Sunteți pe pagina 1din 32

Donde están los filósofos?

SERGIO DE ZUBIRÍA
LISÍMACO PARRA
RUBÉN SIERRA
¿DÓNDE ESTÁN LOS FILÓSOFOS?
Por: Rodrigo Restrepo
Publicado el: 2011-03-24

Sergio de Zubiría, Rubén Sierra y Lisímaco Parra, tres de los más respetados
filósofos colombianos.
 
Pocos días después de publicado el libro “La filosofía y la crisis
colombiana”, un periodista de radio llamó al filósofo Rubén Sierra Mejía,
coeditor de la obra y uno de sus autores. Publicado hace ya nueve años,
este libro constituye uno de los pocos intentos serios de los principales
filósofos del país por pensar la realidad nacional y divulgar sus
pensamientos para el público general. “Me preguntó qué proponíamos los
filósofos para solucionar los problemas del país”, cuenta Sierra. “El
problema es que me exigió que explicara el tema en sólo tres minutos”. El
filósofo, desde luego, despachó al ingenuo periodista de un plumazo: “¡Es
que los filósofos no somos quienes tenemos que resolver los problemas del
país! Nosotros nos encargamos de pensar las cosas, no de solucionarlas”.
• Así quedó zanjado el asunto: de un lado los pensadores y del
otro, los medios, el público y, quizás, el país. La anécdota no
va más allá de la llamada, pero deja ver el estado actual de
una relación fría e indiferente. Los filósofos, en su mayoría,
parecen encontrarse en la torre de marfil de la academia,
distanciados de una realidad compleja y fecunda para el
pensamiento. ¿Por qué?
• “Quizás el ‘massmediatizarse’ pueda quitarle rigor al filósofo,
y el rigor hace parte de su identidad intelectual”, explica
Sergio de Zubiría, profesor de filosofía de la Universidad de los
Andes y quien se ha especializado en temas como la filosofía
política, las relaciones entre la cultura y la violencia y los
debates y problemas en torno al concepto de tolerancia. “Hay
una cierta actitud fóbica, pues al filósofo le parece que si
participa en los medios, su pensamiento puede volverse
liviano, de poca densidad”.
• Pero tal vez exista una razón más de fondo para esta
ausencia. “Durante la década del 70 hubo una
sobresaturación, o más bien una ultrasaturación de estas
problemáticas”, argumenta Lisímaco Parra, profesor del
Departamento de filosofía de la Universidad Nacional y ex
vicerector académico de la misma, además de director de la
cátedra de Pensamiento colombiano y especialista en ética y
política moderna y contemporánea. “Temas como el de la
filosofía política tuvieron un agotamiento, una crisis. Quizás
en ese agotamiento tenga que ver el marxismo. Yo creo que
el marxismo criollo, tan sumamente religioso, acaparó la
reflexión política. Y cuando ese marxismo religioso entró en
crisis, es como si el interés por la reflexión de la política y la
sociedad hubiera quedado en un gran desprestigio”.
Parra recuerda que en la antigua sede de la librería
Buchholz, en la calle 59 abajo de la 13, la sección más
grande de libros era la de marxismo. “Era una pared
enorme”, dice, y estaba ubicada justo detrás del cajero,
pues esos eran los libros que la gente se robaba”. Hoy
en día de marxismo no queda nada, y muy poco de
problemas de filosofía política, por no hablar de
filosofía colombiana. Basta dar un vistazo a los estantes
de la librería Lerner para darse cuenta de que buena
parte de la bibliografía filosófica nacional está
compuesta de compilaciones de ensayos especializados
y de memorias de congresos sobre Kant, el darwinismo
o el relativismo filosófico.
¿El filósofo ha muerto?
Y es que, sin lugar a dudas, el lugar en donde se
juega hoy la filosofía colombiana es la academia:
en los grupos de estudio, en los departamentos
de filosofía, en los congresos y en las
publicaciones especializadas. Es la consecuencia
inevitable de la profesionalización. Para el
profesor Sierra, “el ejercicio la filosofía se ha
profesionalizado demasiado en Colombia”. Lo
que, a su vez, “ha generado un miedo de pensar
los problemas comunes, los problemas públicos”.
