a unas razones, de
la coercion mecanica y la sumision voluntaria, libre, deliberada. El efecto de
la dominación simbólica (de un sexo, una etnia, una cultura, una lengua,
etc.) no se ejerce en la lógica pura de las conciencias cognitivas, sino en la
oscuridad de las disposiciones del habitus, donde están inscriptos los
esquemas de percepción, evaluación y acción que fundamentan, mas acá
de las decisiones del conocimiento y los controles de la voluntad, una
relación de conocimiento y reconocimiento prácticos profundamente oscura
para sí misma. [...]”[1]

[1]Bourdieu, P.; Meditaciones Pascalianas, Barcelona, Anagrama, 1999; ps. 224-225.
• Estas inscripciones son creencias que vuelven sensible a su portador a
distintas representaciones simbólicas del poder, como por ejemplo la
policía. Para Bourdieu, y esto es altamente relevante, la creencia es una
disposición corporal, y no un mero estado mental. Dado que este es el
caso, citaré en extenso lo que entiendo que es la respuesta a la segunda
pregunta formulada más arriba.
• “Resulta del todo ilusorio creer que la violencia simbólica puede vencerse
sólo con las armas de la conciencia y la voluntad: las condiciones de su
eficacia están duraderamente inscriptas en los cuerpos en forma de
disposiciones que, particularmente en los casos de las relaciones de
parentesco y otras relaciones sociales concebidas según este modelo, se
expresan y se sienten en la lógica del sentimiento o el deber, a menudo
confundidos en la experiencia del respeto, la devoción afectiva o el amor, y
que pueden sobrevivir mucho tiempo después de la desaparición de sus
condiciones sociales de producción.”[2]
• Sin embargo, nuestro autor no nos deja únicamente con el sabor amargo
de la derrota por anticipado. Bourdieu se ha dedicado también a la
sociología del deporte, y ha establecido algunas relaciones con las
disciplinas estéticas que implican el uso del cuerpo, como el baile y la
actuación, con el objetivo de dar cuenta del adiestramiento corporal. Ha
considerado que en las disciplinas corporales se pone en juego algo así
como una extensión de lo que se produce en el resto de los cuerpos que
forman una sociedad.

• [2]Bourdieu, P.; op. cit., 1999; ps. 236-237.


• . Así afirma que “esta sumisión [...] es una creencia tácita y práctica que se
ha vuelto posible gracias a la habituación fruto del adiestramiento del
cuerpo. [...] Si bien la explicación puede ayudar, sólo una auténtica labor de
contraadiestramiento, que implique la repetición de los ejercicios, puede,
como el entrenamiento del atleta, transformar duraderamente los habitus
(en virtud de la inercia que resulta de la inscripción de las estructuras
sociales en los cuerpos.)”[1]
• Finalmente mencionaré que esta conceptualización específica de la
violencia simbólica puede ser puesta en relación con dos tematizaciones,
según entiendo, análogas. Estos dos autores que mencionaré son
altamente problemáticos para nuestro autor, en tanto ha manifestado en
repetidas oportunidades su total desacuerdo con ellos. No casualmente uno
de ellos establece la importancia de la estructura, mientras el otro es un
filósofo de la conciencia.

[1]Bourdieu, P.; op. cit., 1999; ps. 226-227.
Analogías (ocultas) Francesas

• En primer lugar, Claude Lévi-Strauss establece la noción de eficacia


simbólica, consistente en producir efecto de realidad. En su bello trabajo
“El hechicero y su magia” accedemos a esta conceptualización que puede
ser fácilmente puesta en relación con la cuestión de la performatividad de
las creencias.[1] Nótese que el antropólogo no hace referencia solamente a
una estructura, sino también a la creencia de los agentes. En el momento
en que Bourdieu tiene que mencionar la cuestión de la magia como un
producto de la creencia social, sólo menciona a Marcel Mauss. Incógnitas
del campo intelectual francés.
• Pero, y esto me parece más interesante, el segundo autor es Jean
Paul Sartre. Es el caso que los dos fundadores de la Antipsiquiatría, Ronald
Laing y David Cooper, antes de establecerla, intentaban llevar a cabo el
psicoanálisis existencial propuesto por Sartre. Y a finales de la década del
60 escriben Razón y violencia, un comentario a tres obras del filósofo:
Problemas de Método; San Genet, comediante y mártir y la Crítica de la
Razón Dialéctica.[2]

[1]Lévi-Strauss, C.; Antropología Estructural, Buenos Aires, Eudeba, 1984; ps. 151-
185.
• [2]Laing, R.D. y Cooper, D.G.; Razón y Violencia. Una década de pensamiento
sartreano, Paidós, Buenos Aires, 1973.
• En dicho comentario, bajo la perspectiva de tornar un poco más inteligible
el pensamiento sartreano, aparece la noción de una violencia racional que
dividiría al sujeto en el en-sí y el para-sí, alienación, que no se supera bajo
el estado actual de las cosas. Lo que me parece análogo con la “violencia
simbólica” es justamente la noción de una violencia de la razón. Esta
analogía nos llevaría a plantearnos si “violencia simbólica” describe algo
distinto a lo que era descripto por “alienación”. Simplemente insistiré en que
me parece que sí, dado el carácter corporal de lo descripto por Bourdieu,
carácter que no era tenido en cuenta por la descripción que utilizaba el
concepto “alienación”. La distinción radica en el pasaje de la conciencia al
cuerpo. Pero mi contrincante podría decir que justamente ése era el punto
en los Manuscritos Económico-Filosóficos marxianos. Quizás, entonces,
estaríamos de acuerdo.

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