Solo hace falta hojear los principales diarios para darse cuenta de que el
filósofo se quedó por fuera del debate público. Desde luego, existen las
excepciones: Jorge Restrepo en El Tiempo y Jorge Giraldo en El
Colombiano. El Espectador, por su parte, ha tenido que comprar las
columnas de Umberto Eco, no se sabe si por falta de oferta nacional o
por simple descuido periodístico. Existe, dicho sea de paso, el fenómeno
del filósofo de formación que pertenece a la vida pública, pero que no
ejerce verdaderamente como filósofo. Entre otros, se destacan Enrique
Santos Calderón, Mauricio Pombo y Mavé —sí, la del tarot de Mavé—.
“Yo creo que esta ausencia es una gran pérdida, porque los filósofos
colombianos eran intelectuales públicos reputados. El último fue quizás
Estanislao Zuleta. Y antes de él, Cayetano Betancur, quien siempre fue
columnista de los principales periódicos del país”, comenta Jorge Giraldo,
filósofo de la Universidad de Antioquia, decano de la Escuela de Ciencias
y Humanidades de la Eafit y profesor de filosofía política. ¿Qué se
hicieron entonces los filósofos públicos? ¿Dónde quedó la figura del
pensador?
Parece haber aquí una cuestión generacional. Para la
generación actual de filósofos “ya no importa tanto el
individuo, la figura o el personaje del filósofo. Se trata más
bien de grupos, en los que se lleva a cabo un trabajo de
hormiguita, un trabajo importante aunque los nombres no
figuren”, explica de Zubiría. Probablemente, esta
desaparición de la figura del filósofo tenga que ver con un
cambio ideológico, una caída de las certezas y de las grandes
verdades. Hoy, siendo fieles al estado de ánimo de nuestra
época, vivimos un pluralismo ideológico: ya nadie se siente
poseedor de la verdad. “El filósofo no puede dejar de
representar el espíritu de su tiempo y, como dice Manfred
Max-Neef, vamos ‘de la esterilidad de las certezas a la
fecundidad de las incertidumbres’”
• Para Parra, detrás de la pregunta por los grandes filósofos se
encuentra todavía un prejuicio: la sombra del gran autodidacta. Un
prejuicio que, por lo demás, no deja de ser un tanto “pueblerino y
provinciano”, según dice. Hace algunas décadas, en efecto, surgió
en Colombia la figura del filósofo autoeducado, un tipo muy
inteligente que destacaba fácilmente en un medio bastante
ignorante. “Tenía una pose. Aspiraba a ser un genio que se paseaba
por encima de las instituciones académicas. Y aunque dictaba
clases y cursos, tenía muy poco interés en las tareas administrativas
de la universidad. Asistía en Alemania a los seminarios de
Heidegger, pero no se daba a la tarea de sacar un título, pues veía
el cartón con cierto desdén”, dice el catedrático. “Desde luego que
en Estados Unidos, en Francia y Alemania hay personajes filosóficos
destacados. Pero lo que realmente sostiene el trabajo filosófico es
una masa muy consolidada, densa, muy extendida, de filósofos
profesionales”.
Pensándolo mejor…
 
Pero esta visión del problema desconoce que, justamente, una gran tendencia
en el contexto internacional es el retorno de la filosofía al ámbito público y a
la vida cotidiana: el filósofo como un mediador de las personas y sus
problemas vitales, así como un divulgador de una herramienta preciosa: el
pensamiento. Giraldo resalta la importancia, en el entramado intelectual
internacional, de figuras como Fernando Savater, el célebre pedagogo
español, Slavoj Žižek, el filósofo y psicoanalista esloveno que alimenta su
pensamiento con la cultura popular, o el judío-estadounidense Michael
Walzer y su célebre revista Dissent. Sin ir más lejos, en Argentina, el ateo y
optimista Alejandro Rozitchner mantiene cuatro blogs de alto tráfico y nivel
filosófico y escribe en el diario La Nación de Argentina artículos muy
filosóficos con títulos como: ¿Por qué toman alcohol los jóvenes? o Qué es ser
buena persona. También colabora con el portal en español de Yahoo! y
divulga en sus páginas web videos y capítulos de sus catorce libros, el último
de los cuales se llama Ganas de vivir. Y Rozitchner es solo la muestra de toda
una generación de filósofos, como José Pablo Feinmann o Alberto Buela, que
se preocupan por divulgar su pensamiento y publicar sus obras en Internet.
Esto por no citar el mar de páginas de divulgación filosófica que se
publican desde hace ya más de una década en el mundo entero. La
colección Popular Culture and Philosophy, de la editorial Open Court,
lleva ya 59 volúmenes —y 11 en preparación— con títulos como
Dexter and Philosophy o Ipod and Philosophy. El suizo Alain de
Botton, famoso por Cómo cambiar tu vida con Proust, las
Consolaciones de la filosofía o Los placeres y los pesares del trabajo,
se ha dedicado rigurosamente a divulgar en programas documentales
para televisión, videos de Internet y programas de radio por la web
su “filosofía de la vida cotidiana”. De Botton, además, es miembro
fundador de The School of Life, una organización educativa en
Londres que ofrece programas completos sobre las cuestiones más
apremiantes de la vida diaria: las relaciones, el trabajo o la crisis de la
mediana edad, un poco en la misma línea que el contracorriente y
agudo Michael Onfray de la Univeridad Popular de Caen y quien
sostiene que un filósofo piensa en función de las herramientas de
que dispone; si no, piensa fuera de la realidad.
A propósito de herramientas y realidad, Giraldo señala
que el año pasado el New York Times abrió un blog
colectivo llamado The Stone, en honor a la piedra del
Ágora de los griegos —o en referencia al arquetípico
acto humano de lanzarle piedras al prójimo—. Su
objetivo no es otro que el de invitar a filósofos de todas
las vertientes a reflexionar sobre temas como el arte, la
guerra, la ética, el perdón, el kung-fu, los problemas de
género o la cultura popular. Esto con el fin de mostrar
cómo luce la filosofía hoy y quiénes son sus
representantes, cuáles son sus preocupaciones y qué
papel juegan en el siglo XXI. Por su web han pasado ya
pensadores de la talla de Peter Singer.
En Colombia, las herramientas están, pero parece que los
filósofos no. En un rápido sondeo realizado con ayuda del
profesor de Zubiría, una decena de estudiantes de últimos
semestres de filosofía fueron interrogados sobre su
concepción y uso de herramientas como los blogs, las redes
sociales e Internet en general para divulgar, debatir y leer
contenidos filosóficos. Los resultados son, por decir lo
menos, alarmantes. Cinco de los diez proyectos de filósofo
no usa Internet con fines filosóficos sino para casos
estrictamente necesarios —consultar el diccionario latín-
español o buscar algún libro que no se encuentra en las
bibliotecas—. Apenas tres usan Facebook para compartir
ideas filosóficas y sólo dos exploran la red —esto es, blogs y
Youtube— como un recurso válido de investigación.
En una rápida búsqueda en Wikipedia sorprende que aparezcan, en
la lista de filósofos colombianos, personajes como Antanas Mockus o
Jesús Piñacué. A propósito: ¿habrá algún filósofo en Colombia
preocupado por Wikipedia? Resulta alentador que al menos la
Sociedad Colombiana de Filosofía luzca una elegante página web —
con videos incluidos en el home— y hasta aparezca en Facebook y
tenga una página en Vimeo. Justamente en su website se lee que el
Banco de la República está buscando algún filósofo que se le mida a
la tarea de escribir un artículo sobre la historia de los últimos diez
años de la filosofía en Colombia. Buen indicio. Sin embargo, la
desilusión vuelve al encontrar que junto con la elección del nuevo
presidente de la Sociedad, la convocatoria del Banco es la única
‘noticia’ que alberga la web. Y la desilusión se convierte en
indiferencia cuando descubro que su calendario de eventos de 2011
está más vacío que la tábula rasa de la mente humana, según los
empiristas.
Tras una larga incursión en la apretada selva de Internet, se
encuentra que el único filósofo colombiano que mantiene un
blog es Jorge Giraldo. “A veces surge un problema en la
concepción de la filosofía. Norberto Bobbio decía que hay
dos formas de filosofar: una es pensar sobre los
pensamientos. La otra es pensar sobre lo que pasa, sobre lo
que está ahí a la vista. A mí me parece que la realidad,
especialmente la colombiana, ofrece todos los días motivos
para hacer reflexión filosófica”, argumenta Giraldo. “Tenemos
una realidad muy sugestiva para muchos de los problemas
filosóficos contemporáneos: la justicia, la violencia, los
derechos humanos, la ética, la económía. Cuando uno tiene
cierto compromiso con lo que está pasando todos los días y
con la filosofía, uno intenta conectar los dos mundos”.
Lo mismo piensa Diego Duque, un joven filósofo de la Nacional que
trabaja duro y solitario en un proyecto de filosofía aplicada. Duque
ha dedicado los cortos años de su carrera profesional a nadar a
contracorriente: intenta aplicar preguntas filosóficas clásicas a casos
particulares de la realidad colombiana. Y lo ha hecho con los
protagonistas anónimos de la cruda realidad del país, pues se ha
puesto a indagar el dilema del sicario, el de la víctima, el del
excombatiente y el del interventor social. Durante casi un año,
filosofó a fondo con los habitantes de la calle de un hogar de paso en
el centro de la ciudad. “Casi siempre se juzga a estas personas desde
ciertos estándares morales. Se cree que hay que estar loco para irse
de paramilitar o de sicario, se los juzga como irracionales”, explica.
“Pero cuando se indaga en todos los factores, el juicio cambia. Se
relativiza el juicio moral porque se encuentra que sus decisiones
obedecen a una racionalidad. La moralidad no es lo que los filósofos
dicen”.
Duque concluye que si los filósofos no ponen los pies en la realidad
colombiana se estará haciendo una filosofía en el aire, sin carne. “El
filósofo tiene la posibilidad de aportar herramientas y elementos de
análisis para entender mejor nuestra realidad”. Existen sí, brotes de una
filosofía más cercana a la realidad. Está el libro Perfiles del mal, de la
filósofa Ángela Uribe, que examina ocho episodios de la historia de
Colombia para indagar en el contenido moral en las relaciones de sus
protagonistas. Está el Proyecto Lisis de filosofía para niños, liderado por
los profesores Diego Pineda y Miguel Ángel Pérez, que busca establecer
una serie de recursos multimedia para un diplomado. Está también el
espacio ‘Filósoso-No Filósofo’, un proyecto televisivo del Departamento
de filosofía de la Nacional que invita a personajes no filosóficos —chefs,
cantantes de rock o un neurobiólogo— para debatir temas junto a
filósofos profesionales.
Dice el profesor Sierra que “el filósofo debe atender a su tiempo”. ¿No
es hora ya de que los pensadores colombianos salgan de su fortín
académico y entren decididamente en la discusión pública de los
problemas del país?
http://blogs.elespectador.com/cruiz/2011/03/30
/aqui-estan-los-filosofos-2/
 
Respuestas al artículo de la revista Arcadia,
¿Dónde están los filósofos?
• La filosofía ha mostrado ser una disciplina útil para
personas con otra formación, la interlocución con el
filósofo puede darse sin que este tenga que integrar al
interlocutor en una tradición disciplinar, un léxico o un
hábito mental, no hay que volver filósofo al otro para que
fluya la cooperación, las conexiones, la diversidad…...
• Hoy es posible publicar sobre filosofía colombiana, hacer
de ella el tema de un curso dentro de un departamento
oficial. Esto implica asumir la lengua en que leemos y la
lengua en la que escribimos como algo propio y posible.
No se trata de celebrar un monolingüismo inviable en un
mundo interconectado, ni de militar en un aislamiento
cultural. La propia lengua opera como una opción válida
para el pensamiento, para la producción de conceptos y
de formas de vida.
• Las manadas, no pensamos solos, trabajamos en grupo. Apostar
por esta posibilidad solamente es posible rompiendo el modelo de
estudio tradicional, pasando del narcisismo de los seminarios
donde el director ilumina desde un lugar privilegiado a la
experiencia de un desafío mutuo y constante. Pero esto no se
cumple solamente en las aulas universitarias, los encuentros y las
asociaciones tienen lugar en otros espacios dan lugar o formas
hospitalarias del discurso. Todo esto puede ocurrir con
independencia de la presencia, en la mera circulación de las
escrituras, en la proliferación de la producción que se asume
patrimonio común. En una circulación casi anónima del logos y la
grafía.
• Hay una asignatura pendiente, la discusión y la reacción sobre los
temas de la vida nacional, la cuestión de los medios, para hacerlo
sin faltarse a sí misma la filosofía ha de operar una deconstrucción
de las condiciones en que tome la palabra, para que la resistencia
no se convierta tan solo en opinión, cultura o entretenimiento.
• Asumimos, como punto de partida, que la filosofía
-cosa extrañísima que no nos hemos tomado la tarea
de acoger porque es algo muy complicado y en un
mundo en el que llueve tanto, en realidad, para qué
entenderlo, para qué pensar; razón por la cual
asumimos que libros como “Cómo cambiar tu vida
con Proust” son el ejercicio filosófico consumado por
excelencia- [asumimos que la filosofía] no “se
muestra” en el “espacio público”, porque no tiene
nada que decir, dado que se trata de unos personajes
rarísimos que decidieron dedicarse a escribir diatriba
tras diatriba, quién sabe por qué razón, y qué mejor
lugar para hacer eso que una torre de marfil.
• Voy a aterrizar la metáfora: el problema de la filosofía
siempre ha sido el de la visibilidad. De la filosofía en
cuanto es algo que se pregunta, de la filosofía en cuanto
que se le reclama invisibilidad. Mi uso de la torre de
marfil -que prefiero pensar como cabaña de madera- se
refiere a las restricciones de visibilidad que se le imponen
a la filosofía: ella y por lo tanto sus agentes están
condicionados previamente a no aparecer…No pretendo
definir la filosofía, actividad como muchas inasible, pero
sí puedo decir que su ejercicio visible y tangible se
muestra como un acercamiento crítico a lo real, sea esto
una situación, una persona, un discurso, una idea. Cosas
todas muy reales, cosas todas muy performativas.
Sócrates nunca deja de preguntar.
• Ciertamente intentan preguntar con cierta nostalgia, dónde
están cuando tanto los necesitamos. ¿Sí? ¿Por qué los
extrañan? Por su capacidad de pensamiento crítico, claro está.
Y esto necesita, como todo, un espacio. El espacio de la
academia (aunque ciertamente el ejercicio filosófico no se
limita a ser académico, cosa que también olvidan distinguir).
• Pero se quejan de que estén en la academia: en realidad, nos
vale madres lo que hagan en la academia, los necesitamos aquí
y ahora para que hagan algo que valga la pena, algo con
efectos, algo por su patria. La producción es poca y ni la vemos.
Pero ya nos habíamos quejado de que se la pasan divagando sin
razón; sin embargo también nos quejamos de que no divulgan
sus divagaciones. Nada más entre 2000-2010 hay por lo menos
50 libros publicados a nombre propio (no son compilaciones ni
memorias de inútiles congresos sobre Kant) solo en Bogotá.
• Son los mismos profesores que a mí me dieron clase en los viejos
salones de la universidad los que se ufanaron de haber sido alumnos
de Heidegger y Gadamer, los que se declararon únicos detentores e
intérpretes del pensamiento de ciertos autores y los que nos
recordaron una y otra vez que la filosofía no se podía hacer en
castellano y que poco podíamos hacer los que tratábamos de
entenderla; quizás, nuestro único destino, indigno para muchos de
ellos, era ser profesores de colegio porque, sin pasar por Heidelberg
o Berlín, era muy poco a lo que podíamos esperar.
• No deja de resultar inquietante que, como alguna vez lo dijo el
profesor Jorge Aurelio Díaz -en su texto “Una Crítica “Romántica” al
Romanticismo”- la filosofía sólo sea “rentable” para quienes están
ubicados en departamento de filosofía que les permita investigar; no
deja de ser inquietante que las críticas provengan de allí, no deja de
ser inquietante que sean ellos y no otros los que critiquen la ausencia
de los filósofos en lo que suele llamarse, vulgarmente, la realidad.
• Es una torre de marfil esa que construyeron los maestros que
hoy le piden cuentas a una generación a la que ellos no supieron
mostrarle en qué consiste el ejercicio del filosofar y la
pertinencia de la filosofía en una sociedad que, hace rato,
reclama ser pensada y, en efecto, está siendo pensada. No se
trata de indagar acerca de qué diría Kant sobre las Farc, ni
mucho menos de tener una presencia mediática continua para
que la filosofía produzca realidad.
• La torre de marfil está en la cabeza de quienes hoy hacen de la
filosofía un ejercicio de élite y una actividad excluyente, aquellos
que reivindican una y otra vez su carácter disciplinar y que
consideran que todo lo demás son saberes menores. Es esa torre
de marfil la que ha hecho de la filosofía un saber iniciático, la
que ha hecho que aún hoy muchas personas se pregunten con
estupor ¿para qué sirve la filosofía? Del mismo modo en el que
se preguntan por la utilidad de un software o de un encendedor.
¿Dónde están los filósofos? En 17 departamentos de
filosofía, para empezar, no sólo en el de la Universidad
Nacional. Sí, pero también en otros lugares: en periódicos,
en agencias de publicidad, en ONG, en facultades de
Comunicación –como en mi caso-, haciendo arte, pensado
el cine, haciendo cine, pensando la anorexia, el punk……
Aquí estamos los ¿filósofos?, o al menos, los que hemos
tratado de jugarnos nuestra vida y nuestro trabajo por un
oficio que debe reinventarse cada vez; aquí está una
generación que quizás no fue a Heidelberg o Berlín, pero
que tuvo y tiene que pensar y vivir un país que a los
maestros hace rato dejó de caberles en la cabeza. Esa es la
torre de marfil.
• ¿De qué sirve esa práctica de pensamiento? Muchas veces
me formulé la misma pregunta hasta que comprendí que
era imposible responderla. No porque me interese defender
la inutilidad de la filosofía como muchos lo hacen –“la
filosofía no sirve para nada y así debe ser”– sino porque
considero un error poner el problema del pensamiento en
términos de utilidad.
• El hecho de preguntarnos por la utilidad de la filosofía
revela la industrialización del saber que cubre nuestra época
en la que todo conocimiento especializado debe orientarse
a un fin productivo. Esto es más grave aún cuando la
pregunta por la figura pública del filósofo y su compromiso
con la realidad se plantea en términos de utilidad. No me
interesa discutir sobre “el filósofo”, sino sobre la práctica
que está detrás de esta figura que aún no comprendo.
• ¿Debe la filosofía dar un debate público sobre los temas
que le interesan? Sin lugar a dudas. No concibo a la
filosofía sino como un ejercicio de pensamiento público. El
problema es cuáles son los espacios que se están
percibiendo como legítimos, como “útiles” para ese
debate.
• Al parecer se le pide a la filosofía engendrar grandes
personajes mediáticos para demostrar, como si se tratara
de un experimento científico, su presencia en “el país” –
otra categoría que me cuesta entender– y, por lo tanto,
mostrar su “utilidad”. Al parecer se exige que la filosofía se
parezca cada vez más a los objetos que siempre ha
intentado criticar: al mainstream de los medios masivos, a
la industrialización del saber.

S-ar putea să vă placă